El movimiento zapatista esquebrajó el discurso del Estado de modernización y futuro progresista, pues desnudó la condición semicolonial y precapitalista en la que vivían los pueblos originarios, afirma el sociólogo Raúl Romero.
Ni México ni el mundo se pueden explicar sin hacer un alto en lo que significó 1994. “Cualquier libro serio de historia, ya sea historia escolar o de análisis histórico, debe tener un apartado especial para lo que inicia (en 1994)”, reflexiona Raúl Romero Gallardo, sociólogo de la UNAM.
Discípulo del exrector de la UNAM Pablo González Casanova, reconocido por el EZLN como “comandante Pablo Contreras” por su cercanía y aportaciones al conocimiento y estudio del movimiento, Romero Gallardo afirma que el zapatismo “ha logrado también ser un referente, un ícono y un factor de interlocución con buena parte de los movimientos populares mundiales”.
Y rememora el contexto mundial del inicio de la irrupción armada del EZLN:
“Veníamos de la caída del Muro de Berlín, de la narrativa del fin de la historia, del pensamiento de que la única posibilidad de desarrollo era dentro del capitalismo y la democracia liberal”.
Sobre el contexto nacional ante la irrupción del primero de enero de 1994, sostiene que hay que recordar que “la narrativa oficial era de la modernización del Estado mexicano, con rumbo a una promesa de futuro moderno y desarrollado que se hacía desde las cúpulas neoliberales”.
Entonces el zapatismo “llega a romper y llega a comprobar que esa narrativa no sólo es falsa, sino que hay regiones en el país que viven en condiciones completamente coloniales. Chiapas es uno de sus ejemplos”, declara el académico.
Resistencia
Recuerda también que Chiapas no experimentó una Revolución mexicana como se vivió en otras regiones del país, y en el estado había “una estructura semicolonial y precapitalista en plenos años noventa”, por lo que el zapatismo vino a romper la narrativa de la modernización del Estado mexicano y del capitalismo como única opción, visibilizó a los pueblos originarios y fue una bandera contra el neoliberalismo.
Romero Gallardo ha recorrido la zona de influencia zapatista varias veces. Con ese conocimiento, refiere que en el EZLN convergen varios elementos; especialmente es necesario reconocer como uno de ellos la insurgencia indígena que estaba ocurriendo en toda América Latina desde 1992, lo que permeaba ante los 500 años de la colonización, “de la resistencia negra, indígena y popular”.
Figuras del movimiento indígena latinoamericano de esos años fueron Evo Morales en Bolivia, Rigoberta Menchú en Guatemala y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), entre otras personalidades y organizaciones. Romero agrega que “encuentran en el zapatismo una voz, un rostro que le da una potencia al continente y a los sujetos subalternos de los pueblos indígenas”.
Después del levantamiento zapatista vinieron las movilizaciones de Seattle, Porto Alegre, Génova y todo el movimiento altermundista que cuestionaba el modelo neoliberal y que también cuestionaba el discurso de que la única salida fuera dentro del sistema capitalista. El movimiento indígena y el movimiento contra el neoliberalismo encuentran en el EZLN un rostro y una bandera. Es entonces cuando la lucha del EZLN y de los pueblos originarios enlazó con movimientos internacionales, sostiene el académico.
Esas conexiones -reflexiona el académico- hacen surgir otras, “como la lucha de las mujeres que conecta con las nuevas olas feministas”. Los zapatistas, recuerda Romero Gallardo, organizaron en la primera década de este siglo lo que denominaron el primer encuentro de mujeres zapatistas con los pueblos del mundo, y el EZLN también se conecta con los movimientos de la diversidad sexual.
A esta trayectoria hay que agregarle el compromiso del EZLN con las madres de las víctimas de la guerra sucia y luego el compromiso de los pueblos zapatistas con las madres buscadoras, así como su solidaridad con los padres de los normalistas de Ayotzinapa, afirma Romero Gallardo.
