Marcelo Ebrard Casaubón, el todavía Secretario de Relaciones Exteriores de México y destapado aspirante a la Presidencia de la República en las elecciones de 2024, ya encontró el camino de los morenistas para hacerse propaganda y de paso, “empatizar” con cierta parte del electorado: hacerse la víctima.
El modito de político sufrido al que todos atacan, transmutado a una “paranoia político electoral” para evadir responsabilidades en sus acciones o ausencia de resultados en sus políticas públicas y su accionar en el Gobierno, lo inició por supuesto el padrino de todas las “corcholatas”, como se han denominado a los “presidenciables” en Morena. Efectivamente, el Presidente Andrés Manuel López Obrador.
Si el Metro se colapsa, la Gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, acusa una campaña en su contra, un complot, una acción maquinada desde la oposición para “hacerla ver” mal. No importa que las condiciones del Metro de la capital del país sean pésimas, que el mantenimiento no sea el adecuado, o que se trate de un viejo sistema al que poco aceitan, las fallas en el Metro, son, para los de Morena, parte de una campaña contra Sheinbaum porque ella es “la mejor posicionada” para suceder al Presidente López Obrador. Aunque, por cierto, desde 1997 la Ciudad de México ha sido gobernada por la izquierda.
Los políticos de Morena voltean cualquier situación o acción negativa hacia ellos, presentándose como las víctimas. No asumen responsabilidades, no se equivocan, no ofrecen disculpas, no retoman el camino, mucho menos resuelven los problemas del pasado, ellos están en lo correcto y los errores y las pifias, son producto de campañas en su contra. En México la paranoia político electoral está en su plenitud.
A inicios de año efectivamente se confirmó que México sería el “tercer país seguro” para que los migrantes extranjeros que buscan asilo en la Unión Americana arribaran a las fronteras mexicanas y después de ser atendidos por la autoridad norteamericana, fuesen “devueltos” a territorio nacional para que aquí esperaran la respuesta a su petición (que será mayormente negativa).
Esto implicó cambiar la política de los Estados Unidos de retornar a su país de origen a los migrantes no seleccionados para residir en el suyo, a aquellos que son deportados. Sale más barato y es práctico trasladar la responsabilidad del migrante a un tercer país, en este caso, México.
Por supuesto no es una medida fácil de digerir, mucho menos cuando los éxodos provenientes de países de Centroamérica han causado crisis humanitarias y de seguridad en la frontera sur de México y a lo largo de este territorio. El Gobierno central, el encabezado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, de hecho, ha evadido su responsabilidad al acordar convertirse en “tercer país seguro”, y trasladado la misma a los gobiernos de los estados fronterizos, a los que, hay que resaltarlo, no dotó de más o adicionales recursos para afrontar el colosal reto que implican las deportaciones de extranjeros a las fronteras mexicanas.
Va un ejemplo de lo que esto significa: para el martes 17 de enero, once días después de entrar en vigor el acuerdo de “tercer país seguro”, a sólo una sede en Tijuana, Baja California, una unidad deportiva, habían llegado 500 migrantes expulsados de los Estados Unidos, entre cubanos, haitianos y nicaragüenses, además de 287 venezolanos. En otras sedes habilitadas para recibir a los migrantes, en la red de albergues de Tijuana, en total, se contabilizaban seis mil migrantes.
Pero el Gobierno de la República no asumió ningún costo para la manutención de esta gente varada por un limbo legal. Si solicitan asilo en México perderán su oportunidad en Estados Unidos. Y así, mientras el tiempo pasa, todos los gastos los absorben los albergues, que no pertenecen al Gobierno, y que ya no reciben el apoyo que la federación les entregaba, previo a la toma de posición de López Obrador, para proveer de alimentos, víveres, y un lugar digno a los migrantes.
