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domingo, 6 de noviembre de 2016

Stavenhagen y su utopia para México

Rodolfo Stavenhagen llegó a México en 1940 huyendo con su familia del nazismo. Contra viento y marea sostuvo su compromiso con los débiles. Se hizo sociólogo y antropólogo y ha sido un hombre congruente con esa vocación, porque desde muy joven supo que el sistema político mexicano estaba hecho para sostener la explotación. Hoy, con todos los méritos académicos, lo denuncia como hace 50 años: a nivel macro, cuestionando el neoliberalismo; a nivel micro, lamentando la compra de votos.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El tan traído y llevado “crecimiento económico” no está funcionando ni siquiera en los países que han logrado crecer, pues sus beneficios no se extienden a la mayoría de la población. Sólo se reparten entre los grandes consorcios internacionales. Y éstos, en México, se llevan las ganancias fuera cuando les conviene.

Este razonamiento permite concluir al antropólogo Rodolfo Stavenhagen que lo que hace falta en el país es una utopía.
No “parches” a los problemas, como los propuestos por los políticos, sino una visión para saber hacia dónde se quiere ir. Y en razón de ello, pensar en las posibles estrategias.

Una historia singular respalda sus juicios:

Nacido en Frankfurt, Alemania, en 1932, el doctor en sociología por la Universidad de París, Francia, cumplirá 80 años de vida el próximo 29 de agosto. Sonriente y con modestia, pese a los numerosos reconocimientos que ha recibido en su trayectoria, como el Nacional de Ciencias y Artes en 1998 y las becas Fulbright, Guggenheim y Heintz de Estados Unidos, comenta que lo celebrará “casi” en la intimidad de su familia.

Y es que El Colegio de México (Colmex) –del cual forma parte desde 1965 y donde fundó el Centro de Estudios Sociológicos que dirigió entre 1973 y 1976– le brindará una comida, “pero nada protocolario, sin discursos”, hasta ahora no se ha anunciado oficialmente. Ningún homenaje público, ni en esta institución ni en ninguna otra en las cuales ha colaborado.

Conocedor del drama de las comunidades más desposeídas y marginales, especialista en sociología agraria, desarrollo rural, minorías y conflictos étnicos, movimientos sociales y resolución de conflictos, entre otros, fue relator especial para los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas de la Organización de las Naciones Unidas, subdirector general de la UNESCO, secretario general del Centro Latinoamericano de Investigaciones en Ciencias Sociales en Río de Janeiro, Brasil, y profesor e investigador en diversas instituciones de México y el extranjero.

Una vida larga y, siempre, un compromiso.

En agosto se cumplirán también 72 años desde su arribo a México. Llegó en 1940 (cuando el régimen cardenista terminaba) con sus padres, su abuela y una hermana, huyendo de la ocupación nazi en Europa.

En su pequeño cubículo del Colmex, en un mediodía lluvioso cuyos truenos y relámpagos parecen dar énfasis a sus palabras, evoca para Proceso:

“Somos refugiados de la Alemania nazi. Como judíos ya no era posible vivir en Alemania y, felizmente, a mi familia le tocó la suerte de salir de ella en 1936 cuando yo tenía cuatro años. Primero pasamos un par de años en otros países de Europa, donde mi padre trató de establecerse porque pensó que saliendo de Alemania se iba a resolver el problema, no fue así porque el fascismo se extendió por todos lados, había señales terribles de que venía una guerra espantosa.”

Primero la familia llegó a Holanda, donde su padre comenzó a preparar la posibilidad de emigrar a América. Su negocio era la joyería y tenía amigos de su juventud establecidos en México desde principios del siglo XX. Así obtuvieron la visa que les permitió salir de Europa y entrar a México. Y además conseguir el medio de transporte.

No fue fácil. Salieron de Holanda hacia el puerto de Amberes un día de mayo de 1940 para abordar el barco que saldría en la madrugada siguiente. Esa noche los alemanes invadieron Holanda y bombardearon el puerto:

“Yo vi caer las bombas, fue mi primera conciencia sobre la guerra. Felizmente pudimos salir, a pesar de las bombas, el barco zarpó por instrucciones superiores… Era un barco carguero holandés con unos cuantos camarotes, ocho o diez para unos veinte pasajeros, de la línea holandesa Holland-America-Line, ya no existe pero hacía la travesía entre Holanda y el continente americano.

