Han transcurrido doce días desde las elecciones del 2 de junio, en las cuales los partidos aliados de la oposición fueron severamente derrotados, y ni Marko Cortés, del Partido Acción Nacional, ni Alejandro Moreno, del Partido Revolucionario Institucional, han renunciado a las dirigencias de los institutos políticos que han llevado a la lona electoral.
Lo que sí ha trascendido, son los excesos políticos, la poca contribución electoral y la salvaguarda de sus intereses personales, acciones con las que transitaron por la campaña 2024 y que innegablemente contribuyeron a la estrepitosa derrota.
De nueve gubernaturas en proceso de renovación, el PAN sólo retuvo una, mientras el PRI no logró ni una sola. Incluso Movimiento Ciudadano se les fue por delante al retener el Gobierno de Jalisco, y el resto quedó en mentes guindas de Morena.
De hecho, el PRI perdió, con relación el 2018, más de 2 millones de votos, mientras el PAN apenas sumó una pírrica cantidad, y el PRD, pues… llegó a su final. La ciudadanía lo ha rasurado de los partidos políticos en México y su liquidación oficial ha iniciado a partir de los poquísimos votos que recibió en la elección legislativa federal.
En la semana que termina, trece ex gobernadores de Acción Nacional solicitaron que la próxima dirigencia del partido azul sea electa de manera abierta a la ciudadanía mexicana, y no por “los padroneros que tanto daño han hecho al partido”. Los firmantes, Francisco Ramírez Acuña, Francisco Barrio Terrazas, Fernando Canales Clariond, Héctor López Santillana, Carlos Medina Plascencia, Patricio Patrón Laviada, Marco Adame Castillo, Alberto Cárdenas Jiménez, Marcelo de los Santos, Ignacio Loyola, José Guadalupe Osuna Millán y Juan Carlos Romero Hicks, fueron mandatarios -la mayor parte- en una época en que el PAN tenía más conciencia ideológica, más partido y menos gobierno.
Marko Cortés arribó a Acción Nacional para administrar la derrota, sacar provecho de espacios de representación y negociar con los partidos de la oposición no sólo candidaturas; también exigir posiciones como magistraturas, direcciones, tesorerías, secretarías, todo en un ambiente corrupto de negociación política.
El PAN perdió el gobierno y al partido de la mano de Cortés, quien al unirse con el instituto político peor evaluado entre los mexicanos, el PRI, contribuyeron a la derrota de la oposición y el alzamiento de un oficialismo que no sólo institucionalizó el clientelismo electoral, sino que supo aprovechar en voz de su líder máximo, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, las debilidades probadas de corrupción en ambos partidos, para pasar de derrotarlos moralmente en 2018, a prácticamente dejarlos con pocos espacios en el Poder Legislativo y en los diversos estados de la República.
Evidentemente, considerando que el PRD ya se está liquidando, de subsistir, PRI y PAN deberán pasar por una etapa no sólo de recomposición interna, cuanto más, de reconciliación con los sectores de la sociedad. Los más, que no votaron por ellos, sus opciones políticas o sus partidos.
En el pasado político del país, cuando el PRI era lo que es Morena hoy, a la derrota venía la renuncia del dirigente. Pero son poder político público. PAN y PRI siguen en manos de dos personajes como Cortés y Moreno, que han sabido colocarse en el centro de la negociación con cargos legislativos asegurados aun en la derrota para continuar sobreviviendo, ellos y los suyos, de las migajas del poder.
El PRI, un partido en decadencia, se ha desgranado solo a partir de la dirigencia de Alito Moreno, de la conveniencia y el oportunismo de muchos priistas para aliarse al poder oficial y adquirir impunidad (prácticamente todo el Grupo Atlacomulco ya está en Morena) a cambio de sumisión y participación con viejas prácticas, a la consolidación del partido originado en Movimiento de Reconstrucción Nacional.
A pesar de las denuncias de sus correligionarios, de los señalamientos de su ex candidata, de las peticiones de ex gobernadores o los dichos de la militancia, ni Marko Cortés ni Alejandro Moreno están dispuestos a renunciar sin antes dejar a un sucesor a modo en los partidos que les dan fama, fortuna y cargos de representación, porque demostrado está que electoralmente están en la lona.
Al auge de Movimiento Ciudadano, sería determinante que el resto de los partidos políticos opositores entraran en una etapa de reconstrucción, aunque eso sería tanto como aceptar lo que los dos dirigentes, el azul y el tricolor, pretenden negar: un mal manejo de la política, un alejamiento de la sociedad y un oportunismo por quedarse con los espacios (y los dineros) de representación, que los han llevado a ser administradores de la derrota en lugar de dirigentes de partidos en vías de reconquista social.
En los meses siguientes están programados los relevos oficiales de las dirigencias del PAN y el PRI, y como último acto de gandallismo, ni Cortés ni Alito renuncian previo a ello, tienen la evidente intención de incidir en la nominación de quienes los sucederán para continuar la caída electoral de esos partidos sin perder las ganancias personales, aunque ello signifique seguir administrando la derrota, intentando no morir en el intento, como el PRD.
Si tuviesen un poco de dignidad y un menos de necesidad de poder político, nadie tendría que pedirles que renuncien, ya lo hubieran hecho. Es evidente que su desempeño no está enfocado en preservar una ideología político partidista, sino en negociar desde la derrota, con el partido en el poder, y ganar en lo personal lo que han perdido en las urnas.
AUTOR: ADELA NAARRO BELLO.
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