lunes, 10 de junio de 2019

¿Por qué los jóvenes huyen del empleo en la maquila de Juárez? Tenemos que hablar de salarios

Tienen diecisiete, veintiuno, veintiocho años. Pertenecen a la generación 15 del programa Desafío, una iniciativa de la Fundación Comunitaria de la Frontera Norte que capacita a jóvenes que no estudian ni trabajan, y que viven en zonas vulnerables, riesgosas, con alta incidencia delictiva. Todos estos jóvenes viven en Ciudad Juárez, una urbe manufacturera industrial situada en Chihuahua y a sólo unos metros de Estados Unidos. Es la otra cara de los mexicanos que deciden no cruzar la frontera y se quedan en el territorio nacional con la esperanza de alcanzar sus sueños.

“¿Trabajan por vocación o por necesidad?”, suelta una joven juarense a un grupo de periodistas. La pregunta, inofensiva en apariencia, desconcierta: estalla por dentro, en diminutas partículas.

Estamos en el aula del Desarrollo Juvenil del Norte A.C, en Ciudad Juárez, sentados en semicírculo, frente a una veintena de jóvenes. Tienen diecisiete, veintiuno, veintiocho años. Y pertenecen a la generación 15 del programa Desafío, una iniciativa de la Fundación Comunitaria de la Frontera Norte que capacita a jóvenes que no estudian ni trabajan, y que viven en zonas vulnerables, riesgosas, con alta incidencia delictiva.



Hace unos minutos, los bombardeamos con preguntas, les provocamos risas, aunque también les aguijoneamos heridas abiertas. Ahora es su turno: quieren saber, con una urgencia sanguinaria, lo que les espera allá afuera, en el mundo laboral.
¿Es cierto que ese nubarrón negro, que carga los sueños rotos, se instalará en nuestras cabezas al paso de los años?, se preguntan, quizá.
Balbuceamos respuestas huecas, vacías. Acudimos al lugar común: “Nunca renuncien a sus sueños”, “¡Échenle ganas!”, “Se sacrifica mucho, pero la recompensa vale la pena”.


Otra joven levanta la mano. Con voz apagada, algo ronca, con su acento norteño, cuestiona: “¿Por qué nosotros? ¿Por qué Ciudad Juárez?”

“Hoy, en Juárez, es más fácil conseguir drogas, un arma o delinquir, que conseguir una beca para estudiar o un trabajo digno que cubra las necesidades básicas”, afirma Javier Gómez Herrera, coordinador de programas y proyectos de la Fundación Comunitaria de la Frontera Norte.

De acuerdo a cifras del Sistema Nacional de Información Básica en Materia de Salud (Sinba), que consigna El Diario de Juárez, la demanda de atención a las adicciones en el ámbito público creció 10 veces entre 2010 y 2017.

Gómez Herrera admite que, al programa, se integran jóvenes con problemas de consumo de drogas, con antecedentes penales, o con rutinas violentas, ya sea como generadores o como víctimas.

“Nosotros no etiquetamos a nadie: aquí se les recibe como a cualquier otro. Nunca los hemos tratado como jóvenes en situación de riesgo, sino como jóvenes con ganas de aprender”.
El programa Desafío consta de 4 fases: la primera, desarrollo de habilidades blandas, como trabajo en equipo, comunicación, autodesarrollo; la segunda, capacitación técnica -a elegir entre nueve especialidades-, como moldeo de plástico por inyección, cosmetología y junior chef; la tercera, prácticas profesionales, y la cuarta, colocación laboral. En algunos casos, tras egresar del programa, regresan a estudiar la preparatoria o se inscriben a la universidad, según sea el caso.

Hace 3 semanas la generación 15, que consta de 224 beneficiaros, distribuidos en 4 municipios: Juárez, Parral, Cuauhtémoc y Chihuahua, engrosaba las estadísticas de jóvenes que no estudian ni trabajan (se calculan 100 mil en toda la entidad, de acuerdo a estimaciones).

En Ciudad Juárez, refiere Gómez Herrera, se construyeron complejos habitacionales alrededor de los parques industriales, con el fin de nutrir de mano de obra barata a la industria maquiladora. No obstante, lo jóvenes, con más frecuencia, se resisten a ese “destino manifiesto”.

