Un claro ejemplo de la profundización de esa crisis es el registro de homicidios que lleva el gobierno federal: las más recientes cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública indican que octubre fue el mes con más asesinatos en México no de este año, sino de los últimos 20 años.
En total se registraron 2 mil 371 ejecuciones en todas las entidades del país. Lamentablemente, la situación es todavía más crítica, pues esa cifra de ninguna manera representa la totalidad de vidas que cobra la violencia: muchas víctimas permanecen sin contabilizarse debido a que sus cuerpos son desaparecidos por los victimarios –que pueden ser particulares, algunos de ellos miembros de mafias, pero otros son agentes del Estado, como ya se ha demostrado en algunos crímenes de lesa humanidad– o porque sus propios familiares ocultan los hechos para no sufrir mayores represalias, en particular en las serranías y pueblos más alejados, donde manda el crimen.
Factores que incrementan la violencia
Esta violencia es, en primer lugar, responsabilidad del gobierno mexicano (en sus tres niveles y en sus tres poderes); y, en segundo lugar, del gobierno de Estados Unidos, principal fuente de financiamiento de la “guerra” contra el narcotráfico, que no en 1 década no ha podido socavar a los delincuentes ni a sus negocios.
Y es justamente nuestro vecino del Norte el que se asombra por los niveles de inseguridad y sobre todo de brutalidad que hemos alcanzado, por lo que sus investigadores estudian permanentemente los factores que nos han conducido a la crisis actual.
Aunque sus análisis no suelen observar la responsabilidad de su propio gobierno, nos sirven para acceder a más datos que en México se nos ocultan y para entender desde una perspectiva externa hechos que, sin duda, influyen en los niveles de violencia.
Uno de esos análisis –publicado el 8 de noviembre pasado por June S Beittel, analista en asuntos latinoamericanos del Congressional Research Service– da cuenta de tres importantes factores que impulsan este aumento en la violencia: la continua fragmentación del Cártel de Sinaloa; la competencia que se ha generado entre los grupos criminales para abastecer el floreciente mercado de Estados Unidos, sobre todo la demanda de heroína; y lo que considera como los “ineficaces esfuerzos” de México para aplicar la ley contra los cárteles del narcotráfico, cuyo punto de éxito sería la eliminación del crimen.
Más que ineficaces, podríamos afirmar que se trata de los prácticamente inexistentes esfuerzos del gobierno mexicano por acabar con estos negocios, pues hasta ahora no se han combatido para nada las finanzas y las empresas que mantienen en pie a los criminales.
Pero volviendo al análisis de Beittel –titulado “¿Por qué la violencia está rebotando en México?”–, en este se apunta que esas organizaciones criminales consideradas de carácter trasnacional generan violencia extrema dentro de México, donde ejercen influencia territorial en grandes franjas del país, sobre todo cerca de centros de producción de drogas ilícitas y rutas de tráfico. En particular, cuando esos grupos se enfrentan a otros por el control de esas plazas.
Agrega que esos cárteles han sido identificados por años como la mayor amenaza del crimen organizado para Estados Unidos, dado sus fuertes vínculos con el tráfico de drogas, lavado de dinero y otros delitos.
El estudio reporta que, en 2016, 24 de los 31 estados de México han experimentado un aumento en los homicidios. Y que en este 2017 los homicidios han continuado al alza.
“Si esta tendencia continúa, México finalizará el año con una tasa de homicidios superior a 18 por 100 mil, lo que convertiría a 2017 en su año más violento en el registro.”
Fragmentación del Cártel de Sinaloa
Para Beittel, la extradición del capo Joaquín Guzmán Loera, alias Chapo, ocurrida en enero de 2017, marcó esa tendencia creciente de brutalidad atribuida a los narcotraficantes.
El Cártel de Sinaloa, refiere, había dominado el narcotráfico mexicano durante décadas bajo la dirección de Guzmán Loera, compitiendo violentamente con otras organizaciones criminales más pequeñas de su “propia federación”, que se separaron en 2008. También, recurriendo a la violencia y al soborno para obtener la “cooperación” de las autoridades encargadas de combatirlo.
Sin embargo, indica que el arresto del Chapo a inicios de 2016 cambió la dinámica del Cártel, al aumentar las luchas internas. Esa debilidad fomentó a su vez que los cárteles rivales incrementarán sus disputas por su “vasto imperio” en el tráfico de cocaína, metanfetamina, mariguana y heroína.
“Para 2017, el anteriormente dominante Cártel de Sinaloa comenzó a dividirse en facciones, con tensiones intraorganizacionales que engendran mayor violencia. También, el Cártel Jalisco Nueva Generación desafió directamente a sus antiguos aliados en Sinaloa y enfrentó directamente al gobierno mexicano en varios estados clave”, refiere el análisis.
Esa fragmentación constante, sumada a la lucha que de por sí enfrentaba el Cártel de Sinaloa con bandas rivales, habría conducido, en parte, a los terribles niveles de inseguridad y violencia que enfrentamos los mexicanos.
Tras una década de “guerra” en su contra, resulta evidente que en el gobierno lejos de combatir el narcotráfico y todas las variantes del crimen organizado, se les solapa y en algunos casos se les impulsa. O, ¿cómo entender una “guerra” que olvida quitarles el dinero sucio con el que compran armas, casas de seguridad y hasta corrompen autoridades?
FUENTE: CONTRALINEA
AUTOR: NANCY FLORES