Alfredo no conoce el fentanilo, pero sí la piedra. Casi todos los días consume esta mezcla de clorhidrato de cocaína y bicarbonato de sodio en la azotea de un edificio en la delegación Álvaro Obregón. Él no vive ahí, pero desde algunos años es el único lugar donde se siente seguro para preparar su dosis. Detrás de él llegan otros dos sigilosos consumidores habituales.
La azotea huele a ropa recién lavada y a mierda de perro seca. Una lámpara fluorescente parpadea sobre trazos caóticos en la pared. Hace unos minutos compraron por 50 pesos algunos “piedrulces” que les permitirán terminar el día “de a padrino”. Para ellos, el ritual de conseguir un envase es casi tan importante como fumar.
Fantasma toma un envase de Yakult como cáliz sacrificial de su loquera, mientras los otros preparan los utensilios para la ceremonia: una antena, una lata, un encendedor, cigarrillos.
Arturo desenvuelve con cuidado un pequeño papel que contiene diminutas piedras blanquecinas. No se da cuenta de que, debajo de ellas, aparece el nombre de la senadora Lilly Téllez, quien manifestó a finales de marzo su intención de contender por la Presidencia de México. Es un detalle que no tiene importancia para él, pero se atreve a decir: “La política es una droga, ¿a poco no?”.
Roberto balbucea la canción del Tri “Las piedras rodantes”, como si estuviera girando sobre su propio destino errante. Con su pulgar percudido de ceniza chasquea el encendedor. El sonido de las piedritas quemándose sobre aluminio es un coro de diminutas chispas, ansiosas por alcanzar algo más allá de su incandescencia.
Después de que Arturo inhala de su antena, sus ojos se esconden detrás de los párpados, como si un placer efímero recorriera su cuerpo. En esa azotea de un edificio desolado, el universo entero se condensa en un humo espeso, donde un trío de consumidores se sumerge en su propio mundo, sin saber con certeza que sustancia están consumiendo.
Arturo empezó a consumir piedra en los noventa, desde entonces algunos de sus amigos están en el reclusorio, unos autoexiliados y otros muertos. Ha probado desde la mariguana, la heroína y el pegamento; sin embargo, se habituó a la piedra: “Cuando fumo siento que mi cabeza se vacía por algunos minutos”, confiesa un poco agitado.
Vanguardia prohibicionista
Jaime Arredondo Sánchez Lira, catedrático del Instituto Canadiense de Investigación sobre el Uso de Sustancias, de la Universidad de Victoria, expresa en entrevista su preocupación por la falta de evidencia científica en las medidas que se están tomando alrededor de la política pública en materia de consumo de sustancias.
Según Sánchez Lira, la política actual es extremadamente moral y regresiva, incluso parecida a las campañas de “Di no a las drogas” de la era de Reagan en Estados Unidos. “Es un retraso que ni en los gobiernos panistas pensé que llegaríamos a tanto”, dice.
Sánchez Lira critica el desempeño de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic) y de su titular Gady Zabicky Sirot, por estar al margen de las discusiones y no oponerse a las campañas de prevención basadas en narrativas falsas que justifican la criminalización de las drogas.
“La Ley General de Salud indica que la estrategia de política de drogas del gobierno debe estar basada en evidencia y pues ahora está completamente descontextualizado el tema de mostrar, por ejemplo, a Hitler para ver si efectivamente así asustamos a los chicos para no consumir metanfetaminas, es absurdo”, asegura el investigador.
“Para vivir feliz no necesitas meterte nada”, es el slogan de los spots del gobierno federal que mezcla imágenes del holocausto con close ups extremos de una jeringa con heroína, cápsulas de colores y líneas de polvo blanco.
“Los nazis crearon las metanfetaminas para convertir a sus soldados en seres incansables y deshumanizados. Bajo su efecto, el ejército nazi inicia la peor guerra de la historia y crea los campos de exterminio”, se escucha una voz masculina de fondo a las imágenes de archivo.
Según Sánchez Lira, este spot es absurdo y ningún país se ha atrevido a tanto. “Estas tácticas pueden aumentar el estigma sobre el consumo de sustancias y alejar a las personas que buscan ayuda. Tenemos que combatir el estigma del consumo de sustancias porque mientras más asustamos a una persona, más se aleja de nosotros”, explica.
Fragmento del reportaje publicado en la edición 2423 de la revista Proceso
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: ALEJANDRO SALDÍVAR.
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