Un segundo.
Dos segundos.
A Paco, de 13 años, tres pandilleros lo rodean en mitad de la noche.
Tres segundos.
Una jauría de puñetazos se desata sobre su cara y cabeza.
En el suelo, Paco se protege echo bolita utilizando los brazos, los codos y las piernas.
No grita. No pide ayuda. No se mueve.
Cuatro segundos.
A diferencia de otros adolescentes, que no aguantan la brutalidad de la agresión, Paco se levanta mareado, no tanto por los golpes que encaja sino por las drogas que le anestesian la mente y el cuerpo, en espera de una nueva andanada que lo vuelve a tumbar en el suelo.
—Yo iba todo ‘sustanciado’ —contará tiempo después de esta escena—. No sentía los madrazos, las patadas, nada. No me importaba si me moría. Solo quería llenar un vacío, dejar de sentirme solo. Y si me mataban en ese jale, sabía que era parte del barrio.
Cinco segundos.
Una lluvia de patadas arrecia sobre la espalda, las costillas y el estómago.
Seis segundos.
Quejidos contenidos.
Siete segundos.
Sangre brotando por la boca.
Al fin, el reloj se detiene. Paco se vuelve a levantar tambaleante.
A su alrededor, quienes antes lo golpeaban ahora le palmean el hombro y lo felicitan por su valentía y resistencia: el ritual de iniciación de soportar 13 segundos de golpiza ha terminado.
Paco ya no es el niño-adolescente que llegó huyendo de las broncas de su casa y buscando respaldo en las calles de La Mármol, una de las colonias más violentas de Chihuahua capital.
Ahora, es Packo1.
El nuevo ‘homie’ de la pandilla Petroleros.
El nuevo soldado del barrio.
Han pasado casi 20 años de esta escena narrada por Packo1. Ahora, tiene 37 años, es un rapero reconocido en la escena de la música urbana del norte de México, y continúa activo en la pandilla.
Packo1 es alto, delgado, lleva la cabeza rapada al cero, y luce un bigotito fino y una línea de barba rala en la barbilla. Por su anatomía se extiende una maraña de tatuajes: en la cara, a la altura del pómulo derecho, lleva una pequeña cruz; y en la ceja del mismo lado, unas letras de estilo grafitero rezan en inglés que está “bendecido”. Un poco más abajo, en la garganta, otra leyenda reza “1% de chance, 99% de fe”, junto a un colibrí que bate las alas y el contorno de unos sinuosos labios rojos marcados sobre la piel.
—Las cosas han cambiado un shingo desde entonces —dice con el modismo clásico de Chihuahua de cambiar la ché por la shé y con cierto dejo de nostalgia en sus ojos negros.
El pandillero viste una sudadera blanca, ancha, con el logo ‘P1’ del lado izquierdo del pecho, y unos pantalones tejanos azul marino holgados. Sobre la coronilla lleva unos lentes oscuros a pesar de que son más de las nueve de la noche y hace tiempo que oscureció en Chihuahua capital.
—Cuando me ‘brinqué’ los 13 segundos, los morros como yo buscábamos tener un respaldo. En ese entonces, los más grandes siempre cuidaban de los más chavos. Esa era la ley del barrio: cuidarnos los unos a los otros.
—Pero ahora, el jale ha cambiado mucho —insiste—. Ya no hay tanto esa hermandad. Ahora, la mayoría de los jóvenes andan perdidos en las drogas, o están en las cárceles por andar metidos en otras ondas, o se quedaron todos locos por las sustancias.
El rapero mira sus botas de color miel. A su alrededor, en la pista de futbol rápido donde se desarrolla la entrevista cerca de su barrio, una colonia mal iluminada por unas viejas farolas de luz macilenta y en la que hay viejos autobuses escolares de los 70 estacionados en las banquetas de calles solitarias, un grupo de adolescentes corretean y se intercambian balonazos.
—Yo por eso digo que soy un sobreviviente de las calles —se arranca de nuevo encogiendo los hombros—. Porque, la mera neta, los ‘homies’ que andaban conmigo la mayoría ya están muertos.