“Nos salvó la vida salir la noche en que los alemanes invadieron. Y en cuatro días acabó la guerra, ocuparon Holanda. Algunos parientes no salieron, mis abuelos paternos se quedaron, murieron en un campo de concentración. Un tío se había casado con una chica holandesa y dijo: ‘Nosotros no nos vamos, este es nuestro país’. También se los llevaron, pero sobrevivieron al Holocausto, estuvieron dos años en un campo de concentración y fueron liberados por el ejército norteamericano en 1945.”

Fue una experiencia difícil. Tiene vivo el recuerdo, si bien como niño no sabía exactamente qué pasaba; pero veía a su madre histérica, los vidrios estallando por las explosiones y oía a los marinos gritar: “¡Abajo, protéjanse debajo de las mesas!” Los conminaban a no quedarse en el camarote por si había que saltar del barco o a los botes salvavidas. Eran varias naves y salieron en convoy, protegidas por barcos de guerra ingleses que los acompañaron por un par de días, pues se decía que había submarinos alemanes dispuestos a atacar:

“No atacaron, pero dormíamos vestidos, con una maleta al lado con lo más indispensable y se hacían ejercicios para practicar el salvamento cuando sonaba la alarma, como las de la defensa civil que ahora se acostumbran aquí en caso de los sismos, pero durante la travesía del barco. Lo recuerdo muy bien porque para los dos o tres niños que estábamos ahí era muy emocionante, pero me imagino que para mis padres no.”

La familia Stavenhagen llegó a Nueva York a fines de junio de 1940 y viajó en coche hasta la Ciudad de México, pues no podía permanecer en ese país, sólo se le permitió el paso por su visa mexicana:

“Realmente no veníamos como refugiados, aunque de hecho lo éramos, sino como inmigrantes… Hicimos como tres semanas de travesía, cruzando parte de los Estados Unidos y entramos a México por Laredo…”

–¿Su visa era de las famosas que dio el embajador Gilberto Bosques?

–No, yo conocí al embajador Bosques aquí en México años más tarde. Tuve el gran gusto y el gran honor de conocerlo cuando ya estaba más grande, retirado del Servicio Exterior. Él todavía daba visas un poco más tarde en el sur de Francia, en Marsella, cuando los alemanes la habían invadido, fue más o menos en la misma época en que nosotros logramos salir de Holanda.
Nacionalizado como mexicano, el investigador volvió a su natal Frankfurt, a la cual conoce bien, para dar conferencias en la Universidad Goethe como un reconocido académico.

Por un ideal

Casi toda su vida la hizo en México. Aquí se desarrolló profesionalmente. Al preguntarle por qué estudió antropología, dice animado: “Ah, eso es muy bonito”. Su padre coleccionaba arte prehispánico y mexicano (su acervo precolombino fue donado a la Universidad Nacional Autónoma de México y se exhibe en el Museo de Tlatelolco del Centro Cultural Universitario Tlatelolco), entonces llegaba a su casa gente interesada en el arte, amigos de su padre como los pintores Miguel Covarrubias y Diego Rivera:
“Mi madre fue amiga de Frida Kahlo, yo la acompañaba a veces a visitarla a su casa y Diego Rivera pintó un cuadro de mi madre. Ese era el ambiente en el que vivía. Ahí conocí a algunos antropólogos que hacían investigaciones en México, no sólo arqueológicas sino sobre la realidad del momento.”

Así entró en contacto con el matrimonio formado por el antropólogo danés Frans Blom y la fotógrafa suiza Gertrude Duby, quienes habían decidido vivir en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Era el verano de 1949 y Stavenhagen acababa de graduarse de la preparatoria y lo invitaron a visitar la Selva Lacandona. Le pareció un viaje fascinante. Pasó unos días en Oaxaca, donde conoció las ruinas de Monte Albán y Mitla; luego hacia San Cristóbal, pasó por Tuxtla Gutiérrez, el Sumidero, Zinacantán y Chamula, y finalmente llegaron en avioneta a la selva donde los recibieron en una finca.

