Para entender a dónde se dirige la cuarta parte de la población mexicana que representan poco más de 30 millones de jóvenes, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), es necesario entender su presente.
Hablamos de una minoría vulnerable que se enfrenta a carencias sociales y que, debido a los inadecuados manejos del Estrado, desconfía del sistema, de las instituciones públicas y del gobierno, concuerdan los analistas.
En los últimos 88 años, las juventudes mexicanas han formado parte de un proyecto político. Sólo que conforme fue transcurriendo el tiempo, la claridad del mismo se desdibujó, explica el doctor Hector Castillo Berthier, sociólogo del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en su libro Juventud, Cultura y Política Social (2008).
La creación de diferentes organismos, cambiantes de prioridades, objetivos y estrategias; el ensanchamiento de las burocracias y la rotación permanente de funcionarios, son algunos factores que complicaron, paulatinamente, el diseño de políticas públicas congruentes con las necesidades y demandas de la población joven en México.
De 1930 a 1977, el proyecto político y de desarrollo de lo que es ahora el Partido Revolucionario Institucional (PRI), incluyó a las juventudes de los sectores obrero, campesino, popular y militar para fortalecer sus estructuras y comandar al país.
Entonces hubo afinidad política entre el gobierno y los jóvenes organizados, cocida, al principio, en el bullente clima post-revolucionario e impulsado, después, con el “desarrollo estabilizador” y su idea de crecimiento económico sostenido [1940-1970].
A partir de 1977 y hasta 1997, la plataforma partidista fue incluyendo a los jóvenes como el “brazo derecho del gobierno para el apoyo directo del partido oficial”, hasta desembocar en una separación entre el proyecto de gobierno y los códigos culturales de la sociedad, escribe Berthier.
Es decir, el partido dejó de impulsar a los jóvenes como parte de su plan de desarrollo –bajo la acción del Estado benefactor– para simplemente utilizarlos como combustible de su maquinaria.
El legado –ulterior a los manejos del PRI, porque ya hemos tenido dos administraciones panistas–, plantean los especialistas consultados, fue la “inepta política actual” y el abandono sistemático de los jóvenes.
¿HACIA DÓNDE VAN LAS JUVENTUDES?
“El desamparo, el desarraigo y los temores frente a un futuro expropiado” por las precariedades estructural [marginación social] y subjetiva [falta de identidad con la sociedad y su Estado], además de la crisis de legitimidad de la política, hacen que las juventudes funcionen de manera individual, refieren Rossana Reguillo Cruz, coordinadora del Programa Formal de Investigación en Estudios Socioculturales de la Universidad Jesuita de Guadalajara; y Alfredo Nateras Domínguez, antropólogo especializado en psicología social de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) campus Iztapalapa.
De ese modo, lejos de identificarse por un sentido comunitario basado en principios y valores, los jóvenes se identifican por las carencias y los atropellos que experimentan.
Y desencantados del Estado, en medio de una crisis social, las juventudes actúan de manera positiva [a favor de la sociedad] o negativa [de manera individual y hasta violenta], comentaron a SinEmbargo antropólogos y politólogos.
Por el lado positivo, las juventudes se organizan y participan en su entorno, a partir de lo que Reguillo Cruz denomina como “comunidades de sentimiento”. Es decir, “formas de participación social y política”, que lejos de tener una estructura ideológica, son “reivindicaciones de resistencia culturales”, explicó el doctor Nateras.Esto quiere decir que las juventudes operan y se organizan para resolver los problemas inmediatos.
Ejemplos sobran: “Los indignados” con políticos y banqueros en España; “Somos el 99%”, los que criticaron, en todo el mundo, el manejo de las economías nacionales por una minoría millonaria; el “#YoSoy132” en México, que pugnó por la libertad de expresión, entre otras cosas; o “Wikipolítica”, la plataforma ciudadana que llevó a Pedro Kumamoto a obtener una diputación en Jalisco.
