Hace 16 años el guerrerense Antonio Tizapa dejó Tixtla para irse a Nueva York. En el pueblo se quedaron su esposa y sus tres hijos, uno de los cuales José Antonio, es uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos la noche del 26 de septiembre de 2014. Ese fatídico día, dice, ya no pudo comunicarse con él. A partir de entonces comenzó a prepararse para lo que llama su “protesta silenciosa”: participar en los maratones de Nueva York y Boston para manifestar su indignación y exigir justicia. El próximo 6 de noviembre, cuando Tizapa corra por Ayotzinapa, lo acompañarán 20 atletas solidarios con su causa.
NUEVA YORK (Proceso).- Cada paso que Antonio Tizapa da apunta siempre al mismo destino: encontrar a su hijo Jorge Antonio Tizapa Legideño, uno de los 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa que llevan ya dos años desaparecidos.
Desde su departamento en el sur de Brooklyn, este indocumentado mantiene una campaña que exige el retorno con vida de su hijo y de sus compañeros, una lucha que literalmente avanza gracias a sus piernas.
Tizapa corre maratones para dar a conocer la indignación y el reclamo de justicia que tienen los padres de los 43 normalistas desaparecidos; su andar es algo que él llama “una protesta silenciosa” que se alimenta de los recuerdos del segundo de los tres hijos que tuvo con su esposa Hilda Legideño.
Relata: “Cuando corro tengo en la mente las palabras de mi hijo, los recuerdos de su niñez. Es algo que te va dando fuerzas para seguir. Sus recuerdos son una manera de cómo sentir ese coraje, esa impotencia. Pero sobre todo también sentir el cariño que le tienes a tu hijo. Y lo estás haciendo todo por él. Ese es el sentir en cada carrera que yo corro”.
Las paredes de su cuarto están tapizadas con los números de las justas deportivas en las que ha participado. En un estante se levantan trofeos y en el marco de la ventana cuelgan medallas con nombres de competencias en vecindarios de neoyorquinos.
Estos días Tizapa se entrena para correr por segunda vez consecutiva el maratón de Nueva York, competencia en la que el año pasado protestó vistiendo una camiseta blanca con el mensaje en letras rojas: “Ayotzinapa 43. Mi hijo es tu hijo. Tu hijo es mi hijo”.
También alza la voz
Pero cuando no corre, Tizapa marcha. Sus protestas silenciosas se complementan cuando encabeza manifestaciones afuera del consulado mexicano en Nueva York o cuando acude a escuelas para hablar con estudiantes sobre la situación en México.
“Estamos llevando el mensaje a donde sea posible. Hemos hablado con estudiantes en universidades y otros lugares que se han mostrado solidarios. No queremos dejar de poner presión al gobierno mexicano”, expresa.
El pasado 26 de septiembre, él y Amado Tlatempa, primo de otros dos muchachos desaparecidos en la noche de Iguala, fueron la vanguardia de una manifestación que congregó a unas 250 personas afuera de la Misión Permanente de México ante las Naciones Unidas y que cerró el tráfico en las calles de Manhattan en su marcha hacia la zona turística de Times Square.
Ahí se encontraron con algunos colombianos que quedaban en el lugar luego de que más temprano ese día se transmitió la firma del tratado de paz en Colombia en las pantallas gigantes del lugar. Los colombianos festivos se unieron en la cuenta de los 43 que era la voz de la marcha.
“No es fácil. Estos 24 meses de lucha incansable es algo que no se le desea a nadie, no importa que sea del gobierno. Por eso le pido al gobierno que me regrese a mi hijo y a sus compañeros”, dijo Tizapa antes de romper en llanto al final de la manifestación.
Pero Tizapa no tiene todas las puertas abiertas. El 16 de agosto pasado se encontró en una situación rara cuando llegó a la proyección del documental Mirar morir, del periodista Témoris Grecko, en un aula del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia.
El cineasta se conectó vía Skype para una conversación con la politóloga y escritora Denise Dresser y la artista visual Andrea Arroyo. Tizapa terminó su protesta mensual frente al consulado mexicano y se dirigió al evento.
Llegó acompañado de unas 15 personas y los organizadores del evento les dijeron que no podían pasar porque estaba lleno el lugar y no querían interrumpir la película. Tras unos momentos de tensión, los organizadores accedieron a que Tizapa ingresara al salón a hablar.
Lo sentaron entre el público, en una silla de la primera fila; le dieron unos minutos para que dijera unas cuantas palabras y después lo acompañaron a la puerta para que su velada pudiera continuar.
Tizapa esperó a las panelistas afuera del salón y habló con Dresser, quien fue la primera en salir.
“Estando aquí afuera y ustedes platicando ahí adentro se siente feo porque no entiendo el por qué sacarme y escuchar las voces, la voz de usted, la voz de otras personas y no escuchar la mía ante todo. Eso duele bastante”, le dijo a Denise Dresser, que escuchó y trató de calmar a la gente que acompañaba a Tizapa.