Aunque el pandillero no lo menciona explícitamente, en ese cambio tuvo mucho que ver la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’ que inició hace 16 años, en 2007, cuando en entidades como Chihuahua, especialmente, y en municipios como la capital o Ciudad Juárez, la explosión de los cárteles de la droga impactó directamente en la niñez, la adolescencia y en la juventud.
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Una explosión, de hecho, cuya onda expansiva aún se siente en la actualidad: por ejemplo, según datos del INEGI, en 2020, Chihuahua se registraron 1 mil 204 asesinatos de jóvenes de entre 15 y 29 años (de los cuales, casi la mitad fueron cometidos en la vía pública), una cifra aún lejana de los 2 mil 874 de 2010, el peor año del que se tiene registro en la entidad, pero muy superior a los 203 casos de 2007, al inicio de la ‘guerra’: casi un 500% al alza. Mientras que en 2021, Ciudad Juárez fue la urbe con más homicidios de jóvenes en todo el país, con más de 500 casos, la mitad de los ocurridos en toda la entidad, que fue la cuarta con más asesinatos de jóvenes en todo el país ese año.
Y, aunque no hay cifras oficiales sobre el reclutamiento de jóvenes por los cárteles, otras estadísticas muestran que la juventud lleva más de una década siendo ‘la cantera’ del narco para cometer delitos de alto impacto. Y Chihuahua, desde luego, no ha sido la excepción: de acuerdo con datos proporcionados por transparencia a este medio, la Fiscalía estatal reportó que en 2015 registró 1 mil 779 jóvenes de entre 19 y 25 años detenidos por asesinato, lesiones y delitos contra la salud; mientras que cinco años después, en 2020, la cifra escaló a 3 mil 143 casos, un alza del 77%.
En efecto, los tiempos en la pandilla y en el barrio han cambiado. Lo dice Packo1 y lo explicará también en otra entrevista Álvaro Mauricio Chávez, el subdirector de inteligencia de la Policía Municipal de Chihuahua.
Sentado en su despacho, en el centro de inteligencia desde donde monitorean con cámaras la capital chihuahuense, el policía segundo de carrera expone que tienen registro, aproximadamente, de la existencia de al menos 150 pandillas en una ciudad de menos de 1 millón de habitantes. Claro, matiza, “no todas las pandillas son criminales” ni cometen delitos. Aunque buena parte de su trabajo consiste, precisamente, en vigilar que esas pandillas no evolucionen a convertirse, por ejemplo, en brazos armados de los cárteles, como es el caso de Los Mexicles.
—En las personas, vemos que un criminal puede empezar con cosas menores, como empezar a consumir o vender drogas en las esquinas, luego a robar ‘tapas’ de los vehículos, luego empiezan a robarse el vehículo completo, luego empiezan a robar vehículos para el crimen organizado, luego son reclutados para cuidar casas de seguridad, y a lo último terminan en el sicariato.
—Y en las pandillas sucede lo mismo —subraya el policía—. Nos han tocado pandillas que no se les dio la atención adecuada y que evolucionaron hasta llegar a niveles muy violentos de criminalidad, debido a que la línea entre ser una pandilla y permanecer a un grupo del crimen organizado se ha vuelto una línea muy delgada. De ahí la importancia de la atención temprana a los jóvenes.
—Los chavos ya lo saben —opina por su parte Packo1—. No creo que nadie les tenga que explicar qué es el narco o qué supone meterse a un cártel —dice con ambas manos metidas en los pantalones anchos—. Los morros ya saben que ese es un problema musho más grande. Porque la calle, el barrio, lo grita: si te metes en pedos de ese tipo, te va a ir gasho. Porque aquí no se juega, la neta. En esto no hay juegos —advierte.
El problema, expone a continuación, es que bajo el dominio de los cárteles el consumo y la venta de drogas se ha disparado en la calle. Esa es su percepción, matiza el pandillero de la Petroleros —“ahora ves que todo el mundo consume cristal, desde los más morillos hasta señoras amas de casa”—. Y así lo corroboran también otros datos oficiales.