“Estamos en una encrucijada: hay crecimiento y empleo, pero cada vez son más los jóvenes que no desean trabajar en puestos operativos”, confiesa Gómez Herrera.
La industria maquiladora en esta ciudad fronteriza, compuesta por 329 empresas manufactureras, reportó una rotación de personal del 12 por ciento.
“Sin estudios ni experiencia, la única opción, para miles de juarenses, es trabajar en un puesto operativo, con un sueldo mínimo”, detalla.

Por esa razón, el programa los capacita para que aspiren a puestos técnicos, con un mejor ingreso.

Tras la capacitación de 22 meses, los egresados pueden colocarse en puestos de trabajo técnicos, especializados, con sueldos de hasta 20 mil pesos mensuales.
“Muchos dirán: ¿Por qué no les pagas la escuela y los insertas en el mercado laboral que está allá afuera? Lo importante, también, es fortalecer sus habilidades blandas”, señala.
Dichas habilidades para la vida, explica, las pondrán en práctica en dos ambientes distintos: la familia y el trabajo.


“No los tenemos en un aula y apuntamos en el pizarrón: ‘El respeto es…’ No. Nosotros lo hacemos a través del deporte. Un balón de futbol les enseña respeto, comunicación, trabajo en equipo”, argumenta.

La Fundación, en la cancha del Desarrollo Juvenil del Norte A.C, los pone a jugar futbol, pero con otras reglas: medio tiempo sin poder hablar, o en equipos de dos personas, o tomados de la mano. “Eso los obliga a diseñar estrategias, a explorar otras formas de comunicación, a trabajar en equipo por un objetivo en común”.

Y eso es todo un reto: en un mismo grupo coinciden jóvenes con circunstancias y necesidades distintas, diametralmente opuestas.
De acuerdo a cifras de la Secretaría de Salud, Ciudad Juárez ocupa el segundo lugar como el municipio que registra el mayor número de embarazos en adolescentes.

Tan solo en 2018, 6 mil 616 mujeres, de entre 15 a 19 años, resultaron embarazadas.

Entonces es usual que, entre los jóvenes que integran el programa Desafío, coincidan adolescentes con padres de familia. En este último caso, la vida de estos jóvenes sufre un vuelco cuando ingresan al programa.

“Algunos tienen un empleo informal: trabajan en las ‘segundas’, que son tianguis de productos usados o de segundamano”, explica Gómez Herrera.
Otros más, los que tienen responsabilidades a su cargo, trabajan como operarios en las maquiladoras, cubriendo el tercer turno: de 11 de la noche a 6 de la mañana.
“Es una rutina intensa: llegan del trabajo, duermen un par de horas, luego llevan a sus hijos a la escuela, duermen otro par de horas y luego vienen acá con nosotros, de lunes a viernes”.

Además los jóvenes enfrentan otra circunstancia, una de las deficiencias de Ciudad Juárez: el transporte público. El “ruteo”, como los juarense le llaman, opera con 28 rutas y mil 900 camiones, de hasta 30 años de antigüedad. Resultado: ciudadanos que invierten hasta 4 horas al día en traslados de su casa a sus centros de estudio o trabajo.

No obstante, con esas jornadas brutales, más las deficiencias en términos de movilidad, el programa, de acuerdo a Gómez Herrera, tiene una tasa de éxito del 70 por ciento. Y desde 2011 han capacitado a 3 mil 900 jóvenes. Sostiene que, tras la capacitación, los jóvenes se colocan en las empresas en menos de un mes.

Si bien la reducción de la violencia –aclara Gómez Herrera– no es el objetivo principal del programa, han sido reconocidos como una iniciativa que reduce los factores de riesgo.
El programa recibe el apoyo del Nacional Monte de Piedad, institución que destina algunos de sus remanentes a Organizaciones de la Sociedad Civil (sobre todo iniciativas con incidencia e impacto real), como es el caso de la Fundación Comunitaria de la Frontera Norte.
“Queremos contribuir a la inserción laboral de jóvenes en condiciones de vulnerabilidad”, apunta Marisol Fernández, directora de Inversión Social de Nacional Monte de Piedad.

Jóvenes expuestos, sin oportunidades, que se desenvuelven en escenarios de violencia, proclives a engrosar las filas del narcotráfico. Ese es el perfil de los integrantes del programa Desafío, de ahí sus preguntas lapidarias.

