“En Honduras la violencia está perra”, resume Christian para explicar por qué salió solo, a los 16 años, de su tierra. En su corta vida, el destino siempre le ha jugado las contras: abandonado por su padre casi al nacer, su madre se deshizo de él en cuanto pudo y lo dejó con su abuelo. Los maras le “perdonaron” la vida y le dieron 24 horas para decidir enrolarse o salir.
Era ya la tercera amenaza. Frente a ello, Christian intuyó que no habría otra; a la siguiente irían por él de una u otra forma. Tenía que salir de Tegucigalpa.