Supongamos, sin conceder, que usted puede imaginarse lo siguiente:
Usted nació en un pueblo originario. En una comunidad adquirió su lengua, su cultura, su modo. Todo esto lo hace diferente. Para la antropología oficialista, su lengua es “dialecto” y su pueblo es “etnia”. Usted es lo que los progresistas llaman “un indio”. No importa su color de piel, porque en cuanto empiece a decir algo, notará el gesto de desprecio de su interlocutor no indígena. Verá, también, cómo esa persona se lleva instintivamente la mano al bolsillo para darle una moneda. Esa persona dará por sentado que usted es inferior, ignorante, sucio, pobre, supersticioso, manipulable… y tonto. Pero, ni modos, así le tocó a usted nacer. No importa qué haga, nada hará cambiar esa actitud del otro. Así como culturalmente se es indígena, así también se es racista por cultura, aunque sea un racismo “cool”.
Ahora supongamos, sin conceder, que su pueblo originario de usted, su lengua, su cultura, su modo pues, es el Cho´ol, pueblo de raíz maya, que habita en los surorientales estados mexicanos de Chiapas, Tabasco y Campeche.
Supongamos, sin conceder, que, como todos los pueblos originarios, usted ha sufrido desprecios, racismo, injusticias, golpes, engaños y burlas – además, claro, de desapariciones forzadas, encarcelamientos, violaciones y asesinatos -, sólo por ser quien es: un indígena cho´ol.
Supongamos, sin conceder, que usted sabe que una parte de los pueblos originarios en Chiapas, incluyendo del pueblo Cho´ol, es parte de una organización llamada ezetaelene (también conocida como “los zapatistas de Chiapas” o “neozapatistas”, o “transgresores de la ley” o lo que esté de moda), que se alzó en armas el primero de enero de 1994, en lo que llamaron “el inicio de la guerra contra el olvido”, y acabó así con el plan de Carlos Salinas de Gortari de un Poder transexenal (antes era el sueño húmedo del salinismo, y ahora lo es del morenismo).
Supongamos, sin conceder, que usted no es antropólogo ni historiógrafo oficialistas, es decir, que sabe que, durante siglos, los pueblos originarios han sido tratados por la modernidad (gobiernos y etapas distintas pero semejantes) con una mezcla de asco y pena ajena. Y que sabe que dichos originarios existen, viven y luchan más allá de libros, museos, destinos turísticos, artesanías y discursos gubernamentales.
Supongamos, sin conceder, que conoce usted que esos pueblos zapatistas están en rebeldía y resistencia porque han emprendido el camino de una construcción terrible y maravillosa: otro mundo, uno donde quepan todos los mundos.
Supongamos, sin conceder, que usted, como Cho´ol, tuvo la mala suerte de nacer y vivir cerca de la finca de un personaje poderoso.
Supongamos, sin conceder, que su nombre o gracia de usted es José Díaz Gómez, y está prisionero en una cárcel de Chiapas acusado de ser cho´ol y de… ser zapatista.
Ahora, cambiando de canal, supongamos que usted puede tener acceso a lo que se dice en juzgados, estaciones de policía y cárceles de Chiapas. No sin pena ajena usted escucha lo siguiente: “Es zapatista, de los que critican y no apoyan al presidente”. “El jefe va a estar contento de que castiguemos a uno de los conservadores que se niegan a ser salvados por la modernidad y el progreso (o sea la 4T)”
Ahora, supongamos, sin conceder, que su libertad de usted, cho´ol y zapatista, depende de múltiples factores: el humor del juez ese día, el ministerio público, la policía, los otros finqueros (es decir, además del que tiene su finca en Palenque), la necesidad que tienen hombrecitos grises de congraciarse con superiores que ni siquiera saben que existen.
Supongamos que usted conoce que una organización no gubernamental defensora de los derechos humanos (de ésas tan vilipendiadas por el supremo – junto a trabajadores de los medios de paga-), ha demostrado su inocencia de usted, y la parte acusadora ni siquiera puede presentar la mínima prueba en contra de su libertad -y de otros compañeros suyos que son perseguidos-. Pero es inútil porque usted no es inocente de los 2 crímenes por el que lleva casi 2 años preso: ser indígena y ser zapatista.
Ahora, supongamos, sin conceder, que usted va, simultáneamente, al zócalo de la Ciudad de México y contempla una estructura de hierro y cartón piedra que, se supone, sin conceder, es una réplica de una pirámide del pueblo maya.
Supongamos, sin conceder, que usted entonces reflexiona y concluye que eso es el indigenismo en México: una simulación de cartón piedra como homenaje a un pasado lejano (y manipulable en la historiografía oficial), y miles de injusticias “administradas” por el gobierno en turno, en contra de pueblos originarios en el presente. Para los gobiernos, los pueblos originarios son la materia prima para su fábrica de coartadas “históricas” … y de culpables.
Ahora, supongamos, sin conceder, que le han encargado a usted -dada su capacidad y, sobre todo, a que no es un cho´ol zapatista-, dar una conferencia magistral, en la escuela de cuadros de EL PARTIDO, llamada “La revolución de las conciencias en la Cuarta Transformación”.
¿Se sentiría usted mal? ¿Al menos incómodo? ¿Fuera de lugar?
¿O, como la mayoría de sus correligionarios, se diría “todo sea por el bien del movimiento y para que la extrema derecha no regrese”, “los zapatistas tuvieron su momento, pero ya pasaron de moda”?
¿Entonces usted podría concluir que, si no fuera indígena, si no fuera zapatista y si no fuera crítico del gobierno en turno, estaría libre y no habría perdido dos años de su vida?
Claro, todo esto suponiendo, sin conceder, que usted tiene imaginación, sensibilidad y sentido de la justicia.
Y, claro, que usted no es un sinvergüenza. O una sinvergüenza, (no olvidar la paridad de género).
Vale. Salud y dejad de mirar hacia arriba, la lucha por la vida está abajo.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
P.D.- Todos los sistemas de justicia “modernos” son irreformables. Se basan en un supuesto que es desmentido cotidianamente por la realidad: “todas las personas son iguales ante la ley”. Y no, porque “quien paga, manda”.
AUTOR: EL CAPITÁN.
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