Estuvo casada durante más de 73 años con el príncipe Felipe, quien falleció en abril de 2021 a los 99 años. Isabel era la matriarca de una familia real cuyos problemas eran objeto de fascinación mundial, amplificados por versiones de ficción en series como The Crown. A Isabel le sobreviven cuatro hijos, ocho nietos y 12 bisnietos.
A través de innumerables eventos públicos conoció posiblemente a más gente que ninguna otra persona en la historia. Su imagen, que adornaba sellos postales, monedas y billetes, era una de las más reproducidas en el mundo.
Pero su vida íntima y opiniones fueron siempre poco menos que un enigma. De su personalidad el público veía muy poco. Era propietaria de caballos y pocas veces parecía más feliz que durante la semana de carreras del Royal Ascot. Tampoco se cansó de la compañía de sus adorados perros corgi galés.
Isabel Alejandra María Windsor nació en Londres el 21 de abril de 1926, era la primogénita del duque y la duquesa de York. No nació para ser reina, ya que el hermano mayor de su padre, el príncipe Eduardo, estaba destinado a la corona y se suponía que la heredarían los hijos que tendría.
Pero en 1936, cuando Isabel tenía 10 años, Eduardo VIII abdicó al trono para casarse con la estadounidense dos veces divorciada Wallis Simpson, de modo que el padre de Isabel fue coronado como Jorge VI.
La princesa Margarita recordaba preguntarle a su hermana si esto significaba que algún día sería reina. “Sí, supongo que sí” dijo Margarita recordando a su hermana. “No lo volvió a mencionar”.
Isabel comenzaba su adolescencia cuando Gran Bretaña entró en guerra con Alemania en 1939. Aunque el rey y la reina permanecieron en el Palacio de Buckingham durante el bombardeo del Blitz y visitaron los barrios atacados de Londres, Isabel y Margarita pasaron la mayor parte de la guerra en el Castillo de Windsor, al oeste de la capital. Incluso ahí cayeron unas 300 bombas en un parque adyacente, y las princesas pasaron muchas noches en un refugio subterráneo.
En 1945, luego de rogar a sus padres durante meses que le permitieran apoyar las tareas de la guerra, la heredera del trono se convirtió en la suboficial segunda Isabel Alejandra María Windsor en el Servicio Territorial Auxiliar. Isabel aprendió con entusiasmo a conducir y dar mantenimiento a vehículos pesados.
La noche que terminó la guerra en Europa, el 8 de mayo de 1945, Isabel y Margarita lograron mezclarse, sin ser reconocidas, con la multitud que celebraba en Londres “llevadas por una ola de felicidad y alivio”, dijo a la BBC décadas después, al describir “una de las noches más memorables de mi vida”.
En noviembre de 1947 se casó en la Abadía de Westminster con el oficial de la armada real Felipe Mountbatten, príncipe de Grecia y Dinamarca, a quien había conocido en 1939 cuando ella tenía 13 años y el 18. En la posguerra Gran Bretaña enfrentaba austeridad y racionamientos, de modo que la decoración en las calles fue limitada y no se declaró un día de asueto público. Pero a la novia se le permitieron 100 cupones extra de raciones para su ajuar.
La pareja vivió por un tiempo en Malta, donde Felipe prestaba servicio en la armada, e Isabel disfrutó una vida casi normal como esposa de un oficial. El primero de sus cuatro hijos, el príncipe Carlos, nació el 14 de noviembre de 1948. Le siguieron la princesa Ana el 15 de agosto de 1950, el príncipe Andrés el 19 de febrero de 1960 y el príncipe Eduardo el 10 de marzo de 1964.
En febrero de 1952, Jorge VI murió mientras dormía a los 56 años tras años de enfermedad. Isabel recibió en Kenia, donde se encontraba de visita oficial, la noticia de que sería la próxima monarca.
Su secretario privado, Martin Charteris, recordó después encontrar a la nueva monarca en su escritorio, “sentada erguida, sin lágrimas, con un poco de rubor, aceptando totalmente su destino”.
“De alguna manera no tenía un aprendizaje”, reflexionó Isabel durante un documental de la BBC de 1992 que abrió una rara ventana hacia sus emociones. “Mi padre murió muy joven, así que todo fue una manera muy repentina de asumir y hacer el mejor trabajo posible”.
La coronación de Isabel, que se realizó más de un año después, fue un gran espectáculo en la Abadía de Westminster visto por millones a través del medio relativamente nuevo de la televisión.
