Un recorrido por la Escuela Normal Rural de Atequiza deja ver el abandono en que se encuentra por parte de estudiantes y autoridades estatales para cumplir con los cinco ejes de formación: educativo, deportivo, medios de producción, cultural y político. Las instalaciones fueron cerradas por la pandemia de Covid-19, contrario a otras normales que se mantuvieron abiertas.
Atequiza, Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco. Los muros de la Escuela Normal Rural Miguel Hidalgo, en Atequiza, se han convertido en refugio de “misioneros” de la educación. Aquí estudian aquellos a quienes se han visto marchar, una y otra vez, por las calles en busca de justicia presupuestal y social. Con puño alzado, aun con la crisis generada por la pandemia de Covid-19, han transitado por las principales avenidas de la capital del país con la exigencia de que se respeten los lugares de nuevo ingreso, les garanticen las plazas laborales y les sean otorgados los recursos económicos debidos a su escuela.
Ahora, en medio de una pandemia, los alumnos ven cómo el modelo de la escuela se desvanece porque el gobierno de Jalisco ha decidido quitarle su esencia: ser exclusiva para los hijos de obreros y campesinos, lo que implica que cualquier aspirante, de cualquier estrato social, puede acceder a esta. En consecuencia, se desalienta la formación en los otros ejes y el compromiso de dar clases en los lugares más apartados del país.
En esta normal rural estudian hombres y mujeres jóvenes que también soñaban con ser arquitectos, pertenecer a las Fuerzas Armadas, dedicarse las artes escénicas, ser cocineros profesionales, pero que su condición económica no les permitió continuar con aquellos anhelos, pues significaría un gasto extraordinario para su familia. Estudiar en esta escuela la licenciatura en educación primaria o preescolar es, quizá, la única alternativa que tienen decenas de estudiantes cada año para cambiar el rumbo de sus vidas. Incluso, para aquellos a quienes los ha seducido el pandillerismo.
“Futuro maestro, tu salario dependerá directamente de tu pueblo oprimido y explotado, a quienes sus hijos educarás y serás guía de su libertad”, se lee en los muros de este recinto. Son las palabras de Lucio Cabañas, exmaestro rural, exguerrillero, asesinado por el Estado. “Siembra socialismo”, ordena.
Atequiza es una de las 17 escuelas normales rurales que sobreviven en el país, de las 44 que llegó a haber en toda la República. El principal objetivo de este modelo educativo –iniciado después de la Revolución Mexicana– era llevar la educación al sector rural, a los más desfavorecidos, a los hijos de los campesinos y de la clase obrera. Cambiar el rumbo de esas vidas, desde la educación, para los mexicanos que se encuentran entre los 10.8 millones de los más pobres.
Se trata de 520 alumnos; ellos son quienes se capacitan para ir a donde otros no quieren. Los que se preparan para en una educación integral basada en cinco ejes: académico, deportivo, medios de producción, cultura y político, con el propósito de llevar el conocimiento a las comunidades más alejadas. Son los hijos del campesino, de una madre soltera, de un migrante en Canadá, de mujeres de las que están orgullosos por ser el principal sostén de su familia.
Sin embargo, esta escuela ha sido abandonada con el paso de los años. Fue foco de hostigamiento y represión de gobiernos panistas. Todavía, de castigo presupuestal en esta administración, bajo la tutela del gobernador Enrique Alfaro Ramírez.
El 14 de octubre de 2019, el entonces secretario de Educación de Jalisco, Gerardo Rodríguez Jiménez, reconocía que la escuela padecía de un “rezago histórico” derivado de que las anteriores autoridades educativas, administraron mal los recursos en la dependencia estatal.
Una nota del reportero Franco González –publicada en el diario Milenio el 14 de octubre de 2021– indica que el funcionario jalisciense aceptaba que Atequiza había sido “mal atendida por las autoridades en los últimos años”, por lo que anunció una inversión de 15 millones de pesos para ese año, 3 más que un año anterior.
