Cuando a los cinco años Kike aún no hablaba ni caminaba bien, su madre Liliana intuía que algo no estaba bien. Que su hijo no estaba teniendo el desarrollo mental y motriz que se le suponía a un niño de esa edad.
Lo que no imaginaba es que, después de muchas pruebas, un día le darían un diagnóstico casi imposible de pronunciar: Kike había nacido con Fenilcetonuria. O con PKU, como también se la conoce.
Tras escuchar esas siglas desconocidas que sonaban a partido político, el doctor le explicó a Liliana que se trata de un defecto de nacimiento muy raro, con una incidencia en México de un caso por cada 27 mil 546 recién nacidos, que se origina debido a que el metabolismo del bebé no es capaz de procesar un aminoácido con otro nombre difícil de pronunciar: la fenilalanina.
El problema es que, a pesar de ese nombre tan raro y desconocido, la fenilalanina está presente en casi todos los alimentos. Y consumirla, si tienes la enfermedad, puede causar efectos tan graves como discapacidad mental, crecimiento lento, convulsiones, además de otros síntomas como pérdida de color en la piel.
Liliana no daba crédito. Cuando nació Kike, en México no era obligatorio realizar el tamiz neonatal, el estudio que se hace en la actualidad a recién nacidos para detectar alteraciones del metabolismo, como la Fenilcetonuria o PKU. Y por ello, su hijo, sin saberlo, nació y vivió cinco años con esa extraña enfermedad que le causó una discapacidad intelectual.
Una vez digerido el shock, Liliana se recompuso. El doctor le dijo que la PKU no tenía cura, pero sí tratamiento: su hijo tendría que llevar una dieta vegana de por vida, y tomar un medicamento, al que denominan “alimento metabólico”, que le aporta el 90% de los nutrientes que no puede consumir con la carne de pollo, el cerdo, los huevos, o la leche, puesto que son productos altos en proteínas.
“La proteína es la gran enemiga de las personas con PKU”, le advirtieron.
Pero otro problema es que, al ser una enfermedad tan poco común, no existen ni muchos medicamentos para el tratamiento, ni tampoco muchos laboratorios que los produzcan. En México, por ejemplo, solo un par de marcas lo hacen, una nacional y otra extranjera, la estadounidense Abbott, que por ser una gran empresa internacional es la mayor surtidora en México de ese producto.
A pesar de esas limitantes, Liliana dice que conseguía comprar el medicamento con regularidad —su hijo Kike la apoya cocinando y vendiendo empanaditas—. Sin embargo, tras la entrada del actual Gobierno en México comenzaron los problemas de abasto por diferentes factores —algunos ocasionados por la burocracia gubernamental y otros por problemas en la producción de la importadora—, que en este 2022 se agravaron aún más para desesperación de cientos de padres y madres que sin ese “alimento metabólico” ven cómo la amenaza de sufrir daños cerebrales acecha con rapidez a sus hijos.
“Imagínate la desesperación de saber qué es lo que tiene tu hijo, pero no lo puedes ayudar porque ahora en México no encuentras por ninguna parte su medicamento. Es algo terrible. ¡Necesitamos ayuda!”, exclama la mujer.
El problema con Cofepris
Pepe Muñoz es padre de una niña de 13 años con PKU, y fundador de la Asociación Mexicana de Fenilcetonuria, de la que forman parte unas 40 familias.
En entrevista, Muñoz explica que el problema de abasto del medicamento metabólico ha tenido varias etapas. Hace unos 10 años, apunta, no había fabricantes en México que produjeran el medicamento, y la empresa que lo traía, la estadounidense Abbott, lo hacía con un permiso temporal que le permitía importar cierto número de cajas al año. Por ello, sobre todo a fin de año, solía producirse una escasez del medicamento.
“Pero eso se solucionó cuando la Secretaría de Salud le dio a la empresa una autorización considerando que producía un medicamento para una enfermedad rara, que también se llama enfermedad huérfana”, explica Muñoz. “Es decir, Salud les dio un oficio en el que reconocía que se trataba de un medicamento huérfano y que no necesitaba registro sanitario, y que lo podían traer a México”.
El problema del abasto comenzó a empeorar, apunta Muñoz, cuando la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) “le quitó el carácter de medicamento huérfano y comenzó a exigir a la empresa el registro sanitario, que es un trámite burocrático muy largo y complejo, en el que se tienen que acreditar con estudios de laboratorio muchas cosas. Y mientras la empresa no tuviera ese permiso, pues les dijeron que no podían seguir importando el medicamento”.