La primera reacción del Primer Ministro, Winston Churchill, a la muerte del rey fue reclamar que la nueva reina era “sólo una niña”, pero Isabel se lo ganó a los pocos días y eventualmente él se volvió uno de los fervientes admiradores de la reina.
En la monarquía constitucional de Gran Bretaña, la reina es la Jefa de Estado, pero tiene poco poder directo, y en sus actos oficiales cumple lo que le ordena el Gobierno. Sin embargo, no carecía de influencia. Alguna vez comentó que no había algo que pudiera hacer para bloquear legalmente la designación de un obispo, “pero siempre puedo decir que me gustaría tener más información, y ese es un indicador que el Primer Ministro no pasará por alto”.
La magnitud de la influencia política de la monarca ocasionalmente llevaba a especulación, pero no a muchas críticas mientras estuvo viva. Los puntos de vista de Carlos, quien ha expresado opiniones fuertes sobre todo tipo de temas desde arquitectura al medioambiente, podrían ser más conflictivos.
Isabel tenía la obligación de reunirse semanalmente con el Primer Ministro, y generalmente este la encontraba bien informada, curiosa y actualizada. La única posible excepción fue Margaret Thatcher, de quien se decía tenía una relación fría, si no es que congelada, con la reina, aunque ninguna de las dos hizo comentarios al respecto.
Las opiniones de la reina en esas reuniones privadas fueron objeto de grandes conjeturas y un terreno fértil para dramaturgos como Peter Morgan, autor de la obra The Audience y de la popular serie The Crown. Esas versiones semificticias eran producto de una era en que disminuía la deferencia a la familia real, cuyos miembros se convertían en figuras de la farándula y sus problemas eran del dominio público.
Y hubo bastantes problemas dentro de la familia, una institución conocida como “La firma”. En los primeros años de Isabel en el trono, la princesa Margarita provocó una controversia nacional por su romance con un nombre divorciado.
En 1992, el año que la reina calificó como “annus horribilis”, su hija la princesa Ana se divorció, el príncipe Carlos y la princesa Diana se separaron y también lo hizo el príncipe Andrés de su esposa Sarah. Ese mismo año el Castillo de Windsor, una residencia que a la reina le gustaba mucho más que el Palacio de Buckingham, sufrió graves daños en un incendio.
A la separación pública de Carlos y Diana —“en nuestro matrimonio éramos tres”, dijo Diana sobre la relación de su esposo con Camilla Parker-Bowles— siguió el shock de la muerte de la “princesa del pueblo” en un accidente automovilístico en París en 1997. Esa vez la reina parecía fuera de sintonía con su pueblo.
En medio de un luto sin precedentes, muchos consideraron que la incapacidad de Isabel para dar una muestra pública de dolor era una falta de sensibilidad. Tras varios días, finalmente dio un discurso a la nación transmitido por televisión.
La mella en su popularidad fue breve. Para esas alturas era considerada una especie de abuela nacional, con una mirada penetrante y una sonrisa dulce.
A pesar de ser una de las personas más ricas del mundo, Isabel tenía fama llevar una vida frugal y seguir al sentido común. Era una monarca conocida por apagar luces en habitaciones vacías y una mujer de campo que no tenía miedo de estrangular faisanes.
Un reportero de un diario, que fue a trabajar de manera encubierta como lacayo en el palacio, confirmó la imagen de esa Isabel con los pies en la tierra, capturando fotografías de recipientes de plástico en la mesa del desayuno real y de un pato de plástico en una bañera.
La sangre fría de Isabel no se alteró cuando un joven le apuntó con una pistola y disparó seis salvas mientras ella montaba un caballo en 1981, ni cuando descubrió a un intruso perturbado sentado en su cama en el Palacio de Buckingham en 1982.
La imagen de la reina como un ejemplo de la decencia británica fue satirizada por la revista Private Eye, que la llamó Brenda. Aquellos que se oponían a la monarquía la llamaban “Señora Windsor”. Pero la causa republicana tuvo poco impulso mientras ella estuvo viva.
En su Jubileo de Oro en 2002, dijo que el país debería “volver la vista con orgullo mesurado sobre la historia de los últimos 50 años”.
“Han sido 50 años bastante memorables bajo cualquier criterio”, dijo en un discurso. “Ha habido buenos y malos momentos, pero cualquiera que pueda recordar cómo eran las cosas después de esos seis largos años de guerra, aprecia los enormes cambios que han sido logrados desde entonces”.
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