En ese sentido, el primer problema estructural al que se enfrentan las juventudes mexicanas es a la marginación social. Reconocer esta condición estriba, principalmente, en dos elementos clave, que son el acceso a la educación y a las oportunidades económicas.
Estas dos diferencias hacen que haya dos Méxicos, reconoce la doctora Rossana Reguillo Cruz, coordinadora del Programa Formal de Investigación en Estudios Socioculturales de la Universidad Jesuita de Guadalajara.
“Un México donde hay jóvenes conectados e iguales, en el sentido de accesos; y un México de jóvenes desconectados, desiguales y precarizados”, comentó en entrevista con SinEmbargo.
Para la especialista en culturas juveniles, existe un avance “de la precarización para las y los jóvenes, en el sentido de pérdidas de garantías sociales”, porque son generaciones que no tendrán derecho a pensión, salud universal, buenos salarios, entre otros. Y las cifras oficiales, al respecto, no son alentadoras.
Por un lado, refiere el Inegi, sólo el 32.9 por ciento de la población joven cuenta con educación escolar. Esto es, 10.1 millones de jóvenes que asisten a la escuela en la actualidad.
Ahí se inscribe la población universitaria, que según la Secretaría de Educación Pública (SEP) es de 2.93 millones de personas mayores de 20 años. Y de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hasta 2017 en nuestro país, sólo el 17 por ciento de las personas entre 25 y 65 años lograron terminar una carrera universitaria.
En la opinión de Enrique Toussaint, politólogo de la Universidad de Guadalajara (UdeG), en México “se ha entendido la educación puramente como la construcción de capital humano para el mercado de trabajo”. Ésto a raíz del desvanecimiento del Estado benefactor en la década de los ochenta y la llegada del neoliberalismo tecnócrata, sobre todo durante el sexenio del ex Presidente Miguel de la Madrid Hurtado [1982-1988].
Es decir, cuando el Estado recortó su función social y dejó, al capital de libre mercado, tanto la justicia y la seguridad sociales, sin haber preparado a la sociedad para competir en un mundo globalizado. “Fue abandono”, acusan los analistas.
Si consideramos que la tercera parte de las y los jóvenes mexicanos asiste a la escuela, entonces la gran mayoría de ese capital humano no está adecuadamente preparada para enfrentarse al mercado laboral. Eso nos lleva al siguiente punto: las desigualdades económicas.
“Dejar la escuela antes del tiempo establecido significa el riesgo de continuar el aprendizaje predominantemente en las calles”, explica el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Debido a ello, las capacidades y oportunidades de los jóvenes “se ven recortadas de manera drástica”, situación que conlleva más riesgos de salud, condena a vivir en pobreza y, en muchos casos, la obligación de “aceptar trabajos mal pagados, peligrosos o incluso en condiciones de explotación”.
La última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Inegi arrojó que la paga de un profesionista oscila entre 9 mil y 11 mil 282 pesos mensuales. Para quienes no tuvieron la oportunidad de llegar a la universidad -98 de cada 100 jóvenes mexicanos, según el Foro Económico Mundial- las oportunidades de un salario digno se encogen.
Así, en México, la mayor parte de la población económicamente activa [37.2 por ciento de la población] gana entre mil 500 y ocho mil pesos al mes; y sólo el 1.7 por ciento supera los 20 mil pesos mensuales, refieren cifras de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF) del Inegi.
Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), preocupa el hecho de que casi la mitad de los jóvenes mexicanos de entre 15 y 29 años de edad [12.2 de 30.6 millones de connacionales] sean “vulnerables” a enfrentar dificultades para acceder a un trabajo “decente” que incluya la posibilidad de un buen salario y seguridad social.
La falta de acceso a oportunidades, refieren los especialistas, se agrava para los sectores poblacionales más endebles, sea por ejemplo en el caso de las mujeres [el 51.7 por ciento de la población joven]; los indígenas, que según el UNICEF, ocho de cada 10 –es decir, 12.6 millones de mexicanos– son pobres y la mitad de ellos son indigentes; o los 8.5 millones de jóvenes de entre 12 y 29 años de edad que viven en el campo; o el 2.2 por ciento de las juventudes de 15 a 29 años que presentan alguna discapacidad, según datos del Inegi; entre otros.
Asimismo, la falta de empleos y el grado de deserción escolar en México, nos convierte en una nación en donde el 25 por ciento de las juventudes de entre 15 y 29 años –o 7.5 millones de jóvenes– son personas que no estudian y tampoco trabajan, refieren datos del Banco Mundial y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Seis de cada 10 “ninis”, como son conocidos, “provienen de hogares pobres y vulnerables”, señalan los organismos internacionales.
Ese abandono contra las juventudes, en el que además el Estado ya no es un “modelo identificatorio”, hace que aparezcan en escena otros actores y circunstancias que los arropan, “reemplazando a la sociedad y al Estado como modelo identificatorio”. Es decir, el crimen organizado y la economía informal, mencionó a SinEmbargo el doctor Alfredo Nateras Domínguez, antropólogo especializado en psicología social de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) campus Iztapalapa. “Y estamos fallando como sociedad”, concluyó al respecto.
Así, deslavado el futuro de muchos jóvenes por el abandono sistemático, se esfuma también el potencial de un gran país, concuerdan los analistas. Porque las juventudes son el reflejo de lo mejor y de lo peor de nuestra nación y el Estado no les está invirtiendo lo suficiente. “Es miopía”, comentó la doctora Reguillo Cruz.
