Con la rodilla hincada en la tierra arcillosa, Raúl y su pareja Araceli observan abrazados el estrecho canal de agua turbia donde se acumulan toneladas de vegetación muerta, mientras a escasos metros de distancia un par de ‘pateros’ que van arriba de unas canoas rudimentarias rastrean la ciénaga clavando largos remos de madera sobre el fondo pantanoso.
Precisamente ahí, en esa misma orilla del canal donde se abraza el matrimonio, el pasado viernes 5 de marzo se halló la única pista que se tiene hasta el momento de Raúl Ferrerya García; el hijo de 21 años de Raúl y Araceli, estudiante de Desarrollo de Software y campeón nacional de Taekwondo, que el pasado 27 de febrero desapareció tras hacer una visita en una casa que está a un kilómetro de la ciénaga, en una zona despoblada de San Pedro Tlaltizapan, Estado de México.
Para ese viernes, la familia de Raúl ya llevaba una semana buscando. Una semana agónica en la que Araceli García denuncia que se perdieron horas y días vitales por la lentitud y burocracia de la Fiscalía mexiquense que todavía no entrevista a los potenciales testigos de la desaparición; ni ha informado a la familia sobre el análisis del teléfono del joven para triangular su última ubicación, y así darles algo de certeza de por dónde buscarlo.
Por eso, la mujer insiste enojada en que llevan días estancados en este inabarcable desierto fértil de vegetación que brota salvaje junto a las lagunas, ante la falta de investigación de la Fiscalía mexiquense.
Y por eso, hasta ahora, la única pista a la que se aferran para seguir buscando es la playera a rayas horizontales de color rojo y gris, y de cuello redondo y mangas largas, que apareció junto a una chamarra a la orilla de uno de los incontables canales que desembocan en el río Lerma, a unos 30 kilómetros de Toluca, la capital mexiquense.
“Encontrarla fue un shock terrible”, recuerda la mujer, que asegura que cuando tuvo la prenda ante la vista sintió como si ella misma se hubiera hundido en la ciénaga. “Ya solo esperaba el momento en el que apareciera el cadáver”, dice.
Sin embargo, a pesar de que, tras el hallazgo de la playera, familiares, amigos, y decenas de voluntarios se lanzaron al agua a buscar a Raúl con sus propias manos, y a pesar de que luego llegaron también excavadoras, buzos, drones, y hasta un helicóptero, no hay rastro del joven en ese lugar, ni más pistas sobre su paradero a doce días de su desaparición.
“Aquí tienen a los policías, ¿Qué quieren que hagan?”
Gezzer García es el tío materno de Raúl Ferreyra. Vestido con una gorra amarilla y una sudadera con capucha para protegerse del corrosivo sol de la laguna, se mueve rápido de un lado a otro junto a su otro hermano. Organiza con los balseros los tramos de ciénaga a revisar. Da ánimos a su hermana y a su cuñado. Echa una mano para sacar mazacotes de maleza del canal con improvisados ganchos. Y todavía le sobra energía para acompañar en una larga caminata a Alejandro Ayala, un amigo suyo y de la familia que ofreció su dron para sobrevolar las miles de hectáreas insondables de campo abierto.
“Nosotros estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos”, resume aún agitado por el esfuerzo, exhausto, y con el rostro bañado en sudor y manchado por la suciedad de la maleza. “Pero hay cosas que se nos escapan”.
Entre esas cosas que se les escapan, Gezzer dice que aun no salen de su asombro luego de que el pasado viernes, cuando se organizó la primera gran brigada de búsqueda en la zona, los elementos del Ministerio Público y de seguridad estatal y municipal que se presentaron con ellos no tenían instrucciones claras, ni la más mínima idea de qué hacer.
“Estábamos expectantes de que ellos nos dijeran por dónde empezar y cómo nos íbamos a coordinar. Pero cuál fue nuestra gran sorpresa cuando lo que nos dijeron fue: ‘Oigan, pues aquí tienen a la policía, ahí está el binomio canino, ¿y ahora qué quieren que hagamos?”.
Gezzer exhala una sonrisa agotada detrás del cubrebocas. “O sea, querían que nosotros, los ciudadanos, les dijéramos a ellos, los policías, cómo hacer el trabajo de búsqueda. Pero es obvio que nosotros no somos especialistas en eso, y que no tenemos formación para eso”.
Aún así, la familia y los voluntarios, con la ayuda de la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas mexiquense, que sí ha participado muy activamente en la búsqueda de Raúl Ferreyra, organizaron células de diez personas, integradas por nueve voluntarios y un elemento policiaco. Y comenzaron a peinar las hectáreas de milpa y canales, aunque de manera improvisada, cometiendo errores de protocolo lógicos ante la falta de supervisión de una autoridad, como por ejemplo no señalar un mapa las coordenadas que ya fueron rastreadas por los binomios caninos, o no hacer el marcaje de la zona donde encontraron la ropa de Raúl.
Buscando a ciegas
Y esta no ha sido la única negligencia. Para empezar, interviene de nuevo Araceli en la plática, cuando al día siguiente de la desaparición de Raúl se presentaron en el Ministerio Público del municipio de Santiago Tianguistenco, al que pertenece la pequeña localidad rural de San Pedro Tlaltizapan, la primera respuesta que les dieron fue que no regresaran hasta que hubieran transcurrido tres días (72 horas), a pesar de que, según consta en la web de la propia Fiscalía mexiquense, la atención ante una denuncia de este tipo debe ser rápida e inmediata.