Su padre lo conminaba a seguir sus negocios, pero él se negó, deseaba hacer una carrera universitaria vinculada al país donde vivía. Pensó en estudiar economía, pero lo ahuyentaron las matemáticas y las estadísticas, y optó por “algo más sustantivo en términos de problemas sociales”.

A su casa acudían también frecuentemente exiliados europeos, no sólo judíos, activistas políticos en México. Venían de países como Alemania, Francia, Checoslovaquia y muchos de la España franquista. Se hablaba de democracia, comunismo, de las atrocidades de Franco, y las brigadas internacionales. A su edad de entre 16 y 17 años eso le fascinaba. Algunos europeos proponían volver donde había terminado la guerra para construir “una nueva democracia”. Su padre tuvo ese propósito, pero su madre se lo impidió.
Cuando regresó de Chiapas, Stavenhagen se fue a Chicago a estudiar arte. Tomó clases con el antropólogo Robert Redfield, amigo del danés Frans Blom, quien había investigado en Yucatán y Tepoztlán. Al volver a México, dos años después, decidió definitivamente ingresar a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, que estaba junto al Museo Nacional de Antropología, en la calle de Moneda 4, donde está el Museo Nacional de las Culturas:

“Conocí a toda la antropología en su conjunto, los que trabajaban en el museo, los arqueólogos, los antropólogos físicos que medían los huesos, los lingüistas que estudiaban los idiomas indígenas y los antropólogos sociales y etnólogos con que me identifiqué más porque estudiaban las comunidades y los pueblos indígenas, los problemas sociales, la cultura, la organización.”
Iba en su segundo año de carrera cuando comenzó a hacer trabajo de campo. Se construía por entonces la presa Miguel Alemán en el río Tonto, uno de los afluentes del río Papaloapan, en el norte de Oaxaca donde límita con Veracruz. Stavenhagen llegó como asistente del antropólogo Alfonso Villa Rojas, quien había trabajado con Redfield. Se preveía que con esta obra las aguas del río subirían e inundarían a pueblos indígenas mazatecos que habitaban la zona y había que desplazarlos.

“Ahí me comencé a enterar, a mis 21 años, de que todo era muy complejo. El gobierno había decidido hacer eso sin jamás consultar, ni pedirle permiso a los indígenas. Vi mucho drama humano y desde el principio cuestioné la política que era capaz de hacer algo y decir ‘es para el bien de los indígenas, eso es el progreso nacional, las presas son importantes porque van a irrigar, a generar energía eléctrica’. Todo eso, pero ¿para quiénes? No para los indígenas, me di cuenta inmediatamente.”
Recuerda que discutía con sus compañeros de qué lado estaban como antropólogos, si su labor era defender a los indígenas o eran sólo instrumento de un Estado burocrático con un plan tecnócrata para el cual los indígenas representaban un obstáculo.

Con esas inquietudes regresó a la escuela, pero un año más tarde volvió al Papaloapan enviado por el ya desaparecido Instituto Nacional Indigenista (INI). Los pueblos indígenas del viejo Ixcatlán habían sido reubicados en el poblado Nuevo Ixcatlán.
Con 23 años de edad era una especie de “cacique”, residente del gobierno federal en un pueblo indígena, “mandando la vida y suerte de todos”, pues decidía sobre la escuela, la salud, los créditos agrícolas, las obras, las viviendas, la justicia y la política. Fue para él un aprendizaje, en todos los campos. Precisamente en el de la política, recuerda que en unas elecciones fueron a hacer campaña dos candidatos a diputados del Partido Popular de Vicente Lombardo Toledano y del PRI. El priista, le pidió reunir a la gente para dar un discurso. Así lo hizo y al final se le acercó y le comentó:

–Profesor (“me decían profesor, porque yo no era ni ingeniero, ni licenciado, ni doctor, estaba estudiando antropología, pero de profesor no tenía nada”), desde luego usted se va a encargar de que esta gente vaya a votar ¿verdad?. A que voten por nuestro candidato.