Por ejemplo, el doctor Rogelio Guzmán Holguín, magistrado de la Sala Unitaria Especializada en Justicia para Adolescentes del Tribunal Superior de Justicia de Chihuahua expone en entrevista con Animal Político que el narcomenudeo, en sus diferentes modalidades, desde posesión simple a posesión con fines de venta, o posesión para suministro o transporte, fue en 2022 el delito más cometido por jóvenes menores de edad: de 958 casos que llegaron al tribunal ese año, el narcomenudeo ocupó el lugar número 1 con 476 casos, prácticamente el 50% del total de delitos. Y eso, solo son los que llegan ante un tribunal, matiza Guzmán.
—Definitivamente, ahora se consume mucho más —vuelve a insistir Packo1—. Antes, también se consumía, es cierto. Pero era más mariguana, cocaína, resistol, tinner… Ahora son drogas diferentes. Es más el cristal, la heroína, la piedra… son drogas musho más fuertes, que dejan a los chavos todo piratas. Y pos es muy fácil encontrarlas. Aquí hay tienditas por todos lados.
Por ello, el rapero dice que, ante este cambio de dinámica que trajo en las pandillas la ‘guerra contra el narco’, él también ha tenido que cambiar muchas cosas. Por ejemplo, asegura que lleva cuatro años “limpio”. Que ya no consume droga. Y su actividad en la pandilla se ha enfocado más en hacer Hip Hop y difundir el mensaje entre los más jóvenes de que se puede conservar la esencia y la estética del barrio, y mantenerse lejos de las drogas y de los grupos delictivos que les ofrecen dinero y soluciones rápidas a sus problemas de pertenencia, abandono en el hogar, o a la falta de oportunidades laborales y educativas.
—Simón, ahora hago un Hip Hop más underground, más callejero, más del barrio. Rapeo sobre lo que fue la calle y sobre lo que estamos haciendo ahora para construir algo mejor para otros jóvenes. Quiero decirles a los morros que no es necesario hablar de temas cristianos, o bíblicos, para salir de las drogas. Se puede seguir haciendo rap del barrio, tener un trabajo normal, y hacer bien las cosas.
A continuación, cuatro de los jóvenes que estaban jugando futbol en la cancha urbana se acercan al rapero y le piden una foto. Frente a la cámara del celular, todos alzan las manos, hacen unas señas con los dedos y ponen cara de ‘no te metas con nosotros’.
Los chavos le agradecen el detalle y le comentan entusiasmados que lo reconocieron por el video en Youtube del tema ‘Levanta las manos’, donde Packo1 aparece vestido con un polo gris, una cadena al cuello, unos tejanos anchos, y lanzando rimas que golpean como el bat que lleva apoyado en el hombro:
“Tiro por el camino topando con cualquier pendejo
En las calles no conozco enemigos que ya estén viejos/
Así los dejo pá que piensen como quieran,
Yo tiro Mara, pura Salvatierra”.
Después de las fotos, Packo1 continúa explicando que para acercarse a los más jóvenes ha contado con la ayuda de unos “compas” que hace tan solo unos pocos años atrás, cuando los ‘homies’ salían corriendo nada más verlos aparecer a bordo de sus camionetas, eran el enemigo a batir.
—La relación con la policía municipal de Chihuahua ha cambiado un shingo —dice el pandillero
—. Antes, les decíamos los de la unidad ‘anti-pandillas’. Pero desde que llegaron diciéndonos ‘qué onda, qué necesitan para pintar el barrio, o avisen si quieren un permiso para poner su placa’, todo cambió.
—Ahora, nos ayudan a buscar lugares para hacer eventos de Hip Hop, o ponen el sonido. Y nosotros trabajamos de manera conjunta con ellos. No nos metemos en robos, ni en peleas, ni en pedos. Y todos los batos estamos bien firmes para mantener tranquilo el barrio. Ahora somos un equipo.
