La decisión de Donald Trump de cortar la asistencia—unos 700 millones de dólares—a tres países centroamericanos expulsores de migrantes, es una bofetada a Andrés Manuel López Obrador, quien insiste en que la mejor manera de desincentivar la migración es atacando sus causas principales: la pobreza y la violencia. El diagnóstico de AMLO es correcto. El problema está en que encuentra oídos sordos en Washington. Sus exhortos para que Estados Unidos invierta miles de millones de dólares en proyectos de desarrollo en Centroamérica y el sur de México chocan con el racismo y la cerrazón del inquilino de la Casa Blanca.
Ayudar a otros países para que sus poblaciones no tengan que emigrar en búsqueda de una mejor vida es una herramienta que no está en el manual de política exterior de Trump. De ahí que resulta poco creíble la versión de AMLO de que en su polémica reunión privada con Jared Kushner el mes pasado “hubo avances” para alcanzar un acuerdo sobre una inversión de 10 mil millones de dólares para Centroamérica y el sureste mexicano. Eso no va a suceder. Si Trump creyera en el planteamiento de López Obrador no hubiera cancelado la ayuda a Centroamérica, amenazado con cerrar la frontera y clausurado el Gobierno federal cinco semanas porque el Congreso rechazó darle dinero para su muro. El plan, por más acertado que sea, no tiene futuro bajo Trump.
Las órdenes no sólo son para quitarle a Centroamérica la asistencia humanitaria y económica sino también para suspender los programas de procuración de justicia que buscan reducir los niveles de violencia. En los últimos tres años, la ayuda estadounidense a El Salvador logró bajar la tasa de homicidios, la más alta del mundo, según la ONU. Gracias a esos fondos estadounidenses también se redujo el número de aprehensiones de centroamericanos en la frontera de 72 mil en 2016 a 32 mil en 2018. Estos resultados, por incipientes que sean, muestran que la asistencia funciona y que es posible reducir la migración con una estrategia correcta que combine desarrollo económico y procuración de justicia.
El aumento a 100 mil detenciones en la frontera en marzo, el número más elevado desde 2006, es testimonio del rotundo fracaso del enfoque represivo de Trump. Las familias centroamericanas que piden asilo en las puertas de Estados Unidos prefieren probar su suerte con un Gobierno hostil a arriesgar sus vidas y las de sus hijos en países sumidos en la violencia y la pobreza, con gobiernos ineptos y corruptos. Resulta paradójico, por tanto, que entre más endurece Trump las medidas policiaco-militares en la frontera, más crece el flujo migratorio.
Para no hacer enojar a Trump, el Gobierno de López Obrador ha cumplido sin protestar las exigencias a expensas del presupuesto mexicano. México ha deportado a miles de migrantes, ha dado visas humanitarias para persuadirlos a no cruzar la frontera, y ha albergado y dado trabajo a otros tantos. Presionado por Washington aceptó a regañadientes que Estados Unidos devuelva a cientos de solicitantes de asilo para que esperen el resultado de sus largos tramites legales en México. Las presiones para que México sirva de sala de espera son equivalentes a las presiones pasadas para que México pagara por el muro. Como en el peñismo pueden devenir en la discordia que trunque la posibilidad de alcanzar la “relación de amistad, de cooperación de ayuda mutua” que aspira tener AMLO.
López Obrador dijo esta semana que no se confrontará pues así se lo pidió la población. “Ya me lo dijeron mis expertos internacionalistas. Le pregunté a la gente si querían que contestáramos cuando se hace mención de México y me dijeron que no, y fue así unánime”, dijo al recordar la consulta ad hoc en un lugar de provincia. Lo cierto es que no dejó espacio para que el pueblo “sabio” dijera otra cosa. Fue una respuesta inducida. “¿Verdad que debemos llevar buenas relaciones con el Gobierno de Trump?”, preguntó. El grupo de fieles seguidores no lo iba a contradecir. El “pueblo bueno” tampoco hubiera disentido con él si la pregunta hubiera sido: ¿Verdad que debemos defender la dignidad nacional independientemente de quien sea el agresor? Me pregunto si AMLO le tiene miedo a Trump.
El Presidente justifica su condescendencia con base a una interpretación ortodoxa de la política exterior de no intervención y autodeterminación de los pueblos. Como lo he dicho en previas ocasiones, la no intervención no impide el legítimo derecho soberano de expresar desacuerdos y de defender la dignidad nacional. Muchos en México justifican y hasta defienden la retórica antimexicana tóxica de Trump que porque está dirigida a su base dura de electores. Sin embargo, no ven, o no quieren ver, que fomenta la xenofobia y la discriminación contra los mexicanos, y retrata a México como un país salvaje y violento. Ni qué decir del efecto negativo que tiene sobre la vida diaria de millones de mexicanos que vivimos en este país. Defender a México no es confrontarnos sino usar la autoridad que da la legitimidad como fuerza moral para poner los intereses nacionales por encima de todo y de todos. México no merece menos.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: DOLIA ESTÉVEZ.
LINK: https://www.sinembargo.mx/05-04-2019/3561454