El antropólogo se desconcertó, confiaba todavía en “el voto secreto”. Pero el otro le espetó:

“¡No, no profesor! Yo voy a hablar con el maestro Alfonso Caso, en el INI, para que toda su gente nos apoye con nuestra candidatura.”

Fue descubriendo situaciones que perviven cincuenta años después. Cuando decidió estudiar antropología confiaba –como buena parte de los jóvenes– en cambiar no el país, “¡el mundo!” Le tocó trabajar con esa política indigenista, quizá un poco “asistencial”, impulsada en su momento por Caso, como director del INI. El subdirector era Gonzalo Aguirrre Beltrán, a quien “yo admiraba mucho por su contribución intelectual”.

Lo impulsaba la idea de servir al país, a la gente, mejorar sus condiciones, eso “movió a toda una generación. Luego comenzó la crítica, la decepción, la burocracia, la corrupción, los intereses personales”. Eran como el movimiento YoSoy132, “que surgió espontáneamente”. Y había otros movimientos estudiantiles que fueron duramente reprimidos por el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, hubo muertos y los líderes fueron encarcelados.

Se le comenta un video de YouTube donde una mujer confiesa que vendió su voto a los priistas por una despensa de la tienda Soriana, y dice que aunque es “una pequeña migaja” de lo que ellos obtendrán en seis años, al menos ya se la dieron. Y se le pregunta si no tiene la misma impresión de hace 50 años cuando inició su carrera, y por qué cree que la gente apoya al sistema que perpetúa su condición.

Reflexiona un momento, pero no expresa derrota. Ha sentido el mismo compromiso, ya sea en la lucha por la democracia, el movimiento estudiantil o una causa social. Se confiesa, por ejemplo, defensor en su momento del indigenismo, cuando sus compañeros lo instaban a hacer la revolución. Para él, ésa era una revolución en favor de los indígenas, los más pobres y aislados del país. Pensaba que incluso dentro del gobierno podían cambiarse las cosas.

“Luego me di cuenta que eso era una ilusión, pero había que seguir luchando en la trinchera donde a uno le toca.”

Sacar al buey

Recientemente, Stavenhagen dictó la ponencia “Los grandes problemas o cómo sacar al buey de la barranca”, en el foro Los grandes problemas nacionales. Diálogos por la Regeneración Nacional, realizado antes de las pasadas elecciones. Ahí analiza con detalle el impacto del neoliberalismo y establece que el tan anhelado crecimiento económico planteado como meta por las naciones “sigue generando la pobreza, la marginalidad, la informalidad (en la economía) y la desocupación”.

En tanto que en algunos medios se ha señalado que de llegar a la presidencia –si lo avala el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación– Enrique Peña Nieto llevará ese sistema instaurado por Carlos Salinas de Gortari a su culminación, se le pregunta al sociólogo si es posible aún hablar de desarrollo social:

“Sí. Y tenemos que hablar de desarrollo social porque el neoliberalismo está llegando al final de una etapa. Por la crisis mundial que vivimos, se ve claramente que el neoliberalismo a ultranza ha fallado a sus propios defensores en términos de crecimiento, que es lo que más le interesa (el aumento de la productividad y el crecimiento). No se sabe a dónde se va porque se están viniendo abajo las estructuras financieras con un impacto sobre la economía real.”

Desde hace tiempo se vio, continúa, que el neoliberalismo no ha dado respuesta a los problemas de redistribución del ingreso, justicia social y desarrollo equitativo, e incluso algunos de sus defensores como los Nobel de Economía Paul Krugman y Joseph Stiglitz han advertido que de seguir así habrá una catástrofe mundial. No ve en ello el fin del capitalismo y la instauración del socialismo, como se hizo hace décadas en algunos países, pero sí la necesidad de repensar el modelo.

