"Yo sí me la juego, la verdad, me puedo contagiar, pero yo le temo más a la necesidad que tengo”, dice una trabajadora del Metro en medio de la pandemia de COVID-19.
“Ahora es más trabajo pero menos sueldo. Que ‘límpiele arriba, las mamparas, los elevadores, las taquillas, los pasamanos’. Estoy para que me manden, lo que quieran yo les lavo, pero que den bolsas para cubrirse la cara, para estar también protegidos, porque, no crea, aquí pasan y me estornudan o me avientan un tapabocas y yo lo alzo; siento que sí me voy a infectar, pero me la juego, porque no me queda otro remedio”.
La señora Martha, 56 años, carga en una mano la cubeta de agua negrísima y en la otra el trapeador con el que lavó ella sola los pisos de la estación del Metro Centro Médico, intersección de dos líneas del transporte masivo de la Ciudad. Ella sola está a cargo de la limpieza de toda la estación, porque eran siete trabajadores en total, pero ya los mandaron a sus casas por ser todos adultos mayores.
“Yo soy la única chavita, tengo 56 años, por eso me dijeron: ‘usted se queda a hacer todo’. Como yo estoy sola aquí, me hacen trabajar mis descansos sin pagarlos. Yo ya estoy mala, me acabo de caer por lo mismo que no sé qué me pasa, pero se lo dejo a Dios. No tengo descanso desde que se fueron los compañeros, me han dejado a mí sola en esta área, y yo con gusto lo hago, pero quiero mi dinero, ni más ni menos, mi dinero completo, pero no llega”.
Lo que ella reclama con su dinero es un sueldo de mil 600 pesos quincenales. Las manos descubiertas llenas de anillos, el rostro también descubierto –sin tapabocas, sin gafas de protección-, Martha busca en las bolsas delanteras del mandil anaranjado, remueve papeles, cosas que se encuentra tiradas, de ahí saca sus fichas de depósito, las desdobla, las desarruga, y con un dedo señala que la última vez le depositaron mil 100 pesos de la quincena, es decir que la empresa para la que trabaja, Tecnolimpieza Ecotec S.A. de C.V., le quitó esta vez 500 pesos, sin explicación, dice, si ella no ha faltado una sola vez, ni siquiera ha descansado el día que le toca –el martes-, y de hecho trabaja más horas cada jornada y duplica el esfuerzo, pues le ordenaron desinfectar con más frecuencia la estación.
Martha desempeña una de las labores clasificadas por el Gobierno federal como “esenciales” para contener la pandemia de COVID-19, lo que significa que no puede parar. Situada en la primera línea de combate, esta nueva condición de trabajadora indispensable para la sociedad la ata a un trabajo que para ella siempre ha sido precario: no tiene contrato, tampoco seguro social, mucho menos ahorro para su retiro ni acceso a créditos de vivienda.
-¿Y si se enferma?
“Me da miedo, pero yo me la juego con el miedo y todo. Tengo que estar transitando en el Metro y yo sí me la juego, la verdad, me puedo contagiar, pero yo le temo más a la necesidad que tengo”, dice Martha, cuyo nombre fue cambiado a petición suya.
Tecnolimpieza Ecotec ha obtenido contratos por 168.7 millones de pesos con instituciones públicas como el IPN, la Semarnat, el SAT, el ISSSTE, la SFP y el Cenagas. Con cada vez más casos confirmados de COVID-19 en el país y más decesos, y con la declaratoria de la Fase 3 de la pandemia en puerta, la empresa no provee a sus trabajadores de materiales básicos de protección sanitaria, indica Martha, que el único gel antibacterial que ha visto es el que los supervisores de la empresa, conocidos como “cabos”, tienen en sus propias oficinas.
“Se cubren ellos pero a uno no, a uno que se lo lleve la patada. Yo compro guantes en La Merced, salieron buenos, porque los que nos dieron ellos se rompen; no quieren dar material, hasta eso, el material lo tenemos que comprar. Yo les digo: ‘tienen ustedes que proteger a sus empleados’, pero no quieren, nos mandan a decir puras groserías, ¿y para qué?, ya mejor no les digo nada y lo que Dios diga, lo que Dios diga”.
Martha dice que no hay quincena que no reciba su salario recortado sin justificación, mientras ella se “endroga” para pagar el alquiler de su cuarto en uno de los barrios marginados que conviven con las zonas ricas de Santa Fe, y no hay préstamo que le alcance para comer.
