Con el argumento de que México “es un país presidencialista”, Andrés Manuel López Obrador ya empezó a dar muestras de que tomará acciones autoritarias, un estilo que se creía superado en el país luego de la derrota del PRI: incorporó a su aún inexistente gabinete a personajes que el domingo 1 ganaron lugares –que no ocuparán– en el Senado o la Cámara de Diputados, “sugirió” nombramientos que corresponden al Poder Legislativo; aún sin ser presidente electo marca la agenda nacional, y colaboradores suyos contradicen ya algunas de sus ofertas de campaña.
La tarde del 26 de junio, Andrés Manuel López Obrador, en un acto de campaña en el municipio mexiquense de Los Reyes La Paz, respondió a un reportero estadunidense que lo cuestionó sobre el carácter unipersonal de su propuesta anticorrupción: dijo que México es un país presidencialista y que, para erradicar la corrupción, el ejemplo del mandatario en turno es lo más importante, aunque eso no se entendiera sin los referentes históricos mexicanos.
Tal idea, palabras más o menos, ya la había delineado varias veces, desdeñoso de los sistemas de transparencia y anticorrupción a los que llegó a llamar “fifís”, calificativo que usó también con especialistas y miembros de organizaciones ciudadanas que los promovían.
Con la victoria del domingo 1, López Obrador desató una frenética actividad que lo ha llevado a recorrer las formas del presidencialismo. Y aunque aún no tiene el nombramiento de presidente electo, sus posiciones y declaraciones ya provocan polémica.
Pronto acaparó la agenda pública y se reunió, a petición suya, con el presidente Enrique Peña Nieto en Palacio Nacional; dio forma a varias de sus propuestas de campaña; se reconcilió con el sector empresarial y anunció nombramientos de lo que será su gabinete, con margen hasta para “dar línea” al Poder Legislativo.
La noche del domingo 1, en sus dos mensajes triunfales dijo que será respetuoso de las libertades, la división de poderes y la autonomía de estados y municipios, como ya lo había hecho en su cierre de campaña.
Pero el miércoles 4 invitó a Alejandro Solalinde a presidir la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, a cuyo actual presidente le queda un año en el cargo y cuya normatividad prefiere un abogado. Aunque el sacerdote declinó, nadie reparó en que la designación de ese puesto le corresponde al Senado.
Al día siguiente anunció el primer cambio de un gabinete que aún no existe: Héctor Vasconcelos, anunciado en diciembre como el futuro canciller, se retiraba para ocupar el escaño ganado en el Senado; en su lugar quedará Marcelo Ebrard Casaubón.
Entonces López Obrador incurrió en un segundo desliz: durante la conferencia de prensa para el anuncio, admitió que si bien no era su facultad, vería “muy bien” que Vasconcelos presidiera la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Senadores.
No fue todo. El miércoles 11, lejos de la “sana distancia” que se exigía al PRI y al PAN cuando sus candidatos llegaban a la Presidencia, tuvo un encuentro con los legisladores electos de Morena y ahí anunció, cual cabeza de partido, que Ricardo Monreal sería el jefe de la bancada morenista en el Senado.
Lo justificó así: “Es un compromiso, no es una orden. Es un compromiso político que tenía la obligación de transmitir, como el compromiso, no orden, de considerar a Héctor Vasconcelos como coordinador de Relaciones Exteriores. Son los únicos dos compromisos políticos que se hicieron en la campaña”.
Fragmento del reportaje publicado en Proceso 2176, ya en circulación.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA.
LINK: https://www.proceso.com.mx/542977/los-deslices-autoritarios-de-amlo