El fenómeno de protesta desde el sentimiento de hartazgo y no desde las instituciones –incluidas las ideologías– se acrecentó gracias al desarrollo de las tecnologías, sobre todo a raíz de la llegada de las redes sociales.
“La tecnología es un marcador central en las identidades juveniles y un dispositivo que arma, forma y da sentido a su vida y a sus prácticas […]. La tecnología es la marca de época de una juventud que la utiliza tanto para afirmar sus pactos con la sociedad de consumo, como para marcar sus diferencias y críticas a esa sociedad”, refiere Reguillo en su artículo Jóvenes en la encrucijada contemporánea: en busca de un relato de futuro (2013).
Como apuntan Reguillo y Nateras, además de los politólogos Sergio Aguayo, del Colegio de México (Colmex), y Enrique Toussaint, de la Universidad de Guadalajara (UdeG), los jóvenes se articulan desde las redes. Se empoderan y “tienen voz”; se unen y cuestionan; producen extrañamiento y reflexionan. Se vuelven partícipes, el uno del otro, a partir de un sentimiento de desarraigo.
Las juventudes se dirigen, en ese sentido, a un activismo político emergente.
Y no obstante que “existen agrupaciones y movimientos que quieren participar buscando construir una nueva cultura”, jóvenes que “ representan un aporte” según Aguayo, existen también “las bandas de hackers jóvenes que se dedican a la difamación, a la difusión de noticias falsas, y que son mercenarios de la política, porque están al servicio de quien los contrata”, comentó.
Por el lado negativo, mencionaron los especialistas, las violencias juveniles –o conjunto de carencias devenidas de la marginación social, articulado desde la pobreza y la exclusión que definen el comportamiento del sujeto– empujan a las juventudes a ser víctimas o victimarios.
Por el lado de las víctimas, las cifras del Inegi arrojan que entre el 2012 y el 2016, una de cada cinco víctimas de homicidio fue un joven de entre 15 y 24 años. Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en ese periodo hubo 92 mil 541 homicidios dolosos registrados.
Como coeficiente, los datos del Inegi y del Secretariado implican que en un periodo de cuatro años murieron al menos 18 mil 508 jóvenes en circunstancias de violencia. Una cifra espeluznante.
Por el lado de los victimarios, en México, tenemos que unos 30 mil niños y jóvenes trabajan para la delincuencia organizada en actividades que van desde la extorsión y el tráfico de personas, hasta la piratería y el narcotráfico, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
No es de extrañar que en este contexto de carencias estructurales y subjetivas, el 32.8 por ciento de la población carcelaria en México esté compuesta por jóvenes de entre 18 y 29 años, según la última Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL) del Inegi.
Además, en el aspecto negativo, están los jóvenes obligados a emigrar por circunstancias adversas como el desempleo, la falta de oportunidades, el miedo a la violencia, o “porque no les queda de otra”, refieren los especialistas. Situación que los hace “altamente vulnerable en todo ámbito”, explica la Secretaría de Salud.De acuerdo con el Inegi, “la migración es el cambio de residencia de una o varias personas de manera temporal o definitiva, generalmente con la intención de mejorar su situación económica, así como su desarrollo personal y familiar”.
Y este fenómeno es una “llamada de atención al sistema, al modelo sociopolítico y económico, porque señala un fracaso, un quiebre, una angustia vital”, explicó la doctora Rossana Reguillo Cruz.
En México, cuatro de cada diez emigrantes tiene entre 15 y 24 años de edad. Y casi tres de cada 10, entre 25 y 34 años, arrojan cifras del Inegi.
Así pues, por el lado de lo negativo, las juventudes se dirigen a sufrir o a reproducir, como dijera Aguayo, “lo peor de nuestra Nación”.
FUENTE: SIN EMBARGO
AUTOR: EFRÉN FLORES.
LINK: http://www.sinembargo.mx/16-02-2018/3382453