Evoca una reunión reciente con colegas del Colmex, como Lorenzo Meyer y Sergio Aguayo, donde discutían sobre las elecciones pasadas. El sociólogo hizo ver que en la campaña los candidatos hicieron propuestas para ciertos problemas, como “parches”, pero ninguno presentó un proyecto global de país. Terció Meyer y le dijo: “Tienes toda la razón, necesitamos una utopía, aunque no se cumpla… Saber a dónde queremos que vaya este país y ninguno de los candidatos lo ha desarrollado”.

Stavenhagen respalda la idea no sólo porque “sería muy bonita una visión utópica y poder decir: ‘Ése es el país donde nuestros hijos y nietos deben vivir’. En esa visión se necesita un mínimo de convicción para decir qué estrategias poner en práctica para llegar a la meta”. Por desgracia, dice, la gente no está en eso ni piensa en quién estará en Los Pinos, sino viendo cómo sobrevivir, “vendiendo un voto por una despensa” y “de eso se aprovechan quienes compran los votos”. Hace falta pues una visión alternativa de país.

No es la primera vez que Stavenhagen participa en un foro sobre los problemas de la nación. De los muchos proyectos que ha realizado en su vida menciona dos, resultado de sus encuentros con los gobernantes en turno: La Dirección General de Culturas Populares, con Miguel de la Madrid, en la cual participaron Guillermo Bonfil y Leonel Durán. Cambió la concepción del indigenismo tradicional y abrió la participación de los pueblos indígenas en la defensa de sus propias culturas y existe aún adscrita al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Otro es la Comisión Nacional de Derechos Humanos, surgida de la Academia Mexicana de Derechos Humanos, que fundó junto con Mariclaire Acosta, Jorge Carpizo y Aguayo. Nació de un encuentro con Carlos Salinas de Gortari, en el cual le habló de los informes de la ONU y organismos como Human Rigths Watch y Amnistía Internacional, respecto de los casos de desaparecidos, tortura e impunidad en México y que él “sabía perfectamente”.

–Si tuviera oportunidad de hablar con el próximo presidente ¿cuál le diría que es el problema más urgente?

–Al que hago referencia en mi libro El problema de la pobreza, de la desigualdad social y económica con todas sus secuelas, pero particularmente en la sociedad rural mexicana, incluyendo la indígena y la campesina.

No todos los campesinos son indígenas, ni todos los indígenas viven en el medio rural, muchos son migrantes en Estados Unidos. Pero hay enorme desigualdad e inequidad entre el México rural y el urbano, entre la llamada clase media y las pobres (le parece absurda la clasificación entre pobreza y pobreza extrema y ve en la idealización de la clase media “un viejo truco de la burguesía para negar las enormes polarizaciones sociales generadas por el sistema capitalista”). Se pregunta a quién engañan con que el crecimiento del país es la solución si no lo es ya en los países que han crecido, y redondea:

“En México tenemos todavía la oportunidad de cambiar de rumbo, pero no es a través de elecciones presidenciales manipuladas… No quiero que se diga que no creo en la democracia y en las elecciones. Sí, que haya elecciones, y que sean democráticas y sean transparentes y sean abiertas, pero eso no es suficiente. Se necesita la visión de país y estrategias de cambio social, político y económico.”

*Entrevista publicada originalmente en al edición 1865 de la revista Proceso del 28 de julio de 2012.





Fuente: Proceso
Autora: Judith Amador Flores
http://www.proceso.com.mx/461547/stavenhagen-utopia-mexico

Falleció Rodolfo Stavenhagen, defensor de los derechos humanos de los indígenas

Reconocido por defender los derechos humanos de los pueblos indígenas, el sociólogo y antropólogo Rodolfo Stavenhagen falleció la tarde de este sábado a los 84 años en Cuernavaca, Morelos, según la Secretaría de Cultura y El Colegio de México.

El secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, escribió en su cuenta de Twitter su pesar por la muerte del célebre investigador y docente y profesor emérito de El Colegio de México, misma institución que por el mismo medio lamentó el deceso. Igual lo hicieron en este espacio el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

Tovar y de Teresa redactó:

“Lamento el deceso del doctor Rodolfo Stavenhagen, sus investigaciones serán siempre necesarias en el reconocimiento de los pueblos indígenas.”