Además, en el MP los instaron a que ellos mismos fueran a buscar a su hijo en los hospitales, centros de detención, comisarías, y hasta los depósitos de cadáveres del Estado de México, una de las entidades más laberínticas y pobladas del país.
“Fuimos a ese MP en busca de orientación. Para preguntarles desesperados qué podíamos hacer, cómo nos podían ayudar. Y su respuesta fue, literal, váyanse a buscar entre los cadáveres”, cuenta angustiada Araceli.
Pero la familia no se quedó de brazos cruzados. Repartieron cientos de carteles con la fotografía de Raúl y el emblema ‘¡Hasta encontrarle!’, movilizaron a los vecinos de San Pedro y de poblaciones vecinas, y hasta comenzaron a investigar los contactos de las personas que estuvieron la noche del sábado 27 de febrero con su hijo en la casa que visitó, y a rastrear el celular del joven. Y toda esa información la pusieron a disposición de la Fiscalía Especializada en Desaparición de Personas, con sede en Toluca, donde finalmente Araceli puso la denuncia y dio su declaración.
Sin embargo, a pesar de que interpuso la denuncia el martes 2 de marzo, hasta este miércoles 10, más de una semana después, la familia aun no tiene constancia de que los testigos hayan declarado para esclarecer los hechos, o para al menos aportar alguna pista, ni tampoco han analizado sus teléfonos, ni el de Raúl, ni han informado sobre la petición hecha a la compañía telefónica sobre cuál fue la última antena a la que se conectó el celular del joven de 21 años.
“Ya se perdieron horas vitales para la búsqueda con vida de mi sobrino”, sentencia Gezzer, que dice que, aunque si bien es cierto que la Secretaría de Seguridad Pública estatal puso a disposición un helicóptero el sábado pasado, de nada sirven esos recursos si detrás no hay una investigación de la Fiscalía que encauce las labores de búsqueda hacia puntos concretos, o que al menos permitan reducir el rango de búsqueda.
“Te pongo un ejemplo: llevamos días enfocados en peinar esta zona donde encontramos la playera. ¿Pero y si el celular de mi sobrino se conectó por última vez a una antena ubicada a diez kilómetros de distancia? -se pregunta Gezzer-. Entonces, lo que pasaría es que, por mucho helicóptero prestado, la búsqueda aquí no habría servido de nada. Por eso estamos buscando a ciegas”, lamenta el también diseñador de Software, que recalca que no están pidiendo “ningún trato especial” a la Fiscalía, ni a las autoridades.
“Solo estamos pidiendo que hagan su trabajo”, insiste. “Que agilicen todos sus protocolos y la burocracia. Que nos ayuden a localizar a mi sobrino”.
Hasta encontrarlo
Ya son las dos de la tarde. Varias camionetas de pobladores de San Pedro Tlaltizapan llegan con más mujeres y hombres que descienden de los vehículos con largas varillas de hierro, rastrillos, y con machetes y hoces para cortar la maleza y así ayudar a las canoas a seguir escudriñando el fondo fangoso.
“Tranquila, tu hijo no está aquí”, comenta una mujer menuda, de rostro curtido y agrietado por los años y el trabajo rudo al sol, mientras Araceli la escucha entre esperanzada y angustiada, y con el corazón permanentemente agitado cada vez que oye a los balseros lanzar algún grito para que les pasen un machete, o para que alguien les tire una botella de agua con la que combatir el intenso calor de la jornada.
“Cada día me despierto pensando en qué otra cosa diferente podemos hacer para seguir buscando a mi hijo, para encontrarlo con vida”, murmura la mamá de Raúl, que no cesa de recibir en su teléfono mensajes de gente voluntaria que le pregunta en qué pueden ayudar, o cuándo es la siguiente brigada de búsqueda, o que simplemente le mandan palabras de aliento.
Cerca de ella, su esposo Raúl, que viste una playera negra, un pantalón tejando, y unas botas camperas, permanece con una rodilla puesta en la orilla de la ciénaga, como si estuviera estudiando la superficie de aguas estancadas. A su alrededor el silencio es hermético. Solo se escucha el zumbido del minúsculo dron sobrevolando el canal, el rumor del aire rozándose con los altos cañaverales quemados, y el chapoteo de los remos de los balseros removiendo el cieno.
A unos pocos kilómetros de distancia, dice apuntando con la barbilla a un cerro cercano, él y su hijo salían a correr a menudo como parte del entrenamiento del joven, campeón nacional en 2014 de Taekwondo, y ganador de medallas de todos los metales y colores desde que en 2005, con tan solo cinco años, comenzó a practicar este arte marcial.
“A mi hijo le encanta el deporte”, comenta Raúl con una sonrisa franca, orgullosa. Y también le gustan los libros, la literatura. Tanto, que en su mochila siempre carga algún ejemplar, como Así habló Zaratustra, de Nietzsche, o la biografía de Steve Jobs, el gurú de la tecnología, la otra pasión de Raúl, que es estudiante de Desarrollo de Software en la Universidad Autónoma del Estado de México.
Tras la sonrisa emanada por el recuerdo tan cercano y vivo de su hijo, Raúl regresa la mirada al canal. Ya han pasado varios días desde la desaparición, reconoce, “y la mente no sabe qué hacer: si luto o esperanza”. Pero la decisión es inamovible, asegura: presionarán lo que sea necesario para que las autoridades hagan su trabajo, y seguirán buscando a Raúl hasta encontrarlo.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MANU URESTE.
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