En este punto hay que explicar que Abbott produce dos fórmulas: una es Phenex 1, que está destinada para niños recién nacidos, y la otra es Phenex 2, que es para niños, adolescentes y personas adultas.
En 2021, Cofepris aprobó la importación de Phenex 1. Pero aún no hay registro para Phenex 2, lo cual llevó a niños y adultos con Fenilcetonuria a tener que sobrevivir tomando el medicamento para bebés. El problema es que, según denuncian los padres consultados, ahora es imposible conseguir ninguna de las dos fórmulas de esta marca en México, y por ello los servicios de salud pública que la compran para sus derechohabientes, como el IMSS, el ISSSTE, y las secretarías de Salud, tampoco las pueden proporcionar.
Por ejemplo, el señor Juan, padre de un niño de 6 años, cuenta que después de agotarse el “guardado” que fueron haciendo durante años, han estado sobreviviendo gracias a una donación que llegó al Instituto Nacional de Pediatría de la fórmula para recién nacidos.
“Eso implicó que tuvimos que modificar toda la dieta de mi hijo y hacerle estudios de manera mucho más recurrente para comprobar que no haya sufrido desnutrición”, explica el hombre.
Animal Político buscó a Cofepris para preguntarle por esta situación. Por medio de una tarjeta informativa, la dependencia respondió que para el medicamento Phenex 2 para adultos, la compañía Abbott “no ha sometido la solicitud de registro sanitario de este producto ni de importación para donación”.
Por ello, “al no tener los expedientes o una solicitud de revisión de evidencia técnica, es imposible que Cofepris apruebe algo con lo que no cuenta con información de la seguridad, calidad, o eficacia del medicamento”, apuntó la dependencia, que subrayó en su escrito que “agilizar procesos, eliminar redundancia burocrática, y garantizar el abasto de insumos para enfermedades raras es prioritario para Cofepris, pero esto no debe ser confundido con desregular, pues el rigor técnico aplicado a cada insumo garantiza que las personas puedan consumirlo sabiendo que son medicamentos seguros”.
En cuanto al producto Phenex 1 para bebés, la dependencia expuso que el pasado 10 de marzo, la empresa Abbott le presentó una “solicitud de importación para donación” de su producto al Instituto Nacional de Pediatría; trámite que ya fue autorizado “en tiempo récord” para que ese fármaco, que ya cuenta con registro sanitario desde el año pasado, esté disponible.
“La vida de nuestros hijos corre peligro”
No obstante, más allá del problema de los trámites para conseguir los permisos de la Cofepris, desde principios de este año se sumó otro punto en la ecuación del desabasto que incrementó, aún más, la angustia de pacientes y familiares con enfermedades raras.
El pasado 1 de marzo, Abbott envió un escrito a Xóchitl Mendoza, la presidenta de la Asociación Mexicana de Amigos Metabólicos, en el que señaló que por un problema en su fábrica de Michigan retiró algunas fórmulas, y que sus medicamentos para pacientes metabólicos estaban “experimentando una interrupción prolongada del suministro”.
“En este momento, no conocemos con certeza cuándo estarán disponibles estos productos para su distribución”, apunta el escrito.
El anuncio de Abbott disparó las alarmas en México. Y no solo entre los pacientes con Fenilcetonuria o PKU: la vida de muchas otras personas con enfermedades metabólicas raras también depende de esos medicamentos, como los pacientes con ‘Citrulinemia’ o con ‘Orina con olor a jarabe de arce’, un trastorno por el cual el cuerpo no puede descomponer ciertas partes de las proteínas, y que sin un tratamiento es potencialmente mortal.
“A esas enfermedades, si no les proporcionas el medicamento, no es que su sistema nervioso se deteriore de forma paulatina, como en el caso de los pacientes con PKU. Ellos se descompensan. O sea, entran en coma”, explica Agata Bak, investigadora, doctora en Filosofía, y también paciente con Fenilcetonuria o PKU.
Así que, tras el anuncio de Abbott, la única alternativa es la empresa mexicana que lo produce, pero con el matiz de que produce muy poco. “El argumento que nos da la autoridad es que en México hay otra marca que produce el medicamento. Y sí, pero es una marca que tampoco es para todos los grupos de edad, y que, además, también está en desabasto”, lamenta Juan.
Agata Bak lo explica así: “Piensa que si esta empresa nacional producía, por ejemplo, 500 paquetes de medicamento porque la mayoría de los pacientes le compraban a Abbott, cambiar ahora esa producción y aumentarla es muy difícil”.