En tanto, la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México (ONU-DH) expresó también en un comunicado su “profundo pesar” por la muerte de Stavenhagen. Y también se lee:

“El doctor Stavenhagen hizo importantes contribuciones a la reivindicación de los derechos humanos de los pueblos indígenas de todo el mundo. Dentro de su connotada e ilustre labor destaca su designación como el primer Relator Especial de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, cargo que desempeñó con gran capacidad y compromiso de 2001 a 2008.

“Su muerte supone la pérdida de un mexicano universal, no obstante las causas que con gran talento y devoción impulsó siguen vigentes. La ONU-DH expresa sus más sentidas condolencias a la familia, amistades y seres queridos del doctor Stavenhagen, así como a los pueblos indígenas que pierden en él a uno de sus principales aliados, siempre promotor y defensor de sus derechos humanos.”

Igual, Mardonio Carballo, poeta, actor y periodista en náhuatl y español, resaltó en dicha red:

“Triste día para la lucha indígena. Murió Rodolfo Stavenhagen, nuestro huehue querido. Gracias por tu trabajo en favor de nosotros. Buen viaje.”

Sus hijas Andrea y Marina aun no han informado donde de velarán los restos del sociólogo.

Stavenhagen nació en Fráncfort, Alemania, en 1932, y llegó a México hacia 1940, donde realizó estudios de Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Después cursó artes en la Universidad de Chicago. Luego realizó la maestría en antropología social en la ENAH y obtuvo el doctorado en Sociología en la Universidad de París.

Fue miembro del Sistema Nacional de Investigadores, docente en la UNAM y profesor invitado en las universidades de Harvard, Stanford, París, Ginebra y de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro.

Entre sus obra destacan “Siete tesis equivocadas sobre América Latina (1965)”, “La cuestión étnica, derechos humanos de los pueblos indígenas”, “Conflictos étnicos y Estado nacional, así como Derecho indígena y derechos humanos en América Latina”.

Cabe destacar que fue fundador del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, institución donde fue profesor emérito y presidente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), de la cual recibió el título Honoris Causa.

Obtuvo un sinnúmeros de reconocimientos, como el Sourasky en Ciencias Sociales, Butros-Ghali y el Martin Diskin de la Asociación de Estudios Latinoamericanos.

Desde hace algunos años, Stavenhagen vivía en pasado participó en el esfuerzo de varias universidad, entre ellas, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), Tejiendo voces, un encuentro para promover el diálogo intercultural.

Además, en 2015 realizó un encuentro al cumplirse los 50 años de la publicación de “Siete tesis equivocadas de América Latina”. En el evento, obtuvo el doctorado honoris causa de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

Otros reconocimientos fueron el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1997 y fue también relator especial de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de los Pueblos Indígenas. Apenas había cumplido 84 años el pasado 28 de agosto.





Fuente: Proceso
Autora: Columba Vértiz de la Fuente con información de Jaime Luis Brito
http://www.proceso.com.mx/461541/fallecio-rodolfo-stavenhagen-defensor-los-derechos-humanos-los-indigenas

viernes, 8 de julio de 2016

40 años de Excélsior sin Scherer

Julio 8 de 1976
Durante la asamblea de la Cooperativa Excélsior convocada ilegalmente, Julio Scherer y sus seguidores son expulsados violentamente. Regino Díaz Redondo tomará el cargo de director del diario.

El periódico “Excélsior” había sido fundado por Rafael Alducin Bedolla, el 18 de marzo de 1917. El edificio de Bucareli 17 fue construido entre 1923 y 1924. Al morir Alducín, su viuda vendió el diario a Federico Lachica en 1926. Luego, varias veces cambió de dueño hasta que el 25 de enero de 1931, Abel R. Pérez declaró la quiebra de Excélsior. Al año siguiente, el 29 de abril de 1932, el diario pasó a manos de los trabajadores y se transformó en cooperativa “Excélsior, Compañía Editorial, S.A.” que será durante décadas el diario más importante de México y según algunas opiniones de Latinoamérica.