Se desvanece el modelo
En un recorrido por las instalaciones de este plantel, se puede observar el abandono que hay por parte de los estudiantes y de las autoridades. Contrario a lo que ocurre en otras normales que, pese a la pandemia por Covid-19 se mantuvieron abiertas, ya que era la única forma en que los estudiantes continuaran con sus clases.
Las estructuras de lo que fuera sustento de este recinto se han debilitado, el comedor tiene un mobiliario viejo, con estufas desgastadas y descompuestas, y una panadería que ya no está en funcionamiento. Las zonas deportivas carecen de mantenimiento, el pasto ha crecido al grado de comerse la cancha de basquetbol, se dejó perder el gimnasio que había en otro tiempo, para fomentar el fortalecimiento de los jóvenes. El equipo de cómputo que utilizan los estudiantes es anacrónico y no cuentan con internet, que debiera ser parte de sus funciones académicas.
Además, se acabó el servicio de lavandería para quienes ocupan el internado, se ha desbaratado este espacio y los alumnos no saben si volverán a contar con él. En los dormitorios, a algunos colchones ya se les salen los fierros de los resortes y apenas cuentan con un par de delgadas cobijas para pasar la noche.
Ya no existe la barbería con la que los chicos podían acceder a tener con un corte de cabello. El espacio donde desarrollaban sus módulos de producción ha sido abandonado, sólo quedan las estructuras viejas y desvencijadas del criadero de cerdos.
Alan Osvaldo, cursa el tercer año de licenciatura. Comenta que el hecho de que esta escuela hubiera sido planeada para abrir sus puertas a gente humilde, de escasos recursos, es “una de las características que rige una escuela rural, que prácticamente es del pueblo y para el pueblo, la maneja, la trabaja y se mantiene en pie gracias al pueblo más que por parte del gobierno”.
A sus 21 años, Alan desempeña sus estudios a la par del trabajo como personal de seguridad, lo que le ayuda a mantener sus gastos y vivir de manera independiente. Hijo de padres jaliscienses. Ella, ama de casa. Él, un es obrero alejado de la familia. “Yo tengo una formación en la que sólo mi madre ha estado conmigo; entonces, la figura paterna es muy ausente. Gracias a mi madre he podido encontrar la fortaleza. Veo en las mujeres una parte fundamental en mi formación y asimismo trato de defenderlas”, comenta.
Para el estudiante de Atequiza, formar parte del alumnado de esta institución no significó la primera opción para concluir una carrera. Él quería ser parte de la Armada de México, ingeniero en Hidrografía, en la 15 zona naval en Jalisco; “pero más allá de ver un objetivo fijo, vi el panorama, oportunidades. Hice trámites en ambos lugares y gracias a ello quedé aquí. Lamentablemente no pude tomar otra alternativa. Tomé esta opción que, conforme pasó el tiempo descubrí que fue y se está formando una gran vocación”, comenta.
Esta fue para Alan la única forma de continuar con sus estudios y salir adelante, pues “en ninguna otra institución gubernamental podremos encontrar las mismas facilidades como internado”. De no haber ingresado, dice, “hubiese seguido con el camino laboral o siendo obrero, que definitivamente no está mal, pero es otra manera de llevar tu vida. Sin embargo, sabemos que una persona mejor preparada tiene mejores oportunidades”.
La única esperanza
Fátima también tenía en mente estudiar otra carrera, pretendía ser arquitecta. Sin embargo, las posibilidades se abrieron en Atequiza, donde encontró su vocación como profesora de educación primaria.
Hábil en la elaboración de manualidades, la joven muestra los dibujos y figuras que elabora para vestir su cuarto. Las mismas creaciones que podrían servir para acompañar las clases de sus alumnos de educación primaria.
Ella, originaria de Tlajomulco de Zúñiga, dice que pertenecer a esta normal rural la ha hecho saber que “es una misión de la cual cumples hacia la sociedad”, donde se adquiere el compromiso de “luchar por mejorar esas zonas, que en este caso son rurales”.
