Es claro que el partido Morena fue creado como una plataforma que permitiera a Andrés Manuel López Obrador mantenerse vigente en la vida pública y tener una vía para buscar, por tercera ocasión, la Presidencia de la República.
Pasadas las elecciones de 2012, pequeños comités, muchos procedentes de la base de apoyo al político originario de Tabasco creados antes de 2006, en su entusiasmo no podían más que despertar empatía pues, muchas veces con ingenuidad, desinterés, en condiciones precarias, con sus propios recursos, ávidos de entender mejor la situación del país, solían ser círculos de estudio y entusiastas comités de apoyo.
Siempre los mismos, se solidarizaban con una causa u otra, marchando a veces en el ámbito de interés inmediato (el transporte, un asunto ambiental, una huelga, un reclamo electoral) y otras de interés nacional (las reformas energética y educativa, los 43, la violencia).
Sacaban unas monedas de sus bolsillos para armar el volanteo. Invitaban a autores, académicos, dirigentes históricos de las izquierdas; organizaban modestos festivales artísticos cooperándose para el sonido y las lonas, de manera que de un rincón a otro del país, la imagen de Morena era desigual: a veces era una morenita caricaturizada, otras una morena escultural; las letras eran de un color o de otro; mezcla de símbolos que iban desde la hoz y el martillo, la estrella roja y el famoso “Amlito” del monero Hernández, o bien, alguna réplica vernácula con los rasgos estilísticos del caricaturista local.
En una reunión se escuchaban las arengas más incendiarias; en otro lugar, un discurso obrero más próximo al trotskismo; la mayoría tenían un matiz con poca identidad ideológica, quizá unas nociones de democracia electoral y ciudadanía. Y López Obrador los visitaba, a veces viajaba cientos de kilómetros para reunirse con diez o 15 personas, hablaba con ellos, escuchaba sus problemáticas y seguía. Por años fue así.
El año pasado, cuando mejoraron las posibilidades, llegaron nuevos morenistas que ya nada tenían que ver con los primeros. Algunos eran aquellos contra los que los amlistas habían luchado en su ámbito: priistas y panistas que defendieron las políticas contra las que se oponían; exgobernantes represores de luchas sociales; caciques o empresarios explotadores.
Protestaron en la campaña presidencial, pero López Obrador les decía que se serenaran, que era necesario para lograr el cambio, que era gente de buena fe, que “el movimiento” era plural. Al interior de Morena el análisis es ese: eran necesarias las alianzas para ganar y poder implementar el proyecto de nación, palabras más o menos, fue lo que me dijeron Martí Batres y Yeidckol Polevnski, de manera que los tres dirigentes que ha tenido ese partido piensan más o menos igual.
El arribo de políticos profesionales con formas y fondos de otras tradiciones de participación, frente a los entusiastas ciudadanos amlistas, platea la mayor interrogante sobre el tipo de partido en que se convertirá Morena: si dejará de ser la plataforma que llevaría a López Obrador a la Presidencia para ser competitivo por si mismo en otras elecciones, o si dio de sí cuando cumplió su objetivo.
Un anticipo de eso, está en el perfil político de los llamados “superdelegados” o coordinadores en entidades federativas y regiones, pues entre ellos son muchos los ahora exdirigentes de Morena y los que aspiran a gobernar una entidad, por lo que se hace irremediable concluir que se tratará de una nueva estructura corporativa con objeto electoral, bajo control presidencial.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: ARTURO RODÍGUEZ GARCÍA.
LINK: https://www.proceso.com.mx/547577/el-futuro-de-morena-2