La primera edición vespertina “Ultimas Noticias de Excélsior” comenzó a circular el 27 de enero de 1936 y el 1 de septiembre de 1939, la segunda edición de “Ultimas Noticias”, en ésta, Julio Scherer García inició su carrera como reportero en 1947. En 1959 ingresó al diario Regino Díaz Redondo, invitado por Scherer.

En agosto de 1960, fue publicado un desplegado atribuido al Partido Comunista, que pedía la excarcelación de los presos políticos del movimiento obrero de 1958-1959; aparecía también la firma de Scherer por lo que fue sancionado. Tiempo después, Scherer pasó a ser ayudante del director general, Manuel Becerra Acosta (padre); a su muerte, la Asamblea general eligió a Scherer director general el 31 de agosto de 1968. Hero Rodríguez Toro fue nombrado gerente general el 11 de septiembre de 1970.

Excélsior, comenzó a incluir agudas críticas, reportajes de investigación y crónicas, así como editoriales escritos por intelectuales como Daniel Cosío Villegas, que no eran del agrado del gobierno y ni de los grupos de poder económico. Por eso, en agosto de 1972, varios empresarios encabezados por Juan Sánchez Navarro promovieron un boicot de anunciantes y retiraron la publicidad de Excélsior, lo cual le provocó una grave crisis financiera.

El gobierno apoyó al diario por medio de inserciones oficiales; pero según refiere Carlos Monsiváis (“El golpe a ‘Excélsior’”), “Scherer quiere dirigir Excélsior…”. Es decir, mantener su independencia a pesar de la ayuda oficial. Posteriormente, el 10 de junio de 1976, fue invadido el fraccionamiento Paseos de Taxqueña, desarrollo urbanístico promovido por Excélsior, lo que provocó una campaña contra Scherer en el Consejo de Vigilancia del diario, por radio, televisión y en diarios capitalinos oficialistas.

Semanas después, la noche del 7 de julio de 1976, el salón donde se efectuaría la Asamblea de la Cooperativa Excélsior fue ocupado con violencia; el personal de vigilancia fue sustituido por gente reclutada en los departamentos de encuadernación, reparto y servidumbre, a la que llamaban “Los Indios”, pues usaban sombreros de palma. Durante ese asalto, extrajeron de las oficinas un manifiesto de prestigiados escritores e intelectuales, plumas de ese diario, a favor de la institucionalidad de Excélsior; por esta razón, ante la falta del manifiesto, la edición del día siguiente saldrá con la página 22 en blanco en la que debió publicarse el desplegado referido. Entre los colaboradores que firmaban su adhesión a Julio Scherer y Hero Rodríguez Toro, se cuentan: Froylán López Narváez, Enrique Maza, Vicente Leñero, José Emilio Pacheco, Gastón García Cantú, Miguel Ángel Granados Chapa, Angeles Mastretta y Carlos Monsiváis.

Pese a que la dirección general del periódico solicitó garantías de seguridad por la presencia de matones, los cuerpos policíacos locales y federales no intervinieron.

Al día siguiente, 8 de julio de 1976, pasado el mediodía, inicia la Asamblea convocada ilegalmente. Los opositores a Scherer leen el acta del día, que no incluye los informes de los directivos del periódico; ante la protesta de Scherer por tal anomalía, hay intimidaciones, y violencia por lo que la mayoría de los socios salen y hacen su asamblea en la sala de redacción. Ahí se encuentran Julio Scherer y sus colaboradores cercanos, cuando llega un grupo enviado por Regino Díaz Redondo que les notifica la destitución de Julio Scherer García y Hero Rodríguez Toro, así como la suspensión indefinida de cinco cooperativistas: Arturo Sánchez Aussenac, jefe de redacción; Leopoldo Gutiérrez, secretario de redacción; Jorge Villalobos Villa Alcalá, director de la primera edición de “Últimas Noticias”; Arnulfo Uzeta, jefe de información del diario, y Ángel Trinidad Ferreira, cronista político. Bajo amenazas de muerte exigen el desalojo de la dirección y de la gerencia, así como la subordinación de la redacción para el control del contenido de los artículos editoriales.

