Con el despido de Santiago Nieto, titular de la Fepade, el Frente Opositor Ciudadano –o como se le quiera llamar– recibe una nueva oportunidad de obtener un triunfo político significativo. Por varias razones muy sencillas. La primera es que, aunque Morena se una en este momento a la lucha del Frente por restituir a Nieto con una mayoría simple en el Senado, de todas formas será la coalición del Frente PAN-PRD-Movimiento Ciudadano quien pueda ganarle al PRI, si es que todos votan juntos.
Al PRI y al gobierno les faltan tres votos para impedir la restitución de Nieto. Esos votos no los tiene en ninguna parte, salvo en el PAN. He aquí la segunda razón de la posible victoria del Frente. Hay seis senadores del PAN que ya han mostrado su anuencia a colocarse del lado del PRI, y sobre todo de Peña Nieto. Junto, desde luego, con sus jefes naturales, que son Felipe Calderón y Margarita Zavala de Calderón, en otros temas. En este, sin embargo, les va a costar más trabajo. Si votan con Peña Nieto contra la restitución del fiscal de la Fepade, y contra el PAN, el PRD, Morena y MC, se mostrarán claramente cómplices de la corrupción de Peña Nieto, de Emilio Lozoya y de varios más.
Creo que los seis senadores, a quienes algunos llaman traidores -–yo prefiero decir simplemente la pequeña minoría disidente del PAN– deben pensarla muy bien. ¿De veras quieren apoyar a Peña, a Lozoya, a la corrupción, a Odebrecht sólo por ardidos? ¿O prefieren votar con todo el PAN, con todo el PRD, con toda Morena, con todo MC, para restituir a Nieto y de esa manera impedir la maniobra de Peña Nieto de despedirlo y, sobre todo, de encubrir la corrupción que hubo por parte de su campaña y de la empresa brasileña Odebrecht?
Si se impusiera el voto secreto, sería una maniobra inteligente de Emilio Gamboa para permitirle a sus aliados embozados votar con él sin que sepa. No obstante, habría varias maneras de dilucidar si los seis o siete magníficos calderonistas votaron con el gobierno y la corrupción, o con la oposición y el Frente. La primera, y más obvia, sería que los senadores de Morena y del Frente votaran abiertamente, o por lo menos alzaran la mano al votar por cédula, aunque se les impusiera el voto secreto. De esa manera, los panistas disidentes se verían obligados a votar en público, o a confesar, por lo menos tácitamente, que se aliaron al PRI, a Gamboa y a Peña Nieto. Si por algún motivo eso exigiera una dosis de testosterona, de la cual los legisladores frentistas carecen, podrían todos convocar a la prensa inmediatamente después de la votación para aclarar cómo votaron. Las consecuencias serían las mismas.
Por último, si tampoco se atrevieran a eso, tendrían la opción de retar a los panistas a confesar su complicidad con el PRI, si es que Peña Nieto gana. En efecto, no habría otra explicación de cómo el PRI logrará los 65 votos necesarios, salvo los disidentes. Si les alcanza a los priistas, el estigma para el pequeño grupo de panistas sería su mayor castigo, a condición que el Frente opositor actuara como oposición. Es una batalla del tamaño del fiscal carnal, y se juega en la postura de los disidentes carnales.
FUENTE: EL FINANCIERO
AUTOR: LA REDACCIÓN
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