El coronavirus lo desquicia todo: trastoca la vida cotidiana del ser humano, su derecho a trabajar y convivir; trastoca el gesto amable del saludo, signo de la amistad entrañable y del amor: ahora vemos a nuestros semejantes desde la mayor distancia posible y el saludo es apenas un gesto porque las manos no se pueden utilizar para apretar la de los otros o fundirse en un abrazo prolongado.
Todo esto que simboliza los sentimientos más profundos no se puede expresar, el contagio por COVID-19 podría ser inminente, dicen las autoridades de la salud.
Pero alrededor de la pandemia mortal, que ha puesto de cabeza al mundo, existen otras pandemias y miedos: la pérdida del empleo, la insuficiencia económica, la posible escasez de alimentos si las cuarentenas se prolongan, la angustia de no poder pagar colegiaturas, créditos hipotecarios, la renta de la vivienda, la letra del automóvil y algo todavía peor: la quiebra de empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, ante la recesión inevitable que vendrá pronto por el paro de las actividades laborales y empresariales en el mundo.
En cosa de semanas, días o quizá horas la vida nos ha cambiado a todos; la soberbia que caracteriza a muchos empresarios y a los hombres del poder de pronto se ve golpeada por un virus que mata y que ya ha llevado a la tumba a artistas, políticos y a hombres poderosos en el mundo. Nadie se salva. Y ni siquiera los que presumen fortunas descomunales tienen la posibilidad de salvar la vida ante el ataque mortal del COVID-19.
En Europa, donde más estragos ha causado el virus, temen lo peor: una debacle financiera que derive en anarquía ante el desempleo que sobrevendrá como una cascada incontenible. En Reino Unido hacen llamados constantes a la población para no salir y también para evitar congestionamientos en Internet con llamadas innecesarias.
Miles de millones de personas –incapaces de estar consigo mismos– necesitan forzosamente tener la atención fuera de sí: en el televisor, en la computadora, en el celular. En estos tiempos la mecanicidad de los seres humanos se dispara, incontenible, y nadie puede estar quieto en el encierro obligatorio.
Pocos, muy pocos están aprovechando este momento de inactividad para leer, llamarse a cuentas, auscultar el interior, reflexionar sobre sus propias vidas y revisar sus decisiones personales y familiares. Insisto: la mayoría está atenazada por el miedo al contagio, a morir o a perder el empleo.
Imparable el parloteo de la mente, millones de personas están desesperadas. Hace unos días un grupo de taxistas del puerto de Veracruz salieron a protestar por las medidas restrictivas a las que deben someterse para evitar el contagio por coronavirus.
Ellos simplemente se resisten y, a boca llena, dijeron que no pueden parar sus actividades: “Vivimos al día y si no trabajamos no podemos comer. Preferimos morir de coronavirus y no de hambre”. Pero la realidad los rebasa: en las calles deambulan muy pocas personas y las que demandan el servicio no alcanza para cubrir las necesidades de todos los obreros del volante.
En México los empresarios se muestran nerviosos ante la debacle que, aseguran, está en puerta. Muchos ya despidieron a sus empleados o están por hacerlo; otros mandaron a sus trabajadores a descansar sin goce de sueldo. Y lo peor: el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador no tiene todavía un plan emergente para enfrentar los efectos desastrosos de la pandemia.
El Presidente López Obrador se ha mostrado renuente a apoyar a los empresarios que se lo demandan: “No vamos a condonar impuestos ni vamos a rescatar a nadie. No voy a caer en los vicios del pasado ni a crear otro Fobaproa que sólo sirvió para rescatar a los multimillonarios de siempre”, ha dicho el Presidente.
La Canacintra, que concentra a millones de empresas, solicita al Gobierno pausar el pago del impuesto sobre la renta, retrasar el cobro de otros impuestos, como el pago al seguro social, entre otros, que por ahora, dicen ellos, no será posible cubrir debido a la emergencia.
En Europa, la Unión Europea, preocupada por la crisis, liberó más de 2 mil millones de dólares para atenuar el impacto financiero; no quieren por ningún motivo que esta situación derive en anarquía y en otra guerra que ningún Gobierno pueda contener. Estados Unidos hizo lo propio y, en paralelo, le giró una orden de aprehensión internacional al Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y a varios de sus colaboradores, a quienes acusa de terrorismo, narcotráfico y lavado de dinero.
