jueves, 25 de enero de 2024

El Acapulco olvidado: zonas rurales enfrentan falta de servicios, problemas de salud y ausencia de apoyos tras Otis

El Salto, Hilamos, El Carrizo y Yetla son cuatro de las más de 300 comunidades rurales que hay en Acapulco y Coyuca. A tres meses del huracán Otis aún padecen la falta de agua, problemas de salud y pérdidas de temporadas completas de cosechas. Algunas, además, se quedaron esperando el censo.

Las comunidades rurales de Acapulco ya vivían en el olvido, pero el paso del huracán Otis el 25 octubre de 2023 vino a empeorar todo. Hoy algunas sobreviven del agua de un arroyo casi seco, con casos de dengue que se multiplican, sin certeza de cuándo podrán recuperar sus cosechas o empleos, y otras incluso sin haber sido censadas para recibir enseres y apoyos económicos.

Esa madrugada, el agua llegó a tal nivel que cubrió sus casas casi hasta la mitad, reventó muros o sistemas de abastecimiento, los dejó sin vías de traslado a otras comunidades o zonas urbanas donde compraban insumos, acabó con la producción de casi todo un año y desbordó los afluentes. Tres meses después, el agua se ha ido, pero no los efectos de la devastación.

El Salto: “Para todos, no alcanza”

El Salto es una comunidad rural que pertenece al municipio de Acapulco de Juárez, a cerca de 20 kilómetros –casi una hora– del centro del puerto. Colinda con los bienes comunales de Cacahuatepec, una ruta donde hay más de 48 poblados afectados por el paso de Otis.

Perteneciente al ejido de Tres Palos, una buena parte de sus habitantes vive de la producción de cultivos básicos, sobre todo maíz, frijol, jamaica, chiles y hortalizas.

El arroyo que atraviesa la localidad es igualmente fundamental para sus habitantes, cuenta Marichuy, productora y docente. Con la crecida del agua –que superó el metro o metro y medio–, las casas que se distribuyen a lo largo de la orilla resultaron muy dañadas. 

“Hubo muchas cuestiones de afectaciones en cuanto se destruyó la parte de galeras, algunas cuestiones de infraestructura, refrigeradores, la parte de camas, son algunas de las carencias que varias de las personas de aquí de las comunidades, porque se inundaron, tienen actualmente, a parte del recurso agua”, dice.

El Salto cuenta con una planta artesanal de distribución de agua potable, pero la corriente destruyó los tubos, por lo que hasta ahora siguen sin abastecimiento. A sus espaldas, Marichuy señala el arroyo al que ahora apenas le queda agua. Alrededor, algunas de las viviendas que sus propios habitantes han ido limpiando y acomodando aún conservan la marca del nivel del agua de aquella madrugada.

El otro gran problema que sigue enfrentando la comunidad es que gran parte de sus cultivos quedaron destruidos. En el caso del maíz tuvieron pérdidas de hasta dos hectáreas, mientras que las palmas de coco quedaron tiradas. A los productores les preocupa no recuperar sus terrenos y cultivos.

“Aparte de ello, las enfermedades que se han venido: ha habido presencia de dengue, de enfermedades respiratorias, yo misma he tenido muchas complicaciones desde el Otis en los pulmones, los bronquios, y ahorita el oído muy tapado que lo tengo. Llevo ya casi dos meses con eso”, relata. Los niños –añade– han sido mucho más afectados.

“Nadie vino a limpiar”

Aunque los daños poco a poco se están reparando –explica Marichuy– con los apoyos de la Secretaría de Bienestar “nunca alcanza, lamentablemente para todos no alcanza”. Es la misma gente organizada la que ha abierto los caminos, dice mientras señala los senderos destrozados que usaban para la distribución de sus productos agrícolas. Nadie fue a limpiar.

Las autoridades llegaron un par de veces a entregar despensas, pero no han vuelto. Ahora que ya hay puntos fijos en la costera, los habitantes de El Salto tienen que trasladarse hasta allá. A eso se suman los apoyos de fundaciones y organizaciones de la sociedad civil que sí llegan a la zona.

Falta muchísimo, remarca. La escasez de la mano de obra ha sido otro factor que en algunos casos ha impedido iniciar las reparaciones. “Nunca se va a volver a tener lo que se tenía antes; si antes había carencias, ahora va a ampliarse más. Mucho se comenta que después del Otis —y aquí en Acapulco se está viendo— no va a haber trabajo”, lamenta.

En El Salto viven también personas que trabajaban en los sectores turísticos del puerto o haciendo limpieza en condominios. En tanto, quienes sembraban el campo aún están limpiando sus terrenos, frente al desplome de producciones como la del coco. Muchos dependían de ingresos diarios, no de un salario fijo.

Quienes ya estaban inscritos a algún programa de apoyo al campo han recibido 7 mil 500 pesos tras los daños de Otis –para pérdidas que pueden implicar hasta un año completo de cosecha–, pero quienes no siguen a su suerte. Les han hablado de un censo específico de daños a los cultivos, pero todavía está pendiente.