Unidad de policías para atención a pandillas en Chihuahua
Mizi Alejandra Sánchez, ojos negros, cejas finas, pelo negro recogido en trenzas, lleva sobre el antebrazo derecho un llamativo tatuaje de una mujer payaso de labios gruesos, nariz pintada de negro, ojos de pestañas imposibles cruzados por un par de rayas verticales al estilo El Cuervo, y un gorro sobre la cabeza con la letra ‘M’.
Detrás de ella, otra payasa de ojos estilizados la observa desde un grafiti pintado sobre una pared blanca, en la que también hay plasmado un calendario azteca.
Pero la joven no es pandillera. De hecho, su tatuaje, que le ocupa todo el antebrazo, contrasta con la pistola y la placa dorada que lleva en la cintura.
Mitzi es policía municipal.
—Los tatuajes no son exclusivos de los cholos —dice sonriendo al percatarse del interés de los periodistas en su antebrazo.
La agente está en las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Pública municipal de Chihuahua, donde, afuera, en la explanada, el jefe de la Unidad de Atención a Pandillas, un hombre fornido de unos cincuenta y tantos años, vestido de uniforme azul marino y un chaleco antibalas en el que lleva un llamativo parche con la imagen del Arcángel San Miguel que porta escudo y espada, pasa revista con solemnidad marcial a los uniformes de camisa azul marino y pantalones beige y a las armas de asalto de los jóvenes elementos de su equipo, en el que Mitzi lleva cuatro años.
La Unidad de Atención a Pandillas de Chihuahua capital surgió en 2008 —anteriormente era la ‘Unidad Anti-Pandillas’— a raíz de la explosión de la llamada ‘guerra contra el narco’ y la proliferación no solo de cárteles, sino también de pequeños grupos en las colonias donde los jóvenes buscaban protegerse entre ellos.
El reto, expone Mitzi, era mayúsculo, pues se buscaba cambiar ese enfoque de ‘Unidad Anti-Pandillas’ por el de ‘Atención a Pandillas’.
—Queríamos cambiar esa perspectiva de que los policías estamos en contra de los jóvenes, o de los pandilleros, por una perspectiva de cercanía. Queríamos decirles que somos autoridad, sí, pero que no se trata de pelear con ellos, sino que buscamos atenderlos, escucharlos y canalizarlos para potenciar sus talentos o atender sus necesidades.
—Nosotros les hablamos con respeto —prosigue— y ellos ya saben que la Unidad no llega para detenerlos, a menos, claro, de que estén cometiendo alguna infracción. Pero nuestro objetivo es acercarnos con los chavos y ellos a cambio nos dan información de cómo están las cosas en el barrio.
No obstante, en la calle las cosas no siempre son sencillas.
En primer lugar, porque hay diferentes tipos de pandillas. Una cosa, explica la agente, son las pandillas de chavos que están más enfocadas a tener una pertenencia de barrio, a hacer Hip Hop, o a grafitear placas en las paredes, y otra muy distinta son las pandillas tipo Los Mexicles, Los Aztecas o Los Artistas Asesinos, que son bandas criminales que reclutan a jóvenes para el tráfico de drogas, el cobro de extorsión, o el sicariato. Con esas, admite la agente, la aproximación es muy complicada porque “ya son grupos muy jerárquicos y cerrados”.
Y, en segundo lugar, porque aún perdura el estigma en la difícil relación entre jóvenes y policías, lo que a veces dificulta el acercamiento por la desconfianza ante los uniformados.
Precisamente, para salvar esa barrera, la agente explica que la Unidad ha hecho un trabajo de acercamiento y de colaboración con líderes de diferentes pandillas y también con pandilleros ya retirados, “para generar estrategias de atención y de prevención, como organizar eventos de música y arte urbano, eventos de ayuda para la drogadicción, o servicio comunitario que nos ayuda mucho a trabajar con menores de 18 años para que no evolucione la criminalidad dentro de este esquema de confianza entre la policía y los chavos”.