“Ojalá y haya claridad todavía en Dios, porque yo le dije: ‘Dios, si no me mandas algo, ¿qué voy a hacer?’. Yo apenas me acabo de caer, mire, me lastimé”, dice sobándose la rodilla izquierda. “Nadie me hizo nada, yo sola me caí, no sé si es la fuerza que ya no tengo, no tiene uno alimentos, yo creo que es eso, yo me como unas galletas, ¿usted cree que eso es comida? Y qué bueno que Dios me lo mandó, no sé quién me lo mandó a usted, pero, quien sea, de veras que Diosito santísimo los va a ayudar por mostrar a las personas que están detrás de este robo, porque éste es un robo de la empresa, le estamos trabajando a la empresa y ésta nos roba”.
Animal Político buscó a la empresa Tecnolimpieza Ecotec S.A. de C.V. vía correo electrónico para conocer su postura, pero ésta no respondió. Este medio también cuestionó al Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro sobre qué acciones de supervisión emprendería para vigilar que la compañía proporcione a los trabajadores de limpia los recursos necesarios de protección, pero el área de comunicación social no entregó una respuesta hasta el momento de la publicación de este texto.
A mano limpia, pero es una mano callosa, curtida por el tiempo, y ya ennegrecida por la suciedad, el señor José recoge la basura de las calles de la colonia Roma, en la Alcaldía Cuauhtémoc. Vestido con un overol anaranjado, lleva consigo dos tambos metálicos sobre ruedas y en ellos acomoda las bolsas de desperdicios que, de sus propias manos, le entregan los vecinos: sabe que van allí “papeles nasales”, como él los llama, o también tapabocas usados, gasas, vidrios rotos y cualquier botella que reposó en una boca desconocida. Pero esto no es una novedad para él: hace 35 años que repite la rutina como trabajador de limpia de la Ciudad de México. De entre una de las bolsas que lleva en los tambos saca un par de guantes nuevos de carnaza, como los que usan los trabajadores de la construcción, que le dieron sus jefes pero que él decidió no utilizar.
“Nos dan guantes, pero no se puede trabajar con ellos, vienen siendo iguales a los de construcción: el material es muy duro, no es flexible, y ahorita con esto de la contingencia nos dieron dos pares de guantes, ¿para qué sirven? Aquí los traigo guardados, este guante no sirve para esto, es muy duro, nos lastima, en lugar de alivianarnos”, platica José. “Yo le hice comentarios al jefe: ‘¿por qué, en lugar de guantes, no trajeron tapabocas?’. No nos dieron ni tapabocas, ni gel, ni lentes, o sea, nada, nada, nosotros estamos desprotegidos, no dieron nada de eso. Él nada más se quedó callado: eso es todo lo que ‘dicen’ los señores. Le pregunto si nosotros vamos a seguir laborando o si vamos a parar y no nos dan respuesta; nosotros tenemos que trabajar, si no, no comemos”.
El señor José, 62 años, que pide evitar su apellido, sólo se puede lavar las manos una vez al día: cuando, al término de su jornada, regresa a la bodega donde guarda sus instrumentos de trabajo y se quita el traje sucio. Hasta ese momento, usa un “pomito” de gel antibacterial que se compró con su propio dinero. Confiado él en no caer enfermo, aunque está asegurado en el ISSSTE, que atiende a los servidores públicos, se encomienda a Dios.
“Cuando ya terminamos de trabajar, nos lavamos bien para no llevar la infección a la casa, porque tenemos familia, es lo que recomiendan mucho, que si uno siente los síntomas, pero bendito Dios andamos bien, con la voluntad de Dios que no nos ha agarrado esa chiva, pero, ¿cómo no?, sí se le teme, imagínese, se escucha mucho que se está muriendo la gente, y digo: ay caray, pero ni modo, aquí ando, Diosito, y ahora sí que échame la mano”.
Por su edad, José se sitúa entre la población vulnerable ante la pandemia de coronavirus, pero sostiene que no le han indicado si deberá continuar laborando.
“La verdad, sí nos da pendiente, pero ¿qué hacemos?, tenemos que cumplir con el servicio; como tenemos checadores, si no venimos, nos meten la falta y perdemos más. ¿Qué hago yo? No tengo ninguna orden para poder descansar yo, entonces hay que seguirle; mientras no salga ningún escrito que diga que el personal de mi edad tenga que descansar, pues no”, dice.
