“Mire, este es mi hijo y vengo a cerciorarme si éste es él”, dice Hilda Leguideño al tiempo que extiende sus manos. En la derecha sostiene la fotografía de Jorge Antonio Tizapa Leguideño, uno de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos; en la izquierda, la de un joven en situación de calle a quien señala por la similitud con su hijo.
“Nooo. Este joven tiene tatuajes en la rodilla y en el brazo”, arguye Carlos Abed, encargado del albergue Hijo Pródigo.
La respuesta golpea el corazón. El milagro de encontrar con vida a uno de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, desaparecidos entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, se esfuma entre quienes acompañan a la madre de Jorge Antonio.
Pero a ella la desesperanza no la toca. De ser así, hace cientos de días, miles de horas que hubiera claudicado. Actualmente lleva 2 mil 190 días buscando a su hijo desaparecido… y sigue caminando, ahora en Mexicali, a 2 mil 716 kilómetros de Iguala, Guerrero.
“Una madre siempre va a buscar a su hijo vivo. Pueden decir lo que quieran; nosotras, como madres, no podemos perder la esperanza… mientras no haya evidencia científica; no aceptamos ninguna mentira”, declaró antes de emprender la búsqueda del martes 22.
Nadie entendió el alcance de sus palabras y menos aún el de su andar.
Hilda Leguideño Vargas llegó a Mexicali la mañana del lunes 21 para buscar a una persona que, dice, tiene enormes similitudes con Jorge Antonio.
Durante dos días recorrió casas abandonadas, albergues, centros de rehabilitación, terrenos baldíos, el Parque del Mariachi, las partidas calles del viejo centro de la ciudad y la línea divisoria que lleva al cruce hacia Estados Unidos.
Una semana antes encontró en el portal de “Madres buscando sus tesoros” una fotografía de un joven parecido a su hijo. La imagen la tomó la agrupación católica El Buen Samaritano, luego de encontrarlo durmiendo en la calle, en la Plaza del Mariachi de esta ciudad.
La fotografía es de junio, pero Hilda apenas la vio. El joven aparece con una chamarra verde, pantalón negro desgastado, y a su lado hay una pluma para escribir, algunas bolsas y una toalla amarilla utilizada comúnmente para limpiar autos.
La línea
“En las fotografías que me mostraron de él aparece con tatuajes”, insiste Carlos Abed.
–¿Quién le mostró esas fotos? –pregunta doña Hilda al encargado de Hijo Pródigo.
–La gente que lo ha venido a buscar. Son dos familias distintas. Una dijo que era su hermano y me mostró otras fotos donde se ven sus tatuajes. Pero puede ir a buscarlo a aquella casa abandonada, ahí ha dormido.
Por una ventana, un hombre de aproximadamente 40 años asoma medio cuerpo. Su hablar denota liderazgo entre quienes ahí duermen. Es una local desvencijado, lleno de escombros y basura.
Doña Hilda repite el movimiento de manos. La pregunta es la misma: “¿Lo ha visto? Es mi hijo. Quiero saber si este otro es él. Necesito encontrarlo”.
El hombre parece sentir el dolor de la madre: “Tengo dudas. Casi no se distingue la cara. Parece que sí lo he visto aquí, pero no estoy seguro”.
Y luego le suelta:
–¿Es su hijo? ¿Usted tiene una camioneta blanca?
–Sí es mi hijo, pero yo no tengo camioneta –responde doña Hilda.
–Es que la semana pasada vinieron de una camioneta y me enseñaron la misma foto. Lo andan buscando. Pero mire, vaya al hotel que está a la vuelta.
Una semana antes de que llegara la madre de Jorge Antonio, integrantes del Grupo Beta, encargado de buscar y ayudar a inmigrantes en el desierto, empezó la búsqueda de Jorge Antonio. La orden vino de Alejandro Encinas, presidente de la Comisión de Búsqueda de Ayotzinapa. Esa es la camioneta blanca que recorre desde hace ya dos semanas las calles de Mexicali.
“Por si lo ve, llame”
Un hotel abandonado, de cuatro pisos, oscuro y que abarca dos esquinas en vértice, es refugio de otros sin casa. “Vaya a la línea, allá lo he visto”, le dicen.
Doña Hilda, quien es escoltada por elementos de la Guardia Nacional, policía estatal y municipal, así como por el subdirector de área de la Comisión Nacional de Búsqueda, Marco Antonio Meyer, y por funcionarios del gobierno local, se enfila a “la línea”.
Caminando entre los autos, la señora Hilda recorre la kilométrica línea fronteriza que divide ambas naciones: es el cruce fronterizo para ingresar a Estados Unidos.
“¿Lo ha visto?” “Me dicen que limpia vidrios de autos, que lleva un perrito”. “Este es mi hijo, lo ando buscando”. Son las frases que en forma pausada dice doña Hilda a los vendedores ambulantes que se instalan a lo largo de la línea.
La palabra constante –el “no” desesperado de algunas madres que venden en las calles; el “no” angustiante que revela la impotencia de quien responde y hace suyo el dolor de doña Hilda– no la detiene. De cada uno se despide con un “si lo ve, llame”, y le deja copia de las fotografías.
El termómetro, que rebasa ya los 45 grados centígrados, parece elevarse en la medida en que se avanza a pie entre los autos. Los vendedores de piel negra, los haitianos que desde su llega a esta frontera hicieron suyas las calles de Mexicali, mueven la cabeza de un lado a otro. Tampoco lo han visto.
“Vaya a los puentes, ahí duermen cuando no están aquí”, dice una de las vendedoras. La caravana de policías, autoridades estatales, de la Comisión Nacional de Búsqueda y una estela de los reporteros que continúan –algunos desistieron ante la elevada temperatura– siguen los pasos de doña Hilda.
“Lo mejor es regresar mañana –dice una de las funcionarias estatales–, por el calor no han de estar”.
“No, vamos a los puentes donde dicen que duermen. No me voy a quedar con la duda”, responde incansable la madre de Jorge Antonio, la misma que se ha curtido en el dolor y la paciencia. Nada la detiene.
Pero los puentes están vacíos y por las alcantarillas sólo corre agua. Este martes 22 nadie en situación de calle duerme por ahí. Las elevadas temperaturas, efectivamente, los han espantado.
“Pues vamos a los centros de rehabilitación”, propone doña Hilda; así que el peregrinar continúa hacia una de las zonas más antiguas de la ciudad.
Los dos centros de rehabilitación de la calle Oaxaca están repletos de personas en recuperación, pero en ninguno está el joven de la fotografía, como tampoco en La Casa del Migrante, el albergue El Peregrino o el Cobina.
El de la foto no aparece. Doña Hilda continúa la búsqueda. Hace una pausa para ir a la Ciudad de México, pues la Comisión Presidencial de Ayotzinapa dará su informe este sábado 26.
La búsqueda seguirá en Mexicali. El 7 de octubre se extenderá a toda la entidad. De encontrarse el joven en situación de calle, doña Hilda regresará pues, como lo dijo hace un año desde la tribuna de la Cámara de Diputados: “Queridos hijos, los llevamos en el corazón y no descansaremos hasta encontrarlos”.
Este texto se publicó en la edición 2291 del semanario Proceso
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: JESUSA CERVANTES.
LINK: https://www.proceso.com.mx/650830/caso-ayotzinapa-no-podemos-perder-la-esperanza