Por ello, la investigadora recalca que depender solo del abasto de una empresa es jugártelo todo a una carta: “Es como cuando no hay nada en la tienda y de vez en cuanto llega un pedazo de carne: haces una larga fila y lo compras, pero no sabes cuándo volverás a comer la próxima vez. Y eso es inaceptable, porque nos estamos jugando mucho”.
“Es cierto que no es la primera vez que hay desabasto de medicamentos, pero esta vez ha sido la que más se ha complicado”, apunta por su parte Xóchitl Mendoza.
“Llevamos dos años enfrentando dos situaciones: una, que tiene que ver con la parte burocrática de Cofepris y los permisos de importación. Y otra, que tiene que ver con el laboratorio que hace el alimento médico. Y el resultado es que la vida de nuestros hijos está ahora mismo en peligro”, agrega.
Ante esta situación, el señor Juan señala que no hay muchas más alternativas. Una sería comprar por Amazon los medicamentos en Estados Unidos, donde además de Abbott hay otras empresas que sí lo fabrican. El problema es que esas empresas tampoco tienen el permiso de Cofepris para importar a México y el riesgo de que confisquen el medicamento en la aduana mexicana es muy alto.
Otra opción sería viajar a Estados Unidos, conseguir un doctor que recete el medicamento, e introducirlo en México. Pero, de nuevo, el riesgo de que lo confisquen en la frontera es elevado. Aún así, esta última opción ya la están llevando a cabo padres y madres desesperadas, aunque no todos pueden permitírsela económicamente, especialmente quienes dependen de que su suministro se lo proporcione gratuitamente el IMSS u otro servicio de salud público en México porque no pueden costearlo.
“Estamos atrapados en una espiral en la que de ninguna manera puedes acceder al medicamento, a menos que tú intentes hacer la compra con los consecuentes gastos que implica”, expone el señor Juan, que subraya que “no estamos hablando de un medicamento normal, sino de uno que cuesta entre 600 y 700 pesos la lata, y en el que, mínimo, te venden el paquete de 6 latas”.
Por ejemplo, Liliana dice que en el caso de su hijo Kike, al ser un adulto de 25 años, consume mucho más que 6 latas al mes, que serían unos 3 mil 600 pesos. “En nuestro caso, gastamos más de 8 mil pesos al mes, y eso dándole lo mínimo”.
“Es una enfermedad muy cara. ¿Y si una persona apenas tiene para comer… cómo le hace para salvar a su hijo?”, se pregunta la mujer.
Más flexibilidad
Otra alternativa que plantean los padres y madres consultados es pedirle a Cofepris que flexibilice los exigentes trámites para conceder los permisos sanitarios a otras empresas en el mercado internacional que también fabrican los alimentos metabólicos, para que más compañías puedan importarlos a México. O incluso, que les otorgue un permiso provisional “de emergencia”.
“Que quede claro: no estamos pidiendo que las farmacéuticas no cumplan las normas —recalca el señor Juan—. Lo que pedimos es flexibilidad, matiza. Porque es muy frustrante que, mientras se da el trámite y el permiso, no se permita la llegada del medicamento y que tampoco haya una alternativa para estos niños”.
Pepe Muñoz, de la Asociación Mexicana de Fenilcetonuria, estudia otra posibilidad para tratar de lograr el alimento médico: “Hay una disposición en el reglamento (de la Ley General de Salud) que permite importar medicamentos sin registro sanitario, siempre y cuando se acredite que hay una contingencia. Y creo que esta lo es”, plantea.
Aunque, de nuevo, hay otro problema, expone el mismo Muñoz: “Antes necesitamos saber qué laboratorios estarían dispuestos a traer el medicamento a México, porque los trámites, la burocracia, los gastos de logística, y el hecho de que son pocas las personas con enfermedades raras en comparación con otros padecimientos hacen muy poco redituable el mercado”.
Por el momento, ante este panorama tan complejo, y ante el avance del reloj que acecha a los niños y a las personas que necesitan el alimento médico para evitar consecuencias tan graves como discapacidad mental, padres como el señor Juan ya están recurriendo a abogados para interponer amparos ante la justicia y tratar de lograr así los ansiados medicamentos. Mientras que, al mismo tiempo, estudian la forma de cómo hacer que sus voces suenen más alto en un contexto en México en el que muchas otras enfermedades también enfrentan un desabasto importante de fármacos, como el cáncer.
“Los niños y las personas con enfermedades raras también existen en México. Y aunque sean menos que en otros padecimientos, son personas igual. Y tienen derecho a la salud y a una mejor vida, como todos. Por eso hacemos este llamado desesperado de auxilio”, concluye Liliana.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MANU URESTE.
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