Anaqueles con miles de garrafones anaranjados sin agua, la maquinaria solitaria y silenciosa, el estacionamiento vacío, las computadoras apagadas, los viejos camiones descompuestos, son apenas lo que queda de la empresa Bonafont, en el municipio de Cholula, Puebla, que durante 29 años “nos robó, en nuestra cara, un millón 640 mil litros de agua diarios”, afirma Campeche.
“Nadie”, lamenta el integrante de la organización Pueblos Unidos que se presenta con un pseudónimo por motivos de seguridad, “hicimos nada, nomás veíamos cómo la embotellaban y luego nos las vendían al tiempo que se secaban nuestros pozos”.
Por eso hace nueve meses cerraron las instalaciones y hace cuatro, el 8 de agosto, decidieron que “no más”, y en una acción coordinada entre los pueblos tomaron las instalaciones de la embotelladora, clausuraron el pozo del que sacaban “nuestra agua” e iniciaron un proyecto comunitario denominado la Casa de los Pueblos. Hoy el paisaje es otro. En la entrada, en lo que parece haber sido la oficina principal o la gerencia de la planta que tiene una extensión aproximada de una hectárea y media, las mujeres de las comunidades nahuas de la región Cholulteca y de los Volcanes decidieron hacer una Casa de Mujeres, cuenta Adela, en la que “nos formamos, nos escuchamos, nos organizamos y fortalecemos la cooperativa de bordado, de cuyas ganancias sacamos para cubrir otras necesidades,
como por ejemplo de salud”.
La idea original, detalla Adela, “no sólo era tomar el espacio para parar el saqueo de nuestra agua, sino que el lugar sirviera para las necesidades de las comunidades. Sabíamos que la construcción tenía que darse desde el primer momento y poco a poco fuimos, mediante las asambleas y mesas de trabajo, viendo por dónde”. Así crearon la Casa de Salud, justo frente a la de las mujeres, “con la idea de hacer un trabajo de prevención de enfermedades con el uso de plantas medicinales”.
Crearon también, con el apoyo de personas y colectivos solidarios, una biblioteca y, en el resto del espacio, se ofrecen talleres de educación para los niños, box y hasta zumba. Caminando hacia el fondo de la ex embotelladora perteneciente al Grupo Danone, se observan en el piso mazorcas de maíz morado secándose al sol y, más adelante, un corral de borregos, otro de puercos, uno más de conejos, y ya llegó la primera gallina a incorporarse a las cooperativas. Las paredes están tapizadas de murales y mantas. “Aquí se respeta la ley de los pueblos”, “San Pancho no se vende”, “500 años después, aquí nadie se rinde” y en un camión repartidor de la empresa que se quedó adentro, en letras negras gigantes: “El pueblo manda”.
Como en muchas de las resistencias que se levantan en México, son mayoría las mujeres que participan en este movimiento. Marce explica: “Mis hijos vienen a la toma para que vayan sabiendo qué es lo que tenemos que defender, y para que aprendan”, dice, “todo el trabajo que cuesta”.
La lucha de estos pueblos no es nueva. Son los mismos que se opusieron a una autopista que atropellaba sus derechos; son quienes defendieron el río Metlapanapa, en el que se vertían los desechos tóxicos del complejo industrial textil. Son también los que iniciaron la lucha contra el gasoducto que forma parte del Proyecto Integral Morelos (PIM); son herederos de las luchas zapatistas del siglo pasado y compañeros y compañeras de Samir Flores Soberanes, defensor asesinado en 2019. Forman parte del Congreso Nacional Indígena y una de sus integrantes acaba de regresar de Europa, donde participó en la Gira por la Vida, iniciativa convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), de quien retoman principios.
Llegaron con engaños
En esta región agrícola se siembra maíz, avena, alfalfa y verduras que se llevan a la Ciudad de México. “Pero sin agua las cosechas se fueron perdiendo”. Y por eso empezaron a reunirse casa por casa, pueblo por pueblo, y todos coincidían “en la urgencia de que se cerrara definitivamente la empresa”. Decidieron entonces las asambleas hacer un plantón y cerrar la empresa el 22 de marzo, Día Mundial del Agua. Y en caravana llegaron los pueblos nahuas de Zacatepec, Cuanalá y San Juan Cuautla.
Durante cinco meses, con todo y la presión policiaca, organizaron en el plantón eventos culturales, políticos y de difusión. Pasaba el tiempo, cuenta Campeche, y se empezaron a preguntar “qué iba a pasar, si nos íbamos a quedar aquí afuera sin que nos respondieran, apostándole ellos al cansancio. Y de nuevo realizamos asambleas con los pueblos. Las comunidades dijeron que cerráramos los pozos, y eso implicaba entrar. ‘Y luego cuando entremos, ¿qué?’, preguntaron. ‘Pues hacemos una escuela, una casa de salud, una casa comunitaria’”.
Decidieron entonces tomar las instalaciones el 8 de agosto, en ocasión del aniversario del nacimiento de Emiliano Zapata. Y ese mismo día, “sobre las instalaciones del saqueo”, nació la Casa de los Pueblos.
La entrada
Adela, Marce, Campeche, El Inspector y Flor sonríen cuando recuerdan el momento de la entrada a la planta Bonafont. La adrenalina, coinciden, estaba a tope. Y el coraje también, pues en el momento previo organizaron un juicio público en el que los pueblos de Acuexcomac, Nealtican, Tlaxcalancingo, Xoxtla, Almoloya, entre otros hablaron de los ríos y pozos que se secaron o contaminaron. Hablaron también del tiempo en que los niños iban a jugar a los manantiales, cuando había peces y las mujeres se iban a los alrededores para vender. Hablaron, pues, de la vida que les habían arrebatado. Y con eso en la mente se dieron valor para sacar a la gente que aún permanecía adentro de la planta, tomarla y organizar de inmediato las comisiones de seguridad, pues sabían “todo lo que se estaba jugando, incluyendo la vida”, dice El Inspector, campesino de Zacatepec.
Las mujeres se fueron directo al pozo de gran profundidad en compañía de los medios de comunicación, quienes registraron la clausura definitiva del pozo del que se extrajo agua durante 29 años. En la oficina principal encontraron una vara tradicional que usan los mayores nahuas para saber dónde hay agua y ahí hacer un pozo artesanal. La vara está enmarcada con la inscripción: “Gracias a Dios y a esta varita, en compañía del señor Mario Minutti, localizaron el lugar del pozo que dio una magnífica agua, suficiente y abundante. 5 de febrero de 1992”. Campeche y el resto de la comitiva muestran la vara enmarcada como evidencia de que “no sólo se estaban apropiando del agua, sino también del conocimiento de los pueblos y de su cultura”. Pero, insisten, “no más”.
AUTOR: GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ.
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