Este acuerdo de México como “tercer país seguro” es una realidad que apenas está alcanzando a la administración federal, y que, según reveló el exsecretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, en sus memorias tituladas Nunca cedas una pulgada, se tomó en 2018 con Marcelo Ebrard, antes de la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como Presidente de la República.
Aun con reticencias, Pompeo relata que, ante la preocupación de Ebrard, y de llevar el tema a “su jefe”, le advirtió: “No necesitamos su permiso para hacer esto. Queremos que esto sea cooperativo, pero no es un requerimiento. En 14 días estos inmigrantes no se quedarán en Estados Unidos”.
Lo que más les preocupaba a los mexicanos, asume el político norteamericano en su libro, era que no pareciera que el Presidente López Obrador sucumbía a los deseos de Trump, anotó el 26 de enero de 2023 del diario El País. Fue así como acordaron, con la condición, también expuesta en el libro, de mantener el tema en privado.
En la frontera se empezaron a observar los resultados de ese acuerdo con la llegada, vía deportación de los Estados Unidos, de miles de migrantes extranjeros. De hecho, hace un par de semanas, a través del Consulado de los Estados Unidos en Tijuana, se ofreció una conferencia para informar a haitianos, venezolanos, cubanos y nicaragüenses sobre el nuevo proceso migratorio.
Pero Marcelo Ebrard, antes de asumir su responsabilidad, ha optado, al modo de la politiquería de Morena, por hacerse la víctima. Y para ello ha seleccionado como blanco del desahogo de sus frustraciones a la Embajadora Emérita, Martha Bárcena. Lo cual es un hecho insólito: un Canciller agrediendo abierta y públicamente a una Embajadora, en este caso.
Con la venia y el atestiguamiento del Presidente de la República, en una conferencia matutina desde el Palacio Nacional, Ebrard atacó visceralmente y de manera personal, a la Embajadora Bárcena. Hasta exaltado, dijo que “qué bueno” que no le tuvo confianza, la calificó de ingrata, y a diferencia de lo relatado por Pompeo, el Canciller dice que “ella les había dicho que sí”, como si tal acuerdo de “tercer país seguro” estuviese en la facultad de un Embajador y no de un Ministro de Relaciones Exteriores. La acusa de falsedades.
En un cariz misógino, además, llama exembajadora a quien posee ese título, y la acusa de calumniarlo “en todos lados donde ha podido, es un rencor obsesivo diría yo”, sentenció acusatorio desde el púlpito presidencial.
Con el trabajo que la precede, y la dignidad por delante, la Embajadora Martha Bárcena respondió en sus redes sociales: “Uno, Marcelo Ebrard ataca, miente y calumnia desde el poderoso atril de la mañanera. Yo sostengo la verdad desde el retiro, en mi casa. Sin los símbolos del poder. Y reitero mi respecto y mi gratitud al Presidente de la República Andrés Manuel López Obrador”.
Añadió: “Nunca acepté el acuerdo de tercer país seguro. Marcelo Ebrard miente. En el Departamento de Estado en junio de 2019 fui yo quien paré la negociación que los estadounidenses querían imponernos. La mentira es el único recurso de Ebrard…”.
Y otro comentario más de la Embajadora: “Ni calumnia, ni rencor, ni ingratitud. Mentiras de nuevo respecto al acuerdo de tercer país seguro. Miente Ebrard de nuevo. Sabe que yo paré la negociación de tercer país seguro en el Departamento de Estado”.
En los hechos, en la frontera, se vivió y se vive, la consecuencia y la crisis migratoria de la decisión del Gobierno de México de convertir al país en un “tercer país seguro”, y eso no es un acuerdo de una Embajadora, es una decisión de un Canciller y un Presidente.
Pero claro, en la política de Morena, es mejor sacar provecho político y electoral, como en el futbol, tirándose al piso, antes de asumir su responsabilidad y admitir sus acciones. Vaya “corcholata”.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: ADELA NAVARRO BELLO.
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