Si México hubiera tenido un mejor desempeño al gestionar la pandemia de COVID-19 se habrían evitado en 2020 alrededor de 190 mil muertes por todas las causas (incluidas las provocadas por otras afecciones a las que se les dejó de dar atención), revela un estudio sobre la respuesta del país ante la crisis sanitaria, elaborado por un grupo de especialistas a petición del panel independiente que la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha para analizar cómo han actuado las naciones y el mundo frente a este fenómeno.
En una muestra de 39 países, México ocupa el cuarto lugar en exceso de mortalidad, con aproximadamente 43% más de muertes en 2020 de lo que se hubiera esperado en relación con el promedio de 2018-2019 (en condiciones normales, sin crisis sanitaria). Solo Perú, Ecuador y Bolivia han tenido una mayor mortalidad entre los países analizados, explica Carlos del Río, coautor del estudio.
Del Río, quien es presidente del Departamento de Salud Global en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Emory, en Estados Unidos, dice en entrevista con Animal Político que el promedio de exceso de mortalidad de los países de la muestra (todos aquellos con más de 3 millones de habitantes y datos completos de mortalidad de los últimos tres años, incluidos Estados Unidos, Reino Unido, España, Francia, Rusia, Tailandia, Israel, Brasil, Chile y Colombia) es del 17.3%.
“Si México hubiera tenido un desempeño similar al de los otros países donde el exceso de mortalidad fue de 17%, hubiera habido 190 mil menos muertes”, asegura. Y agrega que hasta en Estados Unidos, donde se han registrado muchos fallecimientos, el impacto ha sido menor: allá el exceso de mortalidad es de 20%.
El estudio de caso, que ya se entregó al Grupo independiente de preparación y respuesta frente a las pandemias y que publicará la OMS en los próximos días, señala que las cifras oficiales de las autoridades de México reportan un exceso de 326 mil 609 muertes en 2020, 2.6 veces el número de fallecimientos confirmados por COVID-19 para el mismo período.
Las estadísticas de enero de 2021, cuando las muertes por COVID-19 alcanzaron su punto máximo, no estuvieron disponibles para considerarlas en el análisis de los expertos, pero se espera un aumento considerable en el exceso de mortalidad.
El documento señala que una parte (61.2%) de las muertes en exceso de 2020 que no se han relacionado con un diagnóstico de COVID-19, probablemente sean directamente atribuibles a la enfermedad, dado el acceso muy limitado a las pruebas y el diagnóstico.
Los demás fallecimientos reflejan el impacto indirecto de la pandemia en la mortalidad por la interrupción de la atención a otras afecciones. Datos de la Secretaría Salud, refiere el documento de los expertos, indican que a diciembre de 2020, el diagnóstico de desnutrición, afecciones cardíacas, cáncer de útero, diabetes y cáncer de mama se había reducido en 56, 45, 34, 27 y 20% respectivamente.
Los errores de México
Del Río asegura que ha habido un manejo fallido de la epidemia en el país y eso impacta en el número de defunciones. “Una de las principales fallas es el liderazgo. Cuando tienes un país como Estados Unidos con pobre liderazgo (como el de Trump) e instituciones fuertes (como la FDA, por ejemplo), el desempeño es malo; cuando tienes un país con pobre liderazgo e instituciones débiles como en el caso de México, el desempeño es aún peor”.
El documento del estudio de caso señala al respecto que, en México, las autoridades evitaron la deliberación y la toma de decisiones colectivas en el momento adecuado. El máximo órgano de gobernanza y coordinación de la salud, el Consejo General de Salubridad, permaneció relegado a un papel secundario. Las decisiones clave de salud pública no fueron sometidas sistemáticamente a supervisión independiente, ni consultadas con expertos externos.
La respuesta a la pandemia se fracturó desde el principio, se señala, debido a la falta de entendimiento en temas relevantes como el nivel de amenaza y las acciones necesarias entre las autoridades nacionales, algunos gobiernos estatales y otras partes interesadas. Los conflictos partidistas y la polarización exacerbaron estos desacuerdos.
El otro problema, dice del Río, ha sido de comunicación; esta “durante la crisis ha sido mala. ¿Cuántas veces han dicho que ya se va a terminar esto? Todavía se sigue sin recomendar de forma contundente la mascarilla”.
Las autoridades, dice el estudio de caso, no han podido enviar un mensaje correcto y coherente para reforzar las directrices de salud pública a través de su propio comportamiento. Hubo información incorrecta, inconsistente y politizada.
“Por temor de que los hospitales llegaran a un punto de saturación –dice textual el estudio– las autoridades difundieron información que alentaba a los pacientes a sobrellevar la enfermedad en el hogar y no buscar atención médica a menos que se presentaran síntomas graves. Esto ha contribuido a las altas tasas de mortalidad. De hecho, se estima que 58% han fallecido fuera de hospital”.
Además, del Río señala que las instituciones de salud estaban muy limitadas para poder responder de forma eficaz a la epidemia. “Es incluso un problema de instituciones de salud ya en crisis. Un sistema de salud que no tenía las condiciones para responder bien”.
México enfrentó la pandemia con un sistema de salud fragmentado y debilitado, precisa el documento, debido a importantes recortes presupuestarios desde mediados de 2010. Para 2020, el presupuesto de salud per cápita acumuló una pérdida de 26.4% en términos reales en relación con su máximo de 2015.
Además, la actual administración inició una reestructuración desordenada y mal planificada del sistema nacional de salud. La insuficiencia de recursos y la escasez de personal, antes y durante la pandemia, limitó la calidad de la atención a la emergencia.
Los esfuerzos para aumentar el número de camas se vieron limitados por la falta de personal capacitado disponible, equipo, medicamentos y recursos financieros.
La falta de inversión pública para apoyar a la población también ha afectado. “No ha habido, por ejemplo, la inversión necesaria para rescatar la economía, a los negocios les dijeron ahí se ven”, asegura del Río.
México, precisa el estudio, se destaca internacionalmente como uno de los países con menor gasto público para apoyar la respuesta a la crisis sanitaria y permitir el cumplimiento de las medidas de confinamiento. Las pequeñas empresas y los menos favorecidos se quedaron atrapados entre buscar los ingresos diarios o garantizar su salud.
Otra falla identificada es que en el país se optó por hacer pocas pruebas, lo que disminuyó la capacidad para detectar brotes, diagnosticar pacientes, controlar la transmisión y estimar adecuadamente la carga de COVID-19 en el país.
A marzo de 2021, México ocupa el puesto 155 en pruebas por millón de habitantes, de 203 países con información disponible. La tasa de positividad (el número de personas que sí resultan positivas de entre todas las que se hacen los análisis) se ha mantenido en el rango del 30 al 50%, lo que sugiere que hay un alto nivel de personas que no están diagnosticadas por no acceder a los testeos.
A todo eso hay que agregarle, dice del Río, la alta carga de comorbilidades en la población (diabetes, hipertensión, obesidad), que también han tenido un peso importante en el exceso de mortalidad.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: ANDREA VEGA.
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