La joven relata que intentó cursar la carrera de arquitectura, pero por complicaciones personales, tuvo que buscar una alternativa. Hija de un profesor jubilado de la carrera de telesecundaria, ahora campesino, dice que fue cautivada por el eje de módulos de producción, que fue abandonado por la mayoría de los estudiantes antes de que llegara la pandemia y las instalaciones fueran cerradas.
Rodeada de familiares dedicados al campo, Fátima no tuvo reparo en elegir formar parte de esta normal. “Me dije: ¡ay, qué padre!”, mis tíos familia vienen del campo, tener animalitos y cuidarlos. Recuerda que al llegar a la Escuela Norma Rural estaba “bien preparada y motivada con mis botas, pinzas, guantes, pensé que íbamos a seguir así todo el ciclo escolar, pero resultó que sólo era la inducción. Conforme pasó el tiempo, dice, se vino abajo todo por priorizar sólo el eje académico y “no le daban la responsabilidad que se debía a los módulos de producción alguna vez. Me voy a proponer en sacar adelante eso pero, vino la pandemia”.
“Cuando conocí este normalismo rural, me impresionó mucho porque yo no sabía que se podía hacer tanto en una sola licenciatura, que podías abarcar desde el ámbito político, social cultural, deportivo, hasta el campesino. Me sorprendió por qué es un ámbito al que llegas y eres consciente de muchísimas cosas que no en cualquier carrera te platican”, comenta.
Atequiza, formador de maestros
Ubicada a 40 minutos de la ciudad de Guadalajara, Atequiza se caracteriza por ser una comunidad donde se forman y trabajan los maestros de la región. Noé es hijo y sobrino de académicos egresados de esta Escuela Normal Rural. Orgulloso de sus orígenes, el joven que cursa la licenciatura en educación primaria lamenta que se vayan perdiendo los ejes que conforman la educación integral que aquí se imparten.
Ser parte de esta comunidad, comenta, es para él muy motivante, aunque reconoce que hay “nostalgia y orgullo saber que pertenezco a esta escuela porque mi familia ha sido parte de ella, a través de los años”. Son nueve tíos egresados de aquí y que lo han motivado a seguir sus pasos como maestros y docentes, “que están día a día en las escuelas para crear una sociedad cada vez mejor”.
En esta comunidad, relata, la gente se dedica principalmente al magisterio, es una “cuna de maestros. Atequiza, semillero de maestros”, pues la mayor parte de la población el mayor se dedica a esta actividad y al cultivo de las tierras, con la siembra de maíz, frijol, trigo. Los menos, se dedican al trabajo en las fábricas.
Noé lamenta que, previo a la pandemia, los ejes político y cultural también se habían ido perdiendo. “El político es el que mantiene en pie este escuela y muchos no lo entienden, muchos dicen: ‘¿Para qué? El socialismo ya no es bueno; ¿para qué luchar por algo?’ Vienen al eje académico, se retiran y dejan de lado todo esto sin ser conscientes que el eje político es el que mantiene viva esta escuela”, señala.
En tanto, comenta, el cultural, el deportivo y el de acción campesina, se han dejado mucho de lado. Antes, dice, Atequiza destacó por su ballet folklórico. En uno de sus salones, revestido con duela de madera, se pueden apreciar los trofeos ganados por los estudiantes. “Destacó mucho a nivel estatal, pero se fue perdiendo, ya no hubo apoyo de los docentes de esta escuela y el espíritu de nosotros como normalistas rurales tampoco hemos destacado mucho en querer levantar lo que fue algún día”.
La pandemia de Covid-19, relata, “afectó muchísimo, creo que ha sido una de las tres escuelas que ha dejado por completo los cubículos vacíos, que no se ha visto apoyo para poder venir a limpiar y hacer las áreas necesarias. También afecta en todos los ejes, no sólo en el político, que fue el más afectado”. Por esta razón, indica, se tuvieron que vender los cerdos que se tenían en el eje de módulos de producción, no había quién siguiera alimentándolos. Las tierras que servían para continuar con la práctica campesina fueron rentadas a los vecinos de la región.