“Si antes carecíamos, ahorita estamos careciendo de muchísimas cosas más. No quiero decir con esto que nos estamos derrotando, seguimos adelante, caminamos adelante, y el campo ahí está. Es entrarle a trabajar, pero también se necesita de mucho apoyo en cuanto a la producción, alternativas y estrategias de distribución y comercialización, para volver a vender y seguir creciendo, mejorar la sustentabilidad de los recursos”, insiste.

Hilamos: “Estamos en la ruina, tanto en la cosecha como en las viviendas”

La comunidad de Hilamos también forma parte de los bienes comunales de Cacahuatepec. Sus 200 habitantes viven en hogares –la mayoría con techos de lámina– que se ubican a pocos metros del Río Papagayo, cerca de La Concepción, donde se pretendió construir la presa La Parota. Por lo menos 20 comunidades subsisten a plena orilla del río.

Viven de cosechas de maíz, frijol, calabaza, jamaica y otros, que se perdieron casi en su totalidad. “Estamos en la ruina, pues, tanto en la cosecha como en las viviendas, aunque ya están ahorita un poco más o menos arregladas”, lamenta Leandro García, gestor en los bienes comunales. Reclama que además del apoyo económico de 7 mil 500, en granos no han recibido nada.

Los recursos para la reconstrucción de las casas –dos entregas de 17 mil 500–, dice, no alcanzan para ponerles loza, porque ahora, además, el material y la mano de obra están muy caros: los albañiles cobran entre 700 y mil pesos por día. Para conseguir arena, grava, cemento y varilla hay que trasladarse hasta el centro de Acapulco. En camioneta particular se llega en una hora, pero en las de pasajeros se hacen dos o más.

Al menos recuperaron el agua y la luz después de un mes. Sin embargo, todavía hace falta que el gobierno federal cense a varias personas. En Hilamos, específicamente, hay quienes estaban trabajando; después, los servidores de la nación ya no volvieron. Por otras ni siquiera han pasado: Huamuchitos, Apanhuac, El Cantón, Espinalillo, El Carrizo, Rincón, Las Cruces y Apalani.

Las despensas llegan a cuentagotas. De enseres no han recibido nada y hacen mucha falta. “Hay rumores de que nos los van a venir a entregar en estas comunidades, pero hasta la fecha no hemos tenido nada, ninguna respuesta”, cuenta.

Leandro contrajo dengue hace poco, y apenas unos cinco días atrás empezó a recuperarse del dolor de huesos, la fiebre y la tos. Fundación Origen y Brigada Otis les han apoyado con medicamentos, pero el único centro público de salud está en La Concepción, a varios kilómetros, y el médico asignado se dedica a su propia clínica particular.

Hoy solo pide que el gobierno federal no se olvide del apoyo a las comunidades –porque el gobierno municipal ni siquiera tiene con qué–, y que los servidores de la nación hagan bien su trabajo.

El Carrizo: “Tristemente, no nos tocó lo del censo” 

Para llegar a la comunidad de El Carrizo desde La Concepción hay que cruzar en panga (embarcación pequeña)  el Río Papagayo. Para una parte de sus habitantes, que perdieron algunas de esas pequeñas lanchas con la crecida del río por el impacto de Otis, esa es incluso una fuente de ingresos en sus días libres de otras labores, como la producción agrícola: a 10 pesos el cruce.

Mientras va en la embarcación –ahora en aguas muy bajas que podrían cruzarse caminando en estos días–, Óscar Mendoza, habitante de El Carrizo, explica que hay tres vías de acceso: el tramo Parotillas-Crucero de Cayaco, la más rápida hacia el centro de Acapulco con todo y el cruce del Papagayo. Las otras son vía San Juan Chico, rumbo a San Marcos, y El Cortés. Ambas son más largas y solo de terracería, menos recomendables.

No siempre es posible cruzar el Río Papagayo: esta temporada lo permite porque el nivel del agua ya descendió, pero en tiempos de lluvias, por la profundidad, los habitantes de El Carrizo –unos 300 en 72 viviendas– pueden quedarse semanas completas impedidos de atravesarlo.

Hasta esta localidad no llegaron los helicópteros de la Marina –con el pretexto de que no había dónde aterrizar– y el Ejército dejó hace un par de semanas despensas del otro lado del río, apenas en su primera visita desde el paso del huracán, pero no han vuelto luego de que se enfrentaron al atascamiento en la arena de sus vehículos. A la presidenta municipal, que no está a una distancia tan larga, la siguen esperando.

“Nosotros consideramos nuestra zona, la zona olvidada de Acapulco, o el Acapulco olvidado”, dice Óscar. El trabajo principal en su localidad es la agricultura, la cosecha del maíz, el limón, el coco, la jamaica y, en algunos casos, ajonjolí. La cercanía con el Río Papagayo les permite también aprovechar otros terrenos para cultivarlos por temporada.

