Un par de huipiles rojos se asoman entre el morado que ha inundado la plancha del Zócalo y las calles del centro histórico en la capital del país. De piel morena y con cachuchas negras, un grupo de mujeres triquis existen y resisten. Es el segundo año que se suman a la marcha del 8 de marzo para exigir: “¡ni una desplazada más!” y retornar pronto a su Tierra Blanca, Copala (Oaxaca).
En medio de la manifestación –y luego de exigir a las afueras de la Secretaría de Gobernación la liberación de la abogada Kenia Hernández– dejan claro que las mujeres indígenas también tienen voz y voto. La función de sus cuerpos no es sólo la de procrear, también acuerpan la lucha feminista. “Nosotras también somos visibles, somos de comunidad indígena pero también somos mujeres. Apoyamos a las feministas”.
Entre la algarabía y rabia de miles de féminas clamando justicia, las desplazadas de Copala se hacen escuchar. Isabel, perteneciente al Movimiento de Unificación y Lucha Triqui Independiente (MULTI), comenta: “como mujeres indígenas existimos y resistimos a pesar de todas las opresiones que vivimos”, incluso las sufridas dentro de su comunidad.
La mujer comparte que en la población de donde es originaria no puede exigirse la desaparición de un día para otro del “machismo radical”. Es un proceso formativo, indica. A las infancias triquis serán a quienes se les tenga que inculcar dentro de casa que mujeres y hombres “tenemos el mismo valor como personas” y deben cuidarse entre sí.
Otra de las demandas es que el gobierno las vea y les reconozca su valía como lo hace con los varones. Y recuerdan que hace 1 año 2 meses que un grupo armado las desplazó de sus hogares: “cuando hay un conflicto de esta naturaleza, son las mujeres quienes en su mayoría deben migrar internamente por el país para salvaguardar su vida junto a la de sus criaturas”.
“Desafortunadamente, durante el año que hemos vivido en el plantón no hemos visto que el gobierno se vuelva a ver a la mujer indígena o a la mujer como tal porque se ha exigido tanto el retorno a nuestra comunidad para que las mujeres y niñas ya no vivan en las calles.”
Rocío, otra de las mujeres desplazadas y quien habita en el plantón ubicado en avenida Juárez, agrega que vivir en casas de campaña no ha sido fácil: han pasado frío, hambre, calor; sus niños no pueden asistir a la escuela. “Estamos en la marcha porque nos sacaron de nuestro pueblo, queremos seguir luchando para poder recuperar lo que habíamos perdido para seguir adelante”.
Mujeres otomiés, unidas ante desaparición y feminicidios
El retrato de María Galván Palafox está acompañado por una leyenda que exige su aparición con vida y la de todas las mujeres desaparecidas en México, país en donde las violencia de género se acrecienta y le arrebata la vida a aproximadamente 11 mujeres al día. Ésta es la demanda de un grupo de mujeres pertenecientes a la comunidad otomí residente en la Ciudad de México.
El alto a los feminicidios y la desaparición de mujeres es lo que trajo a éste grupo de la comunidad otomí a la mega marcha conmemorativa del 8 de marzo. Específicamente, exigen el esclarecimiento del paradero de su compañera María, quien desde el 7 enero pasado salió de su hogar y no volvió, comparte Brígida Ricardo, mientras su contingente espera en las faldas de la Victoria Alada, ubicada en Insurgentes.
También a Brígida le fue arrebatado uno de sus hijos hace más de una década. El dolor por un desaparecido la hizo unirse a la manifestación. Además de que decidió salir a manifestar sus sentires, pues como indígenas, dice, “ya no nos quedamos calladas. Basta de toda la discriminación: tenemos derecho a expresar lo que no estamos de acuerdo”.
AUTOR: JORDANA GONZÁLEZ.
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