Son las 9:00 am. El viento sopla fuerte en Juárez. Una lona, que anuncia una vacante de empleo, se bate con violencia. Afuera del Soriana de las Torres y Henequén, sobre la banqueta, se instala de lunes a viernes, una feria de reclutamiento exprés: mesas improvisadas como stands anuncian ofertas de empleo, a nivel operativo, en las maquiladoras de la entidad. Se instalan en este lugar por ser un sitio céntrico, troncal. En esta zona, además, se ubica el 40 por ciento de la industria maquiladora.

Si algún interesado se anima a seguir el proceso de reclutamiento, ese mismo día –en una camioneta tipo Van– los trasladan a la empresas para hacerles las pruebas psicométricas. Dependiendo del turno, en algunos casos, ese mismo día se quedan a trabajar.


El salario mínimo, desde enero de 2019, subió en la frontera: asciende a176.72 pesos al día. Así los sueldos no superan los mil 462 pesos a la semana. Las maquilas, que ofrecen sueldos similares, compiten en otros rubros, como bonos, comedor y transporte.

Lorenzo Monreal es reclutador. Busca personas para las maquiladoras de lunes a viernes, de 8 de la mañana a 6 de la tarde.
–¿Cuánto ofrecen? –le pregunto.
–Wacha, hermano: nosotros te pagamos mil 462 pesos, con transporte, comedor y bono de productividad.
–¿Y a ti, como reclutador, cuánto te pagan?
–Gana más el operador que yo, carnal.
–¿En serio?
–¡Neta! Yo gano mil 250 pesos, con fondo de ahorro, pero sin transporte ni cafetería. Nosotros tenemos que tener, mínimo, la prepa concluida. Al operador le basta la secundaria.
–¡Está cabrón!
–Sí. Está cabrón, pero ni modo, así es este bisnes.
Por fuera, se asemeja a las instalaciones de una universidad; por dentro, a un parque industrial. No es ni uno ni lo otro. El Centro de Entrenamiento de Alta Tecnología (Cenaltec) es un espacio de capacitación para el trabajo.

Hace 20 años, la empresa Phillips, implementó un programa de capacitación para sus operarios. Entonces firmó un acuerdo con el Gobierno del Estado y creó este centro de capacitación, en el que se capacitaba, exclusivamente, a los empleados de la empresa.
“Afortunada, o desafortunadamente, dos años después, Phillips entró en crisis y abandonó Juárez”, cuenta Raúl Varela Tena, director del Cenaltec.

La empresa, entonces, donó al Gobierno del Estado las instalaciones, mismas que, a la postre, se convertirían en el Cenaltec.

El Cenaltec opera con un presupuesto anual de 67 millones de pesos: 60 por ciento recursos federales; 40 por ciento estatales. Eso le permite mantener los subsidios o tarifas especiales.
“Únicamente recuperamos el 30 por ciento de lo que gastamos. Si operáramos en el sector privado, estaríamos en números rojos”, confiesa Varela Tena.
Su oferta académica abarca capacitaciones que van de las 20 hasta las 400 horas: una semana o un año y medio, dependiendo del área de especialización. Se imparten capacitaciones en soldadura, en diferentes modalidades, maquilado convencional, moldeo por inyección de plástico, entre otras.
“Emitimos un reconocimiento con validez oficial de la SEP, pero no es equivalente a otro tipo de estudios como una carrera técnica. No obstante, esa es nuestra mayor ventaja: nos adaptamos rápido a las necesidades de la industria”.

Cada semana, cuenta Varela Tena, visitan a las empresas, con el fin de diseñar planes de entrenamiento a la medida.

Los jóvenes que se capacitan en Cenaltec aprender a operar maquinaria que, ahora mismo, se utiliza en la industria.
Pone un ejemplo: con estudios mínimos de secundaria, el puesto de Tool maker gana hasta 20 mil pesos al mes. Y explica: “Se trata de un técnico especializado en el mantenimiento y reparación de los moldes. Todo producto de plástico pasa por un molde.
En el proceso de inyección, las máquinas suelen sufrir averías. Basta un detalle, un rasguño en el corazón del molde, para que el técnico realice un trabajo casi artesanal, para que la próxima pieza salga como la primera”. De ahí que este tipo de técnicos profesionales sean tan demandados.

En 2018 se inscribieron 12 mil 700 alumnos; egresaron poco más de 10 mil. Algunos de ellos integrantes del programa Desafío.
La última encuesta de egresados del Cenaltec señala que el 70 por ciento de sus egresados logró un incremento del 30% en su salario.


