Sandra Ocampo Atanasio, de 26 años, es una de las primeras mexicanas que cruza a Estados Unidos para pedir asilo desde hace más de un año. En febrero de 2020 llegó con su esposo y sus hijos a Matamoros, Tamaulipas, huyendo de la violencia de Guerrero. Pero se atravesó la pandemia por COVID-19 y el expresidente Donald Trump cerró las fronteras, suprimiendo el derecho a solicitar refugio.
Durante un año malvivió en el campamento levantado a orillas del Río Bravo. Su desesperación llegó hasta tal punto que llegó a saltar al Río Bravo embarazada de nueve meses en agosto de 2020. Pero fue detenida, dio a luz y la devolvieron a México con su recién nacido estadounidense en brazos. El pasado 3 de marzo logró cruzar la frontera al ser incluida dentro de los grupos recibidos al otro lado de la frontera tras la decisión de Joe Biden de abrir las puertas a 25 mil solicitantes de asilo que habían sido expulsados por el programa “Quédate en México”.
“Fuimos de los últimos en entrar. Ya casi pensábamos que no nos incluirían, pero al final lo conseguimos”, dice Ocampo Atanasio en entrevista telefónica desde Georgia, donde se ha instalado en casa de un familiar. Su voz suena radiante. Se está cumpliendo todo lo que soñó cuando se marchó a la carrera de Tecpán de Galeana, Guerrero, por miedo a ser la próxima víctima del crimen organizado. Estaba embarazada de Joshua, su tercer hijo, su tío había sido asesinado y el crimen organizado ya rondaba a otros miembros de su familia. Así que ella y su esposo decidieron que, si México era incapaz de protegerles, deberían ir a probar suerte a otro país.
Suerte. O casualidad. O estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Una mezcla de todo esto es lo que, en última instancia, ha permitido que la familia de Ocampo Atanasio y un puñado de mexicanos más logren cruzar a Estados Unidos. Durante un año sufrieron las penurias del campamento: malas condiciones higiénicas, hacinamiento, incertidumbre. Eso fue lo que les permitió cruzar. Pero son una excepción y lo saben.
Actualmente nadie puede pedir asilo al otro lado de la frontera. Aunque el presidente Biden ha tomado medidas que flexibilizan las condiciones de migrantes y solicitantes de refugio, sigue vigente el Título 42, una norma que suspende las garantías en la frontera y que impide que nadie pueda pedir protección bajo la excusa de la emergencia por COVID-19. Según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), más de medio millón de personas fueron devueltas a México desde marzo de 2020 según esta nueva normativa. La gran mayoría de ellas eran mexicanos, como Ocampo Atanasio.
En realidad, el plan de puertas abierta de Biden estaba dirigido únicamente a quienes tenían su caso abierto dentro de “Quédate en México”. Este fue el programa pactado entre Trump y Andrés Manuel López Obrador para dificultar el acceso al refugio de los centroamericanos y que provocó la expulsión de más de 70 mil personas a ciudades peligrosas como Matamoros. El nuevo mandatario estadounidense lo terminó nada más llegar a la Casa Blanca y anunció que los afectados podrían seguir su caso al interior del país. Pero esto dejaba fuera a Ocampo Atanasio y su familia, que llegaron a la frontera y no tuvieron tiempo de pedir asilo porque las puertas se cerraron por la COVID-19.
Los mexicanos pudieron aprovechar la decisión de acabar con el campamento. Ellos llevaban viviendo en esa miserable sucesión de carpas tanto tiempo como muchos de sus compañeros. Así que, en el momento de hacer el censo, fueron incluidos.
Animal Político consultó con Acnur sobre el proceso, pero la institución respondió que no hace referencias a casos individuales como parte del protocolo para su protección. Sí que recordó que “cualquier persona que sufra violencia o persecución tiene el derecho básico de pedir asilo y debe poder acceder a procesos humanos, seguros y eficientes”.
Eso es lo que, durante los últimos años, Estados Unidos negó a centroamericanos y, también, a mexicanos.
El campamento de Matamoros llegó a tener 2 mil 500 habitantes en sus momentos de mayor afluencia. Aunque en su cierre había menguado. Allí convivía la miseria y la desesperación con el miedo al crimen organizado, que es el que controla la frontera. Según el Instituto Nacional de Migración (INM), un total de 731 personas abandonó el campamento de Matamoros para cruzar a Estados Unidos tras el anuncio de Biden de que los recibiría. No hay cifras exactas sobre cuántos de ellos eran mexicanos, aunque Ocampo Atanasio cree que no eran más de 15 familias. Atrás quedaron unas 70 personas, centroamericanos en su mayoría, con el caso de asilo cerrado o con orden de deportación en EU. Actualmente se encuentran en la casa del migrante de Matamoros.