Efraín Morales, director general de Servicios Urbanos de la Secretaría de Obras y Servicios de la Ciudad de México (Sobse), aclara que existe división de competencias entre el Gobierno capitalino y las Alcaldías en cuanto a la contratación de los trabajadores de limpia.
Señala que el Gobierno de la Ciudad está a cargo de los empleados asignados a las vialidades principales, especialmente a los que operan los camiones de basura, a quienes, afirma, se les entregó elementos de protección como gel antibacterial, tapabocas, guantes, mascarillas y goggles.
“Establecimos supervisiones mucho más incisivas para que se puedan cumplir los protocolos, es decir, traemos vehículos todo el tiempo verificando que en campo, en los camiones, se esté llevando a cabo este procedimiento tal cual”, explica.
Agrega que también se ordenó dejar de presentarse a trabajar a los adultos mayores de 60 años y a personas con enfermedades crónico-degenerativas, que representan alrededor del 30 por ciento de los 2 mil empleados de limpia a cargo de la Sobse.
El funcionario aclara que el barrido de las calles secundarias es una función a cargo de las Alcaldías; no obstante, señala que la Secretaría diseñó un protocolo y se envió a las demarcaciones para que replicaran las medidas de cuidado de los trabajadores del gobierno.
“Lo que buscamos es que de manera permanente ellos estén cumpliendo la misma normativa. Les hicimos llegar de manera formal el protocolo para que se cumpla en los mismos términos. Es responsabilidad de cada una de las demarcaciones tener en las mejores condiciones a sus trabajadores. Depende de cada Alcaldía darle un seguimiento puntual al proceso. Si lo que me preguntas es si hay alguna sanción (por incumplimiento), normativamente no la tenemos”, detalla el funcionario.
Durante la pandemia, la labor de las personas que trabajan como repartidoras para empresas de entrega de comida a domicilio se volvió fundamental para que el resto de la gente permanezca en su casa y para que los restaurantes se mantengan a flote. Montando una bicicleta, Samuel Álvarez, de 22 años, originario de Venezuela, trabaja todos los días como repartidor de Rappi y Sin Delantal. Ninguna de estas empresas le hizo firmar contrato, ya que lo consideran “socio” y no empleado, de modo que no tiene un sueldo fijo, seguro social, acceso a crédito de vivienda ni fondo de ahorro para el retiro.
Para afrontar la pandemia de COVID-19, él y cientos de trabajadores se protegen del contagio con materiales donados por el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) y el movimiento #NiUnRepartidorMenos, formado en 2018 tras el arrollamiento y muerte de un “socio” que no contaba con respaldo de ningún tipo.
“Estamos haciendo periódicamente jornadas de sanitización; junto con otras agrupaciones estamos aportando sanitizador para las mochilas, vamos a ciertos puntos de la ciudad y regalamos gel de lo que nos donó el ERUM y sanitizante para limpiar por completo las mochilas, cascos, lentes, guantes, todo lo que los compañeros usan del diario, para así disminuir mucho más el foco de contagio, no sólo por nuestros compañeros en sí, sino también por los usuarios, que se sientan más confiados de todos nosotros que estamos repartiendo”, explica.
Samuel afirma que las empresas que dirigen las aplicaciones de reparto de comida no han dado cobertura de seguro a los trabajadores y tampoco instrumentos de protección e higiene.
“Uber Eats cerró sus oficinas prácticamente sin avisar y no volvieron a abrir por la contingencia. Rappi dijo en una rueda de prensa que nos iba a regalar kits de higiene y prevención del coronavirus, que invirtió una gran cantidad de millones en eso, y todavía no hemos visto el primer kit que hayan regalado”, observa. “Rappi y Uber Eats se puede decir que literalmente se están lavando las manos del tema y no nos están dando más que consejos para prevenir, dentro de la app nos mandan, cada vez que nos conectamos, un pantallazo con varias instrucciones de cómo entregar el pedido de la forma más preventiva posible”.
Luisa Reyes, encargada de Relaciones Públicas de Sin Delantal, asegura que esta empresa ha entregado a los “socios” kits de gel antibacterial y tapabocas. Rappi, la otra compañía para la que trabaja Samuel, no atendió el requerimiento de información por escrito.