Noé es hijo de una de las secretarias de esta institución y de un hombre que ha tiene que emigrar a Canadá cada año, para trabajar el jornal de aquel país. Sabe que las condiciones económicas no son fáciles para quienes deciden quedarse y menos para los que viven en las comunidades más apartadas. Por eso, comenta, ha decidido hacer de esta profesión un modo de vida. “Me gustaría ir a una comunidad que de verdad necesite apoyo en la que ayude a que salgan adelante, que se pueda lograr hacer una sociedad consciente, que no se rinda y que luche por obtener sus derechos como de verdad les corresponde”, señala.
Acabar con el normalismo rural
Carlos, representante de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), comenta que cada Escuela Normal Rural tiene distintas formas de trabajo, como tal no podríamos tener una comparación de lo que ocurre en Atequiza con el resto de las escuelas. “De lo que si podríamos hablar es de los golpes que le ha dado el gobierno y de cómo ha atacado internamente. Si hablamos de Mactumactzá, podemos decir que: quitándonos el recurso, no otorgándonos la plaza a los egresados y demás”.
Ahora, en el caso de la Escuela Normal Rural Miguel Hidalgo, de Atequiza, Jalisco, expresa que en esta escuela “el gobierno ha intervenido de diferentes formas por medio de maestros, evitando que se genere una organización estudiantil, es decir, un Comité Ejecutivo”. Lo anterior, dice, “para que ya no sigan los movimientos en contra del gobierno y para que ya no haya un despertar de conciencia como ha sido en esencia el normalismo rural”.
El joven chiapaneco arguye que en el caso de Atequiza también influye la política que se maneja a nivel estatal, que se trata de una sociedad conservadora y que muchos de los alumnos que ingresan a este plantel cuentan con un nivel económico de medio a alto. “Entonces, de esta forma también podemos ver como el gobierno ha implementado nuevas formas de cómo ya no meter hijos de campesinos o personas que lo necesitan. No hay necesidad de movimiento, no hay necesidad de manifestarse, ha ido decayendo la organización estudiantil”.
—¿Abrir la convocatoria a todo público es una manera de desmantelar el normalismo rural?
—Sí, es una manera, porque en ella entran distintas tipos de personas, que tienen recursos para entrar y salir de una universidad pública, incluso, una universidad pagada y entran también personas de escasos recursos: aquellas personas que no tienen para usar una computadora, un teléfono, o pagar internet, incluso.
“Entonces, para esto hay mucha competencia, debido a que los que tienen recursos entran y tienen más acceso a la educación, están más desarrollados intelectualmente. Es una forma de cómo ya no necesitar tanto los recursos que una normalidad o los beneficios que una normal da para los hijos de campesinos.
“Debido a que entran personas de distintas edades, no se pueden implementar las actividades que generalmente se hacen en una normal rural. Es decir abandonan los ejes del normalismo rural.”
—¿Cómo crees que el gobierno de Alfaro está tratando a esta escuela de Atequiza?
—Atequiza siempre ha mostrado cierta convicción al trabajo, pero por lo que ya se mencionó, de desmantelar el normalismo rural, no ha tenido mucha participación últimamente. El gobierno de Jalisco ha atacado a esta escuela, abriendo las convocatorias públicas, no otorgando un beneficio a las personas que más lo necesitan, si no dan prioridad aquellas personas que tienen los recursos o que tienen las condiciones necesarias para seguir estudiando. Es una forma de ir acabando más con el normalismo, en vez de qué avance, se va a transformando, ya no siendo una normal rural, sino [sólo] una normal.
Contralínea solicitó entrevista con el subsecretario de Administración de la Secretaría de Educación de Jalisco, Gerardo Rodríguez. Al cierre de edición, no se ha obtenido respuesta.
AUTOR: ÉRIKA RAMÍREZ.
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