UN CÍRCULO VICIOSO
A pesar de que las juventudes en México se enfrentan a una encrucijada que incluye a un sistema excluyente y que los criminaliza, refieren analistas y expertos consultados por SinEmbargo, para bien y para mal, protagonizan parte del cambio social que experimentamos.
Diversos por su raza, género y preferencia sexual, estrato socioeconómico, idiosincracia e ideología, entre otros, las y los jóvenes no constituyen “un todo homogéneo, ni una categoría universal”, explicaron Reguillo y Nateras. Empero, la circunstancia de oportunidades los define como individuos de una sociedad determinada.
En ese respecto, el doctor Sergio Aguayo Quezada, politólogo del Colegio de México, dijo que los “jóvenes replican o están incorporados en agrupaciones de valores” que son reflejo del entorno en el que viven. Él reconoce tres niveles de construcción de valores.
Uno limitado a las esferas más próximas al individuo –aquellas aprehendidas en el hogar o a partir de familiares y amigos-. Otro que corresponde a “esferas intermedias” – grupos o instituciones a las que se incorpora una persona, como la escuela, las pandillas, las asociaciones, entre otros-. Y un tercer nivel, que “es la manera en que estos organismos intermedios [agrupaciones de individuos] se relacionan con el Estado de derecho y el Estado paralelo [lo ilegal].
Al margen de este último nivel –del desarrollo del individuo a partir de lo legal o de lo ilegal– podemos decir que hay dos circunstancias de vida para los jóvenes.
Dentro del marco de lo legal, la doctora Rossana Reguillo Cruz distingue jóvenes “inviables”, quienes carecen “de cualquier tipo de inserción social y opción de futuro”; jóvenes “asimilados”, quienes se insertan en el mercado bajo condiciones difíciles de trabajo; jóvenes “incorporados”, quienes gozan de garantías sociales y formas de inserción laboral y educativa dignas; y jóvenes “privilegiados” con capital económico, social y cultural.
Y en el marco de lo ilegal, Reguillo distingue a los “paralegales” –o partícipes del “Estado paralelo”, según Aguayo–, quienes optan por el narcotráfico, el crimen organizado e inclusive la economía informal.
El problema, comentó Aguayo Quezada a SinEmbargo, es que “entre el 20 y el 30 por ciento de la sociedad mexicana es proclive a la ilegalidad, mientras que la otra parte es proclive al Estado de derecho o es apático”. Y eso es lo que replican los jóvenes: “Lo bueno y lo malo de la sociedad, que los mayores construimos”, explicó.Hoy en día, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), alrededor de 30 mil niños y jóvenes en México trabajan para la delincuencia organizada en actividades que van desde la extorsión y el tráfico de personas, hasta la piratería y el narcotráfico.
Los jóvenes que no terminan en manos del narcotráfico, por la vía “paralegal”, terminan participando de la economía informal. Y de acuerdo con el Inegi, en la actualidad, seis de cada 10 jóvenes mexicanos laboran en la informalidad. De ellos, un 34 por ciento gana de uno a dos salarios mínimos [entre dos mil 500 y cinco mil pesos mensuales] sin opción de beneficios sociales.
VIOLENCIAS JUVENILES
Las juventudes son víctimas y victimarios de la violencia desatada por la guerra contra el narcotráfico -por ejemplo, entre 2012 y 2016, una de cada cinco víctimas de homicidio fue un joven de entre 15 y 24 años, refiere el Inegi-. Sin embargo, las violencias juveniles no se limitan a la corredera de sangre. Son el conjunto de carencias devenidas de la marginación social, articulada desde la pobreza y la exclusión, que definen el comportamiento del sujeto.
Como consecuencia del entorno social al que gran parte de los jóvenes se enfrenta, los doctores Rossana Reguillo Cruz y Alfredo Nateras Domínguez concuerdan en que las violencias juveniles se instalan en un sentido de vacío de legitimidad de los jóvenes, para con la figura de autoridad.
“El llamado ajuste estructural en diferentes países del orbe, para efectos prácticos significó el adelgazamiento del Estado y lo que se llamó minimalismo de las políticas sociales; la aceleración de la tecnología favoreció una rápida globalización cultural, y el creciente poder del mercado con su oferta ilimitada de identidades colocó como valor fundamental el consumo. Estos tres procesos han tenido un impacto profundo en las biografías, trayectorias y prácticas juveniles”, explica Reguillo en su artículo Jóvenes en la encrucijada contemporánea: en busca de un relato de futuro (2013).
En ese sentido, la también experta en culturas urbanas refiere que la erosión de las expectativas a futuro, el aumento exponencial de la precariedad tanto estructural [marginación] como subjetiva [falta de identidad con la sociedad y su Estado], además de la crisis de legitimidad de la política, hacen que las juventudes funcionen de manera individual.
Así pues, lejos de identificarse por un sentido comunitario basado en principios y valores, se identifican por las carencias y los atropellos que experimentan. Y desencantados del Estado, en medio de una crisis social, las juventudes actúan de manera positiva [a favor de la sociedad] o negativa [de manera individual y hasta violenta], refieren los especialistas consultados por SinEmbargo.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: EFRÉN LÓPEZ.
LINK: http://www.sinembargo.mx/12-02-2018/3381767