Vía correo electrónico, la representante de Sin Delantal afirma que la empresa designó un fondo de 100 millones de dólares que será utilizado para pagar compensaciones económicas a los trabajadores mayores de 65 años que se retiren a sus casas y a los que sean diagnosticados con COVID-19, a quienes se entregará “el equivalente promedio a 22 días laborales de ingresos diarios”.
“Nuestros socios repartidores a partir de 65 años pueden contar con el fondo de apoyo aunque no estén diagnosticados. De esta manera los protegemos ante el COVID-19 y no afectamos su ingreso económico”, detalla Reyes. “Afortunadamente, hasta el día lunes (13 de abril) ninguno de nuestros repartidores ha sido diagnosticado con COVID-19”.
Samuel, que hace dos años y medio llegó a vivir a México con su madre, se convirtió en el único sustento de su casa y está ante el dilema de dejar de laborar para protegerse a sí mismo y su familia o seguir trabajando para mantenerla.
“Es especialmente preocupante para mí, porque en mi casa hay dos personas que su edad no es tan avanzada, es mi mamá y su pareja, ella tiene 44 y él 50, pero mi mamá es hipertensa y su pareja tiene problemas de los pulmones por un accidente que sufrió hace muchos años, ambos están en riesgo”, cuenta. “Igualmente yo tengo que salir a trabajar, porque en el momento en que empezó el estado de emergencia, a ambos en sus distintos trabajos los mandaron a casa y ellos trabajaban por comisión, así que básicamente yo me he convertido en el completo sustento de la casa. “Es muy preocupante esta situación porque, por un lado, tengo miedo de contagiarles y, por el otro, sé que, si no trabajo, no comemos”.
Gonzalo es un elemento de los Cuerpos de Seguridad Auxiliares del Estado de México (Cusaem) y resguarda las sucursales del banco Scotiabank en esa entidad y la Ciudad de México. Tanto la institución bancaria, por sus funciones financieras, como la corporación de Gonzalo, por sus tareas de seguridad, son consideradas actividades esenciales durante la pandemia y deben seguir en funcionamiento.
De 55 años de edad, este policía se expone todos los días al contacto con las personas que acuden al banco y sin utilizar ningún elemento de protección como guantes, tapabocas o gel antibacterial.
“A nosotros no nos dan gel, nosotros usamos el que está en las sucursales, agarramos del que es para el público. Tampoco nos han dicho de ponernos guantes o tapabocas. Yo siento que debería ser responsabilidad de ellos que nos lo den, no debo comprarlo yo. Nuestra corporación es desobligada en ese aspecto, y al final quien debe de comprarlo (el material) soy yo con mi dinero”, comenta.
Gonzalo, quien pidió ser identificado con este nombre, sostiene que la institución de seguridad –cuyas funciones son equivalentes a las de la Policía Auxiliar de la CDMX- únicamente ha apostado a que los elementos se protejan del coronavirus con medidas básicas de distancia social e higiene.
“Con respecto a la contingencia, para evitar el contagio, nos han pedido mantener la distancia, lavarnos las manos, lo mismo que dicen las autoridades, que al momento de estornudar pongamos el codo, no tocarnos la cara, evitar estar muy pegados a las personas, mantener nuestra distancia para no contagiar y no contagiarnos”, explica.
En su cuartel, ubicado en el Centro Histórico de la CDMX, a donde todos los elementos llegan para ponerse o quitarse el uniforme y guardar sus pertenencias, se viven condiciones de hacinamiento.
“En nuestros vestidores estamos amontonados, a menos de un metro de distancia, ahí nos cambiamos, dejamos nuestra ropa dentro del locker, haciendo un esfuerzo por no atropellarnos, por no rozarnos”, refiere.
Cristiano, el oficial confía en que el distanciamiento de los demás, y su fe, sobre todo, ayudará a que él no se contagie ni contagie a otros.
“Yo me siento confiado, yo confío en Dios, que Dios no va a permitir que no me enferme ni mi familia. La mayoría de la gente que desconfía es porque no cree en que hay alguien que los puede proteger, más que un tapabocas, más que un guante, que son cosas secundarias, yo no lo uso porque, en lo personal, no lo veo necesario, y porque yo confío en que no me voy a contagiar. Sí evito saludar de mano, evito el abrazo, el saludo de beso en la mejilla. Lo primordial sí lo evito”, afirma.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: ZEDRYK RAZIEL.
LINK: https://www.animalpolitico.com/2020/04/trabajadores-sin-contrato-seguro-precarios-covid-19/