Esa configuración “pasa desde la guerra sucia o del terrorismo de Estado y hoy con la guerra contra el crimen organizado, o de la guerra del crimen desorganizado, como ellos dicen”.
Para comprobarlo, sólo hay que ver los comunicados del grupo armado chiapaneco, y también se debe de sumar el diagnóstico que va construyendo el zapatismo sobre la crisis ecológica global, el problema del ecocidio y el problema de la destrucción de la vida.
Construir autonomía
Hacia adentro, los zapatistas han logrado garantizar a sus comunidades educación, salud y vivienda e incluso han podido rescatar su cultura. Eso puede verse porque en las comunidades se realiza teatro, tienen radio comunitaria y eso “es una política cultural artística que se ha construido con artistas nacionales”, asegura.
Romero Gallardo lamenta que esas experiencias culturales no se han replicado en otras comunidades indígenas campesinas y empobrecidas de México “porque hay un desinterés por las artes por parte de los gobiernos municipales estatales y federales”.
Pero a su vez señala que hoy partidos y gobiernos intentan apropiarse de la narrativa zapatista.
Según el sociólogo, es común encontrar a candidatos y candidatas “que te dicen que te hablan del mandar obedeciendo” o que te hablan de que solucionarán los problemas en quince minutos. “Es decir, intentan apropiarse de la discursividad y del simbolismo zapatista para volverlo una marca o eslogan de campaña”.
En esta reflexión que comparte con Proceso, Romero asevera que más que hablar de un cambio en el sistema político mexicano, el zapatismo provocó un cambio en la cultura política mexicana, “porque ayudó a pensar en las complejidades, contradicciones y miserias del propio sistema político mexicano”.
Igualmente sirvió para ver que los pueblos originarios no caben en el sistema mexicano. “La experiencia propia de María de Jesús Patricio Martínez como vocera del Consejo Indígena es una muestra del racismo estructural que hay en el sistema político mexicano, que impide que comunidades indígenas sean parte de ese sistema”.
Y eso es porque, a pesar de que existen candidatos de extracción indígena, no se está reconociendo la estructura de gobierno de los pueblos indígenas. En cambio, lo que se hace es cooptar a ciertas figuras del movimiento indígena para hacerlas parte de los partidos políticos y los gobiernos, pero no se está reconociendo los saberes, las formas y las características de los pueblos indígenas.
Por eso lamenta que la ratificación de los Acuerdos de San Andrés no se haya logrado. Porque significaba el reconocimiento de su autonomía y de su capacidad de autodeterminación territorial.
En la entrevista, Romero Gallardo dice que si se les hubiese reconocido a los pueblos originarios el derecho a la autodeterminación territorial, “el neoliberalismo no hubiese avanzado tanto con esas características de despojo y con esas características de saqueo dentro de los pueblos originarios, porque los pueblos habrían tenido herramientas legales para poderse defender y para poder contener lo que se venía después”.
Viejos y nuevos conflictos
Para el sociólogo de la UNAM, los acuerdos de San Andrés son un asunto fundamental. “Si uno si uno recorre el territorio nacional se va a encontrar con que gran parte de la conflictividad social o de la conflictividad socioambiental” son viejos problemas de los pueblos originarios que se renuevan.
Enumera algunas de esas pugnas: los pueblos yaquis luchan contra los gasoductos, los pueblos originarios del corredor del Istmo luchan contra el Corredor Interoceánico y los pueblos mayas contra el tren.
Lamenta que el gobierno actual, “con un discurso de tipo progresista y nacionalista, reviva esos mismos proyectos y los impulse”, mientras que los pueblos no tienen mucha capacidad de resistencia, pues “gran parte del movimiento social nacional piensa que está bien extraer o despojar a los pueblos de sus territorios para la riqueza de la nación”.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: GABRIELA COUTIÑO.
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