Fernando Zavala, instructor en el Cenaltec, sostiene que los jóvenes del programa, a diferencia de otros jóvenes, tienen un mejor actitud. “No vienen buscándose, sino enfocados al trabajo”, dice.

Sentado frente a una computadora, ataviado con una bata industrial, color azul marino, es difícil imaginar que, detrás de esa cara aniñada, habita un poeta rabioso. Se llama Miguel, tiene 17 años, y se capacita en el Cenaltec.

En su escritorio reposa un cuaderno de espirales, con textos tachados. Podrían ser apuntes sobre los pasos para operar el software que echa a andar los engranajes en una maquiladora. Pero no: en ese cuaderno, que arrastra a todos lados, escribe sus versos.

Se pone de pie. Cuenta: “Entré aquí porque me llamó la atención la electromecánica y también porque quiero ahorrar dinero para hacer lo que quiero, lo que en verdad me gusta”.
–¿Qué es eso que tanto te gusta?
–No es estudio ni trabajo… Mi sueño es cantar… Rap.
–¡Échate una copla! –lo animan los colegas.
Niega con la cabeza, tímido. Intimidado porque, frente a él, un grupo de periodistas lo mira fijamente.
–Ándale. Échate algo que te salga de adentro.
Se anima. Toma su cuaderno y, entonces, el silencio barre con los cuchicheos. Lee:

Desde los trece, escribiendo lo que
este chico se merece,
improvisando entre ritmos y samples,
caminando tranquilo para llegar a lo grande,
con este ritmo que solo se expande.

Mi nombre buscando el brillo,
yo solo escribiendo lo mío,
buscando ese sueño perdido,
cantando en este cuarto tan sombrío y frío
hablando solo conmigo.

Cargo mi libreta y lleno estas finas y buenas letras,
escribiendo canciones,
sintiéndome un gran poeta.

Aquí lo único que tengo es mi familia y mi talento,
tengo en mi mente esta meta completar y lo haré por mí,
esperando un gran momento,
creo que ya es tiempo de hacer este movimiento,
con las semillas que parecen cuervos,
Yo solo escribiendo.

Estallan los aplausos.

–¿Te has presentado en algún lugar?
–Hago improvisaciones en el barrio. Y a veces le entro a las batallas de rap.
–Entonces… ¿Por qué estás aquí?
–Quiero juntar dinero y fundar un sello discográfico, y así cuando sea grande ayudar a los que apenas empiezan.
Tiene 17 años. Y sus ilusiones intactas. Y puede decir, sin que nadie se alarme: “Cuando sea grande…”. Y le entra a batallas de rap: versos, no balazos.


Semillas que parecen cuervos. Vida y muerte enlazadas en una imagen. Ciudad Juárez en un verso.

TESTIMONIOS 

A los 20 años, Jessy Rodríguez ha pasado por una de las decisiones más difíciles de su vida: elegir entre su maternidad o continuar con sus estudios. Creció en una Casa Hogar y, al embarazarse, los directivos del centro de acogida le pusieron una condición: “Si no das a tu hijo en adopción, no podremos apoyarte para continuar con tus estudios”.

“Esa no era una opción para mí”, dice.

Ahora su hijo tiene 2 años, vive en unión libre, con su pareja, quien trabaja instalando alfombras, pisos y acabados. Y desde hace dos semanas forma parte de la generación 15 del programa Desafío.

“Entré al programa para superarme. Me quiero capacitar para administración y ventas. Y darle una mejor vida a mi hijo”.

César Tadeo Torres confiesa que cuando su madre se quedó sin trabajo su vida cambió radicalmente.
“Me salí de la prepa, le entré a las drogas y tuve una sobredosis”, cuenta como si alguien lo hubiera obligado a resumir su vida en 140 caracteres. Se hace un silencio. Y luego, con voz temblorosa, a punto de quebrarse, agrega: “Un día mi cuñado me contó del programa y dije: ‘Ya toqué fondo, que más queda, ¿o no?’”.

Su sueño más grande es tener un restaurante. “Y si eso no me sale, quiero ser yutuber: tener mi propio canal de comida”.

FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: ERICK BAENA CRESPO.
LINK: https://www.sinembargo.mx/09-06-2019/3592604