A diferencia de la de su padre, la campaña de Andrés Manuel López Beltrán no es de calle, ni casa por casa, ni en las esquinas, los parques, las sierras, las playas, los pueblos y las plazas públicas del país. No. La campaña de a quien se le conoce como Andy, el hijo del ex Presidente Andrés Manuel López Obrador, es en lo oscurito, a puerta cerrada, con poderosos y en exclusivos lugares para urdir el plan político-electoral y posicionar a Morena, el partido que heredó de su padre, como el instituto político con mayor número de afiliados: 10 millones de adeptos quiere el junior.
En la campaña de afiliación que actualmente realiza Morena y que han anticipado durará un año más, destaca la participación del junior del ex Presidente López Obrador, quien ocupa la Secretaría General de Morena por encima de la dirigente nacional de ese partido, la ex secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde. A pesar que muchos de los actos los encabeza el dúo, lo más llamativo para los convocados es la presencia del primer hijo del ex mandatario nacional.
Se sabe de su travesía política por todo el país, debido a las fotos que con él comparten en redes sociales quienes han tenido la “fortuna” de reunirse con López Beltrán, como el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, tan ávido de reflectores positivos hacia su persona cuando esa entidad federativa atraviesa por una narcoguerra que no ha podido o no ha querido controlar.
Los gobernadores de Morena son de los principales clientes de la dirigencia nacional de ese partido para encabezar la afiliación con la que pretenden ser el partido político con más miembros en el país, y de hecho han quedado evidencias en fotografías compartidas en las páginas de los actores políticos vía X o Facebook.
Por supuesto, el Senado de la República y la Cámara de Diputados son centros de afiliación morenista; para el partido heredado por López Obrador a su hijo y ex colaboradora, no hay nada más importante después de ampliar la militancia para asegurar triunfos electorales, que amarrar los votos en el Legislativo para, de manera sobrada, ganar las votaciones a la endeble oposición conformada por PAN y PRI (el PRD ya no existe y de Movimiento Ciudadano aún se sospecha su tendencia oficialista, por lo menos por omisión).
En su campaña en lo oscurito, Andrés López Beltrán se reúne con políticos que fueron de la oposición, pero que en el pasado acumularon mala fama y buena fortuna económica. Así se han acreditado como morenistas personajes como Miguel Ángel Yunes Márquez, ex panista; o Alejandro Murat, ex priista, ambos señalados en el pasado por López Obrador como los peores corruptos de PAN y PRI cuando ellos y sus familias ostentaban el poder absoluto en sus estados, Veracruz y Oaxaca, respectivamente. Pero hoy día, son los fuertes cuadros de Morena en el Poder Legislativo.
En Baja California, la dirigencia de Morena tuvo reunión al aire libre, pero en un ambiente con acceso controlado. Una plaza de toros, de esas de las que los gobiernos de ese partido intentan neutralizar. Otra encerrona la tuvo el junior López es un exclusivo country club, al que para acceder es necesario ser miembro, pagar una cuota en dólares y ser aceptado por la clase “pudiente” de la ciudad. Efectivamente, en el Club Campestre de Tijuana, en uno de sus salones, se reunió Andrés López Beltrán con quienes le ayudarán a afiliar a unos 300 mil bajacalifornianos, que es la cuota de ese Estado para llegar a los 10 millones de militantes.
Por supuesto la reunión fue a puerta cerrada en el exclusivo club campestre, donde no permitieron el acceso a ciudadanos de a pie ni a miembros de la prensa. La reunión, o las reuniones, las sostuvo sólo con quien acordó, cuando como dirigente de partido y como candidato, antes de que en 2018 ganara la Presidencia de la República, su padre, Andrés Manuel López Obrador, no visitó el Campestre.
De hecho, Jaime Bonilla como primer gobernador de Morena en Baja California intentó expropiar el club para hacerlo de uso masivo y gratuito a la sociedad. Todas las veces que visitó Baja California sin poseer la banda presidencial, AMLO se reunió en plazas públicas, en salones sociales de eventos, en mítines en las calles, viajó por carretera entre todos los municipios y en San Quintín, el pueblo de su preferencia (hoy, uno de los municipios más pobres del Estado), se dejó abrazar por los jornaleros, por los campesinos, por las mujeres y los jóvenes que se le acercaron, creyendo que les haría realidad un cambio de vida en las condiciones labores, de vivienda, de urbanización e infraestructura, más allá de una tarjeta asistencial con dinero depositado.
A López Obrador, pre Presidencia de la República, no le gustaba andar en camionetas último modelo con vidrios polarizados ni con escoltas, pedía ex profeso que carros austeros se utilizaran en las giras que emprendía, y aunque todo eso cambiaría una vez juramentada su investidura presidencial, no fue ese ambiente en el que educó a sus hijos.
Los tres López Beltrán, como lo presumió en su momento el padre, fueron educados en la austeridad, vestían ropas comunes (como las que recomendaba papá), se movilizaban en vehículos austeros y acompañaban a su padre en los recorridos por el país pidiendo el voto de casa en casa. Sólo que eso, evidentemente, no fue lo que los formó. Al menos no al heredero de Morena, el secretario general Andrés López Beltrán, quien, en su campaña de afiliación, se mueve en camionetas, con mucha secrecía, con reuniones a puerta cerrada, acordando con gobernantes, con políticos poderosos (de cualquier pasado, así sea corrupto) y alejado de la sociedad, de los morenistas con tarjeta del Bienestar y voto incondicional.
Con esos no se le ve, tampoco conviviendo en la calle. Lo suyo es la política a oscuras, sin conceder el apretón de manos, mucho menos la entrevista espontánea.
AUTOR: ADELA NAVARRO BELLO.
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