Corriendo por Ayotzinapa
El tiempo que le queda entre protestas y el trabajo lo aprovecha para entrenar. Se prepara en Prospect Park, en Brooklyn. Corre sus 5.6 kilómetros de pista en poco menos de media hora.
“A veces no tengo tiempo para entrenar. Me voy del trabajo a una protesta y se va el tiempo. Por eso no llegué al 100% al maratón del año pasado”, confiesa. Su tiempo en esa ocasión fue de 3 horas 44 minutos y 16 segundos.
Pero más allá del cronómetro, Tizapa encabezó a una docena de corredores y varios voluntarios a lo largo del recorrido. Los atletas portaron camisetas alusivas a los 43 de Ayotzinapa, mientras que los espectadores mostraban retratos de los estudiantes desde las orillas del recorrido.
Con la meta a unos metros, Tizapa batallaba consigo mismo porque sentía que no le alcanzaba el gas para terminar la competencia. Ahí fue cuando de entre los espectadores saltó su hermano con el retrato de su hijo Jorge Antonio. Tizapa lo tomó y cruzó la línea final envuelto en la imagen de su hijo.
“Esa fue una sensación increíble, el terminar la carrera acompañado de mi hijo. También sentí el apoyo de la gente. Sólo así pude acelerar ese último tramo que me faltaba para cruzar la meta”, comentó en aquella ocasión.
Tizapa decidió utilizar el escenario del maratón porque pensó que el deporte era un medio poco usual para presionar al gobierno mexicano.
“Me gusta el deporte y me di cuenta que nuestros deportistas en México, los profesionales, pues no se han pronunciado. Al menos no hemos recibido ninguna palabra de esos futbolistas profesionales o atletas profesionales que tenemos en México. Entonces, yo me vi en la necesidad de hacerlo y aquí estoy.”
Tizapa no está solo. Su grupo de corredores pasó de ser unos cuantos de ellos portando el 43 en sus camisetas, a unos 20 que estarán uniformados como un club de corredores que participarán en el maratón de Nueva York el 6 de noviembre entrante bajo el nombre Running for Ayotzinapa (Corriendo por Ayotzinapa).
Explica: “Son otras personas a las que les gusta correr y se han solidarizado conmigo para llevar el mensaje de esta lucha. Correr un maratón no es fácil. Se requiere de mucha disciplina y de mucha fuerza de voluntad. Nosotros tenemos todo eso, pero también tenemos ese gran corazón y esa gran rabia que tenemos dentro hacia el gobierno mexicano”.
Esta será una fecha más para los corredores que ya han extendido el reclamo de justicia de Ayotzinapa a otras competencias, como el maratón de Boston de este año, en el que corrió Amado Tlatempa.
“Aunque no conozco a nadie allá, hubo gente que gritó su apoyo durante la carrera. Eso se siente bien y es muy positivo porque la gente sabe lo que estamos enfrentando y lo que estamos haciendo para no dejar morir esto”, dice.
El año 2000 Antonio Tizapa dejó Tixtla, Guerrero, rumbo a Estados Unidos, como lo hicieron 4 millones de mexicanos la década pasada.
Se instaló en el sur de Brooklyn y comenzó a trabajar en la construcción como plomero para enviar remesas a su esposa Hilda Legideño y sus tres hijos: Carol, Jorge Antonio e Iván.
Lejos de ellos, Tizapa escuchó crecer a sus niños gracias a las llamadas telefónicas que los acercaban un poco. Ahora los recuerdos de esas conversaciones con Jorge Antonio son de lo poco a lo que puede asirse mientras la incertidumbre de su paradero alimenta su agonía.
Cuenta: “Tengo en la mente las palabras de mi hijo, pues son de las cosas bonitas que pasamos hablando por teléfono él y yo. Cuando él tenía siete u ocho años, se acostaba y yo lo escuchaba mientras se quedaba dormido”.
Fue precisamente por teléfono como se enteró esa misma noche que algo había pasado en Ayotzinapa. Su hija Carol le mandó un mensaje de texto diciéndole que tenía que llamar con urgencia.
“Me dijo: ‘Papá, hay problemas en Ayotzinapa. Comunícate con mi hermano’. Y yo le marqué y no me contestó. Después le mandé un mensaje y tampoco me contestó. No sabía lo que estaba pasando”, recuerda.
Más de dos años después de su última conversación con Jorge Antonio, Tizapa usa su teléfono para hablar todo el tiempo acerca de su hijo. Apenas termina una entrevista en una estación de radio, responde al teléfono para darle otra a una reportera de un periódico de la ciudad.
A Tizapa se le enfría la comida mientras responde todas las llamadas, menos la que más espera.
“Yo no he cambiado mi número de teléfono. Y ojalá el día de mañana o pasado reciba un mensaje de él diciendo: ‘Ya estoy acá en la casa’. O no sé, pero no pierdo las esperanzas de que eso suceda”, expresa.
Fuente: Proceso
Autor: Gustavo Martínez Contreras
http://www.proceso.com.mx/458675/maraton-nueva-york-correr-ayotzinapa