Cuando Javier Duarte de Ochoa era amo y señor de la prensa, todos los días aparecía su foto en las portadas, e incluso las notas llevaban una misma cabeza. El dinero fluía por toda la prensa, a pasto. Nacional o veracruzana. Gina Domínguez, de acuerdo con distintos testimonios, podía quitar y poner reporteros a voluntad, y daba órdenes a dueños y directores de medios. Cuando dejó el Gobierno se refugió en medios afines. Y luego, vino la tragedia…
Hasta hace tres años, una llamada de ella hacía temblar al más bragado director de medios de comunicación de Veracruz. “[Fulano] debe salir así, y así. A tal espacio, con tales palabras, y tal encabezado. Quiero esta foto y quiero que la firme tal reportero”. Palabras más, palabras menos, eran las órdenes que Gina Domínguez Colío dictaba desde su oficina en Xalapa a cualquier directivo o jefe de información.
Diarios, televisoras, estaciones de radio, portales de internet: No había quién se resistiera a sus embates.
Hasta hace tres años, una llamada de ella hacía temblar al más bragado director de medios de comunicación de Veracruz. “[Fulano] debe salir así, y así. A tal espacio, con tales palabras, y tal encabezado. Quiero esta foto y quiero que la firme tal reportero”. Palabras más, palabras menos, eran las órdenes que Gina Domínguez Colío dictaba desde su oficina en Xalapa a cualquier directivo o jefe de información.
Diarios, televisoras, estaciones de radio, portales de internet: No había quién se resistiera a sus embates.