Usted no sabe bien a bien por qué, pero camina de la mano de una niña. Está a punto de preguntarle a dónde se dirigen, cuando pasan frente a una gran cantina. Un gran letrero luminoso, como la marquesina de un cine, declara: “LA HISTORIA CON MAYÚSCULAS. Cantina-bar”, y más abajo “No se admiten mujeres, infantes, indígenas, desempleados, otroas, ancian@s, migrantes y demás desechables”. Alguna mano blanca ha agregado “In this place, Black Lives does not matter”. Y otra mano varonil sumó: “Mujeres pueden entrar si se comportan como hombres”. A los lados del establecimiento, se amontonan cadáveres de mujeres de todas las edades y, a juzgar por las ropas hechas jirones, de todas las clases sociales. Usted se detiene y, resignada, la niña también. Se asoman por la puerta y ven un desorden de hombres y mujeres con modos masculinos. Sobre la barra o mostrador, un varón esgrime un bate de béisbol y con él amenaza a diestra y siniestra. La muchedumbre está claramente dividida: en un lado quienes aplauden y en el otro quienes abuchean. Todos están como embriagados: la mirada furiosa, la baba escurriéndoles por la barbilla, el rostro enrojecido.
Se acerca a usted quien debe ser el portero o algo así y le pregunta:
“¿Quiere pasar? Puede elegir el bando que guste. ¿Quiere aplaudir o criticar? No importa cuál elija, le garantizamos que tendrá muchos seguidores, likes, pulgares arriba y más aplausos. Usted será famoso si se le ocurre algo ingenioso, sea a favor o en contra. Y aunque no sea muy inteligente, basta con que haga ruido. Tampoco importa si es cierto o falso lo que grite, siempre y cuando grite fuerte”.
Usted valora la oferta. Le suena atractiva, sobre todo ahora que a usted no le sigue ni el perro.
“¿Es peligroso?”, aventura usted con timidez.
El cadenero lo tranquiliza: “De ninguna manera, aquí reina la impunidad. Vea usted a quien está en turno al bate. Dice cualquier tontería y unos le aplauden y otros lo critican con otras tonterías. Cuando esa persona termine su turno, otra subirá. Ya le dije antes que no necesita ser inteligente. Es más, la inteligencia aquí es un estorbo. Anímese. Así se olvida de las enfermedades, de las catástrofes, de las miserias, de las mentiras hechas gobierno, del mañana. Aquí la realidad no importa en realidad. Lo que vale es la moda en turno”.
Usted: “¿Y de qué discuten?”.
“Ah, de cualquier cosa. Ambos lados se empeñan en frivolidades y estupideces. Como que la creatividad no es lo suyo. Y así.”, responde el guardia mientras ojea, temeroso, a lo alto de la edificación.
La niña sigue la dirección de la mirada y, señalando a lo más alto del edificio, donde se alcanza a ver un piso completo -todo vidrio espejo-, pregunta:
“¿Y ésos de allá arriba están a favor o en contra?”
“Ah, no”, responde el hombre y agrega en un susurro: “Ésos son los dueños de la cantina. No necesitan manifestarse por nada, simplemente se hace lo que ellos mandan”.
Afuera, más allá en el camino, se mira un grupo de personas que, supone usted, no tuvo interés en entrar a la cantina y siguió su camino. Otro tanto sale del establecimiento con molestia, murmurando: “es imposible razonar ahí dentro” y “en lugar de “La Historia”, debería llamarse “La Histeria””. Ríen, se alejan.
La niña se le queda mirando. Usted duda…
Ella le dice: “Puedes quedar o seguir. Sólo hazte responsable de tu decisión. La libertad no es sólo poder decidir qué hacer y hacerlo. Es también hacerse responsable de lo que se hace y de la decisión tomada”.
Sin decidirse aún, usted le pregunta a la niña: “¿Y tú a dónde vas?”
“A mi pueblo”, dice la niña, y extiende sus manitas al horizonte como diciendo “al mundo”.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
El SupGaleano.
Es México, es 2020, es diciembre, es madrugada, hace frío y una luna llena mira, asombrada, cómo las montañas se incorporan, se arremangan un poco las naguas y despacio, muy despacio, se echan a andar.
Del Cuaderno de Apuntes del Gato-Perro: Esperanza le cuenta a Defensa un sueño que tuvo.
“De ahí que estoy dormida y estoy soñando. Claro lo sé que estoy soñando porque estoy dormida. Entonces, de ahí que lo miro que estoy muy lejos. Que hay hombres y mujeres y otroas muy otros. Que sea que no los conozco. Que sea que hablan una lengua que no entiendo. Y tienen muchos colores y modos muy distintos. Hacen mucha bulla. Cantan y bailan, hablan, discuten, lloran, ríen. Y no conozco nada de lo que miro. Hay construcciones grandes y pequeñas. Hay árboles y plantas como los de acá, pero diferentes. Muy otra la comida. O sea que todo muy raro. Pero lo más extraño es que, no sé por qué ni cómo, pero lo sé que estoy en mi casa”.
Esperanza queda en silencio. Defensa Zapatista termina de tomar apunte en un su cuaderno, se le queda mirando y, después de unos segundos, le pregunta:
“¿Sabes nadar?”.
Doy fe.
Guau-Miau.
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