“Fue una tristeza”

Aunque están distanciados del centro de Acapulco, desde las 8:40 de la noche del 25 de octubre de 2023 percibieron las primeras señales de la llegada del huracán. Se refugiaron en las pocas casas que tienen loza. No hubo ningún árbol del que no se desgajara al menos una rama. El río, en particular, les preocupaba, pero el nivel del agua empezó a subir hasta las 9 de la mañana, por lo que alcanzaron a darse cuenta de lo perdido.

“Fue una tristeza cuando nos topamos en esa parte de nuestros corrales, como comúnmente les llamamos aquí, ver todo devastado, pareciera que hubiese una persona pasado con un peine: todo al suelo, nuestras cosechas. Y lo peor del caso: como no había ningún árbol que no hubiera caído, la mayoría cayeron sobre las cercas, todas abajo”, cuenta Óscar.

La poca cosecha que quedó tuvieron que compartirla con los animales, que andan libres por los terrenos. En pocos días, las dos tiendas de la comunidad se quedaron sin artículos y durante ocho no pudieron cruzar el río. Conseguían alimentos hasta Huamuchito, caminando durante dos horas y media para llegar, y las mismas de regreso con la carga.

Una de las consecuencias que persiste y más les preocupa es la generación de moscos que provocan dengue, sumado a enfermedades estomacales y en vías respiratorias. La comunidad tiene un solo centro de salud, que está sin servicio.

La ausencia del maíz, que es su cosecha primordial, les hace enfrentarse a la escasez alimentaria, pues lo ocupaban también para ellos mismos. Aunque tenían reservas del año pasado, a tres meses del huracán ya es notoria la merma, y conforme pasa el tiempo mucho más. La mayoría de los productores tendrán que esperar hasta la siguiente temporada, cuando comiencen las lluvias, para obtener la cosecha hasta octubre o noviembre.

El agua de consumo se extrae de un pozo, pero la bomba no tiene la capacidad para sacarla constantemente. Con una eléctrica, se ayudan de tres pozos adicionales. Tres fundaciones –World Central Kitchen, Gilberto, Fundación Rotaris y Fundación Origen– les han llevado agua embotellada, que Óscar ha priorizado para sus hijos de 6 años y de 6 meses.

En estos tres meses, a los helicópteros solo los han visto pasar, y ni el Ejército llegó hasta allá. “Tristemente, no nos tocó lo del censo, ningún habitante de esta localidad fuimos censados. Estamos a unos cuantos metros, solo el río nos divide con la localidad de Parotillas. Parotillas toda fue censada, ya recogieron sus enseres; nosotros seguimos en espera”, lamenta. 

Yetla: “Toda la red quedó devastada”

Yetla es una comunidad de poco más de mil habitantes que pertenece al municipio de Coyuca. En automóvil, se hace aproximadamente una hora desde el centro de Acapulco. Ahí la mayoría de las casas perdieron sus techos de lámina; otras de adobe quedaron totalmente destruidas y unas más dejaron de existir.

Las más afectadas fueron las de la parte alta del cerro, pero también las de la más baja del poblado, a orillas del arroyo que lo atraviesa. En ese punto, el impacto fue doble porque el aire del huracán se llevó todos los techos, pero al mismo tiempo la creciente del afluente llevó el agua hasta el interior de las casas y echó a perder todos sus muebles. 

Sumado a eso, en Yetla toda la infraestructura de suministro de agua quedó destruida. A la orilla del arroyo, el comisario Ronald Pineda muestra la zona donde creció a tal nivel que reventó los tubos y muros de la red de agua potable, que se distribuía con tanques de la localidad a las casas.

“Necesitamos principalmente que las autoridades federales, y a nivel estatal, regresen a ver a la localidad de Yetla para que observen toda la red cómo quedó devastada, para diseñar un proyecto para la reconstrucción y abastecer a este pueblo que no tiene agua”, pide Pineda.

Calcula que un 85% de los habitantes ha recibido los beneficios económicos para la reconstrucción, pero enfrentan el mismo problema que en el resto de las zonas afectadas: es difícil abastecerse de material y de mano de obra por la alta demanda, los precios y los retrasos que prevalecen en estos días.

El Ejército ha llegado solo dos veces con despensas. Personal de la Cruz Roja que sigue acudiendo a la comunidad a llevar apoyos señala que últimamente han tratado de priorizar a estas poblaciones porque las autoridades federales permanecen ya casi todo el tiempo solo en puntos específicos de la costera.

Tres meses después del paso del huracán Otis, escenas similares se repiten a lo largo de lo que queda del arroyo de Yetla —ahora con un nivel apenas perceptible sobre la superficie—: personas acarreando agua para beberla, llegando a la orilla con cubetas para lavar ropa o para bañarse ahí mismo. Ya es agua sucia, casi estancada de tan baja, por donde todo el tiempo pasean los cerdos y otros animales.

FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MARCELA NOCHEBUENA.

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