Por Nicolás Maduro Estados Unidos ofrece 15 millones de dólares por quien aporte información para localizarlo y detenerlo; por sus colaborares la oferta es de 10 millones de dólares. Es claro que esta andanada de Estados Unidos tiene un objetivo: el petróleo de Venezuela. Estados Unidos tiene problemas financieros. Donald Trump ha dicho que su país puede entrar en recesión. Les urge dinero y saben que eso que necesitan está en los enormes yacimientos petroleros que tiene el país sudamericano. En resumen, esta andanada de Estados Unidos contra el Gobierno de Venezuela es criminal, política y no menos estratégica.
En el caso de México todo indica que al Presidente López Obrador todavía no le cae el veinte sobre la dimensión de las consecuencias de la pandemia. Es necesario el apoyo financiero, pero se niega a dárselos a los empresarios. Ha dicho que el Gobierno cuenta con un fondo de 400 mil millones de pesos, pero no existe todavía un plan para dispersar esos recursos.
Quizá una medida –aunque sea cuestionada por ser proselitista– es que a través del Ejército o de la Guardia Nacional se entreguen despensas en todos los hogares de México para apoyar la endeble economía familiar. Así le hizo China en medio de la crisis por el coronavirus: mantuvo bajo vigilancia a los ciudadanos, para que todos se mantuvieran en sus casas, y dispuso de sus militares para entregar casa por casa bolsas con verduras, despensas y así atenuar la escasez de alimentos.
En México todavía no se efectúa un plan estratégico financiero; por ahora sólo se cuenta con un proyecto de emergencia para enfrentar al coronavirus: hospitales, el apoyo del Ejército y la Marina, dependencias que aplicarían un plan similar al DNIII; en caso de ser rebasados en cuanto al número de camas y otras infraestructuras, el Gobierno echaría mano de los hospitales privados y, si todavía fuera necesario más apoyo, entonces habilitarían los hoteles del país como hospitales.
Esta mañana, durante su intervención virtual con el G-20, el Presidente López Obrador planteó ante los representes de los países más poderosos del mundo que es necesario evitar la especulación, atender a los más pobres, los que dependen de la economía informal. Pidió la intervención de la ONU y de la OMS para evitar que se acaparen los medicamentos e implementos para atender la emergencia, pues los países con más medios económicos han desplazado a otros, dijo.
Por ahora, muchos países han planteado que seguirán en cuarentena hasta el último día de abril. Hasta esa fecha tienen garantizado el abasto de alimentos y el apoyo financiero para los empleados, a través de las empresas. Si los contagios siguen aumentando en el mundo, otras naciones han expuesto que ampliarían la emergencia el tiempo que fuera necesario, aunque todavía no han dicho cómo le harán para evitar la escasez de alimentos y medicamentos, que es lo que más les preocupa.
Esta crisis es una gran lección para todos los seres humanos. Ricos y pobres debemos aprender de esta tragedia. Hay que sacarle la ganancia a esta etapa crucial que ha puesto al ser humano a prueba: se juega su sobrevivencia en el planeta. Es tiempo de reflexión y de hacer consciencia sobre nuestro rol en la tierra. El coronavirus no es ninguna pandemia enviada por el cosmos como castigo al hombre. Es consecuencia de los errores humanos. La tragedia mundial la ha provocado el propio ser humano y es el hombre el que tiene que hallar la salida de este complicado laberinto.
Considero que la única salida es su consciencia. En más de 2 mil años el tiempo no nos ha hecho mejores. Seguimos siendo los mismos tiranos y ciegos de siempre. La soberbia y el hambre de poder ha dominado al ser humano porque equivocadamente ha considerado que la única ruta del progreso es el materialismo. Nada más falso.
Una lección debemos sacar de esta experiencia. Ya no es posible que la desigualdad siga imperando en el mundo. Hay ricos que son más ricos gracias al sistema patriarcal impuesto en el mundo y que ha hecho a otros más pobres.
Esto debe cambiar y el coronavirus, que ahora nos asusta, quizá algún día nos hará reír por los cambios que va a originar en todo el mundo.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: RICARDO RAVELO.
LINK: https://www.sinembargo.mx/27-03-2020/3756352