“La entrada fue muy distinta”
“La entrada ahora fue muy distinta, una experiencia muy bonita”, dice Ocampo Atanasio. Esto era exactamente lo que ella deseaba. Entrar por la puerta grande, sin violar la ley americana, hacer todo conforme a ley y sin quebrantar las leyes”, explica. Relata que, tras hacerse las pruebas COVID-19, llegaron al puente internacional que conecta Matamoros con Brownsville donde les acompañó la hermana Norma Pimentel, una religiosa conocida por su activismo a favor de los migrantes. “Fue muy distinto, la experiencia muy diferente porque no se portaron groseros con nosotros”, dice, en referencia a los agentes del CPB.
Su último contacto con estos oficiales fue traumático. Ocurrió el 22 de agosto cuando ella, de pura desesperación, cruzó Río Bravo embarazada de nueve meses. Su esposo y sus hijos fueron expulsados inmediatamente a Matamoros. Ella, por el contrario, se quedó en el hospital ya que llegó con dolores de parto. Le dieron el tiempo justo para dar a luz a Joshua, que nació estadounidense, y ser devueltos los dos, la madre y el bebé de dos días en brazos.
Todo eso quedó atrás.
“El recibimiento que nos hicieron los americanos cuando llegamos a la estación de autobuses fue muy bonito. Con aplausos y abrazos nos dieron la bienvenida”, explica. “Se siente esa emoción tan bonita. ¿Cómo es posible que personas que ni siquiera te conocen te reciban con tanto cariño, con tanta felicidad?”, relata. Frente a la imagen de EU cultivada por Trump, la de un lugar hostil y amurallado que rechaza al que es diferente, Ocampo Atanasio pone en valor el trabajo de las organizaciones que durante dos años estuvieron apoyando a las víctimas de las políticas xenófobas.
Ahora que todo queda atrás, la mexicana recuerda las lecciones del campamento. “Allí aprendimos a sobrevivir”, dice. El cambio ha sido grande. “Antes dormíamos en una colchoneta, ahora en una cama. Ya cocinamos en una estufa y vamos a un baño normal, no a una letrina como las que estaban en el campamento. Es algo muy diferente. Esto nos sirve de aprendizaje para valorar lo que nos da la vida”, asegura.
El desplazamiento forzado en México
Su caso habla de un fenómeno que en México pasa desapercibido: el de los desplazados internos. Mexicanos que se ven obligados a dejarlo todo por miedo a ser víctimas de la violencia y del crimen organizado. Desde que Felipe Calderón inició lo que llamó la “guerra contra el narcotráfico” se contabilizan más de 300 mil muertos, más de 84 mil desaparecidos y cerca de 40 mil cuerpos sin identificar.
En 2020, México se convirtió en el cuarto país con más trámites de asilo en los juzgados de Estados Unidos. De los 59 mil 712 casos que se procesaron, 6 mil 175 eran peticiones de protección de ciudadanos mexicanos, que solo fueron superados por los guatemaltecos, salvadoreños y hondureños. Los resultados no son esperanzadores para Ocampo Atanasio y su familia. Únicamente 760 fueron aceptados como refugiados, mientras que otros 208 recibieron algún tipo de protección complementaria. El resto fue rechazado y, por lo tanto, se giró una orden de deportación.
Regresar es algo que la mujer no quiere ni pensar. “Me aterra. Me daría miedo que esto pasara (que la obligasen a volver a México)- En esto regresamos y vienen las personas que nos quisieron hacer daño. Regresar sería muy malo. También estuvimos en Michoacán, allí también está muy difícil. ¿A qué le tiramos si regresamos? A nada bueno”, dice.
El fin del campamento de Matamoros es solo un símbolo. A lo largo de la frontera, miles de personas aguardan su oportunidad para pedir asilo. No son solo quienes fueron expulsados por “Quédate en México”. Los desastres naturales, la pobreza y la violencia en Centroamérica ha provocado un incremento en los flujos hacia el norte, según han constatado organizaciones como el Movimiento Migrante Mesoamericano. En México cada año son más quienes, como Sandra Ocampo Atanasio, creen que nadie podrá protegerles en su país y tratan de cruzar a Estados Unidos.
Para la joven que escapó de Guerrero después del asesinato de su tío todo esto son temores que van superándose. Ahora, mientras se adapta a su nueva vida, piensa en las oportunidades que tendrán sus hijos y que ella no pudo ni soñar: una buena educación y seguridad. Crecer sin el miedo de que alguien pueda hacerte daño.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: ALBERTO PRADILLA.
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