En el barrio, pocos lo conocen como Antonio Carrillo. Pero si se pregunta por “el junior Morales”, la mayoría indicará el pequeño estudio donde trabaja como artista tatuador, en cuya puerta hay estacionado un llamativo Chevy vintage de color gris opaco, que en los laterales lleva dibujados grafitis con los rostros de mujeres.
Junior Morales también es rapero y pandillero de ‘La Reloj’ desde hace años en la colonia Villa Juárez, al sur de Chihuahua capital, o como él mismo la llama por ser un semillero de artistas del Hip Hop, así como por su elevado número de pandillas, “el Compton de Chihuahua”, en alusión a la ciudad angelina del otro lado de la frontera donde surgieron bandas como ‘Los Bloods’, ‘Los Sureños’ o ‘Los Crips’.
Junior, que lleva el cráneo afeitado y repleto de tatuajes —en la ceja derecha lleva escrita la palabra ‘Respeto’—, es uno de los pandilleros veteranos a los que recurre la Unidad de Atención a Pandillas de la policía municipal de Chihuahua para mantener una comunicación y un contacto fluido con los jóvenes de una de las colonias más violentas de la ciudad.
—N’hombre carnal, antes la relación con la policía era imposible. Éramos enemigos, como perros y gatos —ríe el pandillero sentado en una silla de sus estudio, donde en las paredes hay grafitis con los rostros siniestros de payasos, y en las que cuelgan playeras con emblemas como ‘Original Gangsta’ o una ametralladora tipo Uzzi de atrezo.
—Pero ahora las cosas con ellos han cambiado y traemos el mismo objetivo de hacer las cosas bien. Queremos ahorrarle a muchos chavos todo lo que nosotros sufrimos, todo lo que perdimos —dice ahora más serio.
Al igual que el rapero Packo1, el Junior Morales dice que él también ha cambiado varios aspectos en los últimos años como parte de su evolución en la pandilla. Ahora, por ejemplo, fomenta el no consumo de drogas entre los pandilleros y los jóvenes, y es también activista en diferentes asociaciones civiles que trabajan con jóvenes en conflicto con la ley.
Su objetivo, explica, es transmitir el mensaje de que se puede ser parte de la pandilla, del barrio, sin tener que caer en la violencia, las drogas, o en el crimen organizado.
Aunque, por la misma explosión de violencia que sufre el país desde hace más de una década, cada vez se ha vuelto más difícil hacer que ese mensaje cale entre los más chavos.
—Ahora, todo es mucho más violento. Antes había mucho respeto, incluso entre los enemigos de las pandillas. Pero ahora, no. Ahora veo a muchos morros que quieren estar activos en la pandilla de una manera muy violenta. Han venido chavos y me han dicho: ‘pensaba que íbamos a estar en guerra con tal o cual pandilla’. Y cuando ven que aquí no es así, pues hay algunos que se retiran porque buscan otra cosa, aunque también hay otros que sí se quedan porque ven que en la pandilla hay un apoyo, un carnalismo, un protegernos entre todos, pero sin meternos en drogas ni en pedos con la policía.
De lo que se trata, dice en definitiva Junior Morales, es trabajar con los jóvenes para fomentarles los valores propios del barrio, “como la lealtad a tus raíces”.
—Está chido ser del barrio —subraya entre risas—. Te deja cosas muy buenas y te pone valores muy firmes, como el respeto y la lealtad, que son valores que no los encuentras en cualquier parte.
—Y pues yo les digo a los morros que la violencia es aparte —agrega—. O sea, se puede ser cholo —dice señalando los tatuajes de su cabeza y rostro, y estirándose la enorme playera negra que viste, junto a un collar grueso que le cuelga del cuello, unos pantalones holgados tipo bermuda, unas medias blancas, y unos zapatos negros— y estar fuera de las drogas.
—Porque ser cholo y ser drogadicto o malandro son cosas distintas —recalca—. Se puede ir vestido todo ‘placoso’, con estilo, y sin perder la esencia, sin caer en cosas negativas. Y si eso es lo que te gusta, lo vas a poder encontrar en la pandilla, en el barrio. Porque aquí es una familia, nos cuidamos entre todos.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MANU URESTE.
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