En América se estaría viviendo un momento de correlación de debilidades que aqueja tanto al neoliberalismo como al neodesarrollismo. En éste, las reivindicaciones inmediatas y urgentes de las grandes mayorías pueden ser sintetizadas en la recuperación de algún tipo de Estado que garantice su acceso a servicios básicos de educación, salud y seguridad social, y preserve los derechos de los trabajadores
Lo que distingue al artículo es, sobre todo, su decidida orientación hacia el futuro, y a la creación de las circunstancias necesarias para abrir paso a una vida mejor para los pueblos de nuestra América.
Esa novedad se expresa en el núcleo principal del texto, dedicado al análisis de las victorias que en su momento obtuvo la reacción neoliberal. No todos los éxitos obtenidos por la contraofensiva reaccionaria, dice el autor, “pueden achacarse a la avidez, las artimañas y el poder económico y mediático de las derechas, ni al patrocinio común del imperialismo”.
Mas, agrega, debe atribuirse “a acomodamientos, imprevisiones y equívocos del liderazgo” que administró aquellos gobiernos progresistas, que “minusvaloró el papel de sus partidos y de las organizaciones populares”.
Hoy, añade, tiene poca utilidad “atribuir su actual reflujo sólo a las vilezas de los medios de la clase dominante y sus mentores foráneos”, pues esos medios “sólo son tan eficaces como las deficiencias de las izquierdas se lo facilitan al hacer más vulnerables a sus gobiernos”.
De este modo, los éxitos y fiascos generados en la primera década y media de este siglo por aquellos gobiernos “suman una experiencia de enorme valor político, que debe analizarse con autocrítica responsabilidad.”
Esa autocrítica permitirá “obtener lecciones prácticas para erradicar las equivocaciones y desarrollar los aciertos de la recién pasada oleada progresista, para darle mejor armazón ética, política y de organización popular a la que ahora viene”.
Esa nueva oleada, dice, se forma al calor tanto del desastre en que han venido a encallar los gobiernos de Argentina y Brasil, como de la movilización social expresada en la votación obtenida por Gustavo Petro en Colombia, las expectativas que levantan un Lula y un PT regenerados en Brasil, y la “potente victoria electoral de López Obrador” en México.
Hasta ahora, la crítica política al desempeño de aquellos partidos y gobiernos de la primera oleada progresista era descartada por sus defensores como extremismo de izquierda, carente de asidero en la realidad. La realidad ha venido a demostrar que esa crítica podía adoptar la forma de una exageración unilateral de uno de los aspectos de la verdad, pero no era ajena a ella. Superar ese carácter unilateral, y procurar una recuperación de la verdad, en su conjunto, no será una tarea sencilla.
A primera vista, todo sugiere que estamos ante un momento de correlación de debilidades, que aqueja tanto al neoliberalismo como al neodesarrollismo. Las reivindicaciones inmediatas y urgentes de las grandes mayorías pueden ser sintetizadas en la recuperación de algún tipo de Estado que garantice su acceso a servicios básicos de educación, salud y seguridad social, y preserve los derechos de los trabajadores.
Pero aun esa demanda resultará imposible en el orden de cosas existente, si no ocurre una radical transformación del Estado existente para ponerlo en capacidad de velar por el bienestar de sus ciudadanos.
Esa transformación demandará, ahora sí, una revolución democrática de los trabajadores del campo y de la ciudad. Eso dependerá de la capacidad de las organizaciones políticas involucradas para trascender sus límites de origen. Ninguna de ellas fue creada para ir más allá de esos límites, y su regeneración –si ocurre, y ojalá ocurra– tan solo les permitirá operar de manera más eficiente dentro del orden (y el desorden) que genera la crisis.
Una vez más será necesario estar atento a las diferencias entre las sociedades que concurren al mismo proceso. Se trata de un universo de conflictos que va desde Brasil y Argentina, hasta México y Nicaragua donde la nueva oleada progresista podría verse convertida en reaccionaria si no existe la capacidad política para distinguir la contradicción principal, que se genera en lo profundo del ser social, del aspecto principal de esa contradicción que se expresa en la lucha por el control político del Estado.
Otro problema a prever es el del impacto de una nueva oleada progresista en países como Panamá, donde la primera no tuvo un impacto significativo y cuyos gobiernos recientes han prestado un apoyo entusiasta al proceso de restauración oligárquica en su entorno.
En todos esos países –y Colombia es una muestra– se hace evidente ya una ampliación de la resistencia social a las consecuencias de esa restauración, a pesar del éxito logrado por ella en la desarticulación y la mediatización de las organizaciones del movimiento popular.
En momentos así es bueno siempre un viaje a la raíz que nos ayude a orientar la búsqueda de caminos que nos lleven a una cosecha de frutos nuevos. Y en esa raíz encontramos la advertencia de José Martí a las tareas de análisis y decisión en tiempos de riesgo y oportunidad como los que encaramos:
A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos.[2]
Lo que eso signifique para nuestros tiempos definirá el modo más adecuado de establecer y encarar los desafíos que hoy encaran nuestros pueblos, en la circunstancia propia de cada uno. Lo más importante, aquí, será la claridad en los fines a alcanzar, como en los medios que demanden. De otro modo, correremos una vez más el riesgo de que sean los medios los que determinen los fines, y la crisis se convierta en el modo de ser de nuestras sociedades.
FUENTE: CONTRALINEA
AUTOR: PRENSA LATINA