El Zócalo capitalino se cubrió de zapatos, más de 400 pares colocados unos junto a otros, cuidadosamente, amorosamente. A cada par le correspondía una veladora cuya luz, se espera, ayude a encontrar a los desaparecidos, ayude a la justicia a abrirse paso en un país donde los jóvenes se preguntan qué se cosecha cuando se siembran muertes, un país que es cada vez más una fosa común.
“Presidenta Claudia, por el bien de todos, ¡escúchenos! ¡véanos!”, le pidieron las familias de desaparecidos y desaparecidas a Sheimbaum, a quien le advierten que “es urgente” que se siente a dialogar con ellas. “Usted debe ya reconocer la existencia de la grave crisis de desapariciones, misma que se materializa en los hallazgos de campos de extermino, hornos crematorios y fosas clandestinas; una maquinaria de muerte que recuerda lo peor de la historia de la humanidad, donde los muertos y desaparecidos se cuentan por cientos de miles”.
El pronunciamiento colectivo es leído fuerte y claro por Ana Enamorado, madre de Oscar Antonio López Enamorado, desaparecido en Jalisco hace 15 años, y convocante a la vigilia de luto nacional contra el horror y por la vida, luego del descubrimiento del centro de exterminio de jóvenes en Teuchitlán, Jalisco, a tan sólo 55 kilómetros de Guadalajara. Ana y el resto de las madres se colocan de espaldas al Palacio Nacional que en cinco meses no se ha abierto para los colectivos de buscadoras.
“Usted sabe que el campo de exterminio de Teuchitlán no es un evento aislado, la desaparición forzada de personas es un horror que se remonta a la Guerra Sucia, que continuó en el largo periodo neoliberal y se agudizó en el momento en que Felipe Calderón declara la guerra contra las drogas; desde luego que no comenzó en su administración, ni en la de su antecesor, pero tampoco se contuvo entonces ni se contiene ahora. Por el contrario, el fenómeno se generaliza y el dolor se multiplica en todos los estados de la República y alcanza a muchos sectores sociales”, dice Ana Enamorado, quien luego de felicitarla por haber obtenido el voto de millones de personas, reclama, siempre en tono respetuoso y firme, que “a pesar de las expectativas de tantas víctimas que también ejercimos nuestro derecho al voto, usted parece no querer voltear a vernos: no nos nombra, parece no escucharnos y no se dirige a nosotras”.
En el comunicado colectivo, las familias, que ante la omisión del Estado han asumido la responsabilidad y la carga de la búsqueda, “ya sea en hospitales u oficinas forenses, en redes sociales y bajo la tierra”, le piden a la presidenta que recuerde “que no nos mueve un proyecto político, ni favorable ni contrario al suyo, porque usted entenderá que quienes padecemos esta angustia y vivimos pendientes de la esperanza de encontrar a nuestros desaparecidos, nos es realmente muy difícil pensar en cualquier otra cosa que no sean nuestros familiares”.
Impasible, la Catedral mira la carpa roja que protege del sol a las madres buscadoras, que es centro de prensa, altar cubierto de flores y refugio. Y frente a Palacio Nacional una interpelación: “Presidenta, ¿ahora si nos ve?”, en monumentales letras blancas.
El 28 de agosto de 1978 la Catedral fue testigo de la primera huelga de hambre encabezada por Doña Rosario Ibarra de Piedra quien reunió a las madres de desaparecidos de diferentes estados al grito de “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”
Y, al final, las exigencias: Que se asuma la existencia de las más de 120 mil personas desparecidas y los incontables miles de migrantes desaparecidos que no están en los registros oficiales; se reconozca el trabajo colectivo de las familias y se abra un espacio de escucha y de diálogo con las organizaciones sociales y colectivos; que se apoye a quienes viven amenazados y aún así salen a buscar a las decenas de miles de mexicanos y migrantes que permanecen desaparecidos que el Estado mexicano se ha mostrado incapaz de buscar y encontrar; que se sancione a los servidores públicos que han permitido, por omisión o aquiescencia, el horror que se destapó en Teuchitlán; se identifique y se entreguen dignamente los restos de las personas que han sido localizadas en ese y todos los campos se extermino y fosas clandestinas en todo el país; se fortalezcan las estrategias de búsqueda y se tomen las medidas necesarias para atender e identificar a los cientos de personas que se encuentran en las fosas comunes; se reactive el Centro Nacional de Identificación Humana, dotándolo de los recursos necesarios e incorporando a las familias como consejeros y coadyuvantes de la institución; y, frente a la emergencia nacional, construir un sistema judicial que resuelva las demandas de las víctimas.
Junto a los zapatos, la luz de las veladoras tiembla en la oscuridad queriendo ser incendio.
AUTOR: GLORIA MUÑOZ, BEATRIZ ZALCE.
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