Miguel Ángel Granados Chapa escribirá después que salieron para evitar muertes. Julio Scherer dirá: “Desde temprana hora, Víctor Payán cuchicheaba aquí y allá. Así lo hacían también Manuel Camín y Rodolfo Flores Rivera, en otra época director y jefe de redacción del Magazine de Policía, que editaba Excélsior. El bisemanario, el escándalo como negocio, fue suprimido a instancias de Hero Rodríguez Toro y mías, pero Flores Rivera y Camín conservaron sus nexos con policías y guaruras. Ahora iban de grupito en grupito. Payán llegaría muy lejos: coronel de Arturo Durazo. Rodolfo Flores también llegaría lejos: subgerente de Excélsior. Camín no tanto: director de la segunda edición de Últimas Noticias.Llegó la hora del tumulto, muchos ojos desorbitados, la furia de algunos, el sarcasmo de otros. Ricardo Perete bailoteaba entre muecas. Regino Díaz Redondo y Manuel Becerra Acosta se mentaban la madre con los labios. Me confortaba la tranquilidad de Hero, estoico. Sabía de qué se trataba… En un simple memorándum, Díaz Redondo señaló: ‘Porque el texto de la plana 22 de la primera sección de Excélsior, en la edición de hoy jueves 8 de julio, contiene un ataque a los intereses de Excélsior, Compañía Editorial, S.C.L… los consejos de administración y vigilancia, así como los miembros de las comisiones de Conciliación y Arbitraje y de Control Técnico decidieron ordenar que no se publique la página y que ésta aparezca también en blanco en señal de enérgica protesta… No sé dónde, quizá sólo en Excélsior en esos días, pudiera repetirse una confesión tan vergonzosa: silenció Excélsior una denuncia en defensa de sus intereses, cuando no hay interés más alto en un diario, el que sea, que abrirse a la discusión pública en los asuntos de interés general…”. En Los Presidentes,Scherer comentará: “Los ladrones se quedaban en Excélsior”… El presidente Echeverría nos expulsó de nuestra casa. Combinó, como es usual, la fuerza, el sometimiento y una gran recompensa”.

En noviembre siguiente renunciarán más de 200 reporteros, fotógrafos, diseñadores, articulistas, editorialistas y colaboradores, entre ellos: Manuel Becerra Acosta, subdirector; Octavio Paz, director del semanario Plural; Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa, Rafael Ramírez Castañeda, José Emilio Pacheco, Heberto Castillo, Abel Quezada, Jorge Ibargüengoitia y Froylán López Narváez.

De este hecho, surgirán proyectos de vigorosas ediciones que marcarán el rumbo que seguirá el periodismo en México: “Proceso” semanario dirigido por Julio Scherer García, circulará a partir del el 6 de noviembre de 1976; “Vuelta”, dirigida por Octavio Paz. El 14 de noviembre de 1977, el diario “Unomásuno” dirigido por Manuel Becerra Acosta. Luego de una escisión, del “Unomásuno” se desprenderá“La Jornada” en 1984.

Díaz Redondo ocupará la dirección general de Excélsior hasta el 20 de octubre de 2000; bajo su dirección, no habrá cambios: seguirá patrocinado mediante publicidad e información privilegiada por el gobierno; sin embargo, no se ajustó a los cambios sociales y se estancó. En los años noventa, mientras se desarrollaba una prensa de mayor búsqueda en forma y contenidos y en ocasiones apoyada por grandes capitales, Excélsior mantenía, en lo fundamental, las mismas características que lo habían distinguido 20 años antes. Tenía buenos reporteros y en sus espacios de opinión participaban analistas relevantes, pero se rezagaba respecto a periódicos más dinámicos y mejor sintonizados con los cambios que experimentaba la sociedad mexicana.

Este es un texto publicado en Memoria Política de México por Doralicia Carmona 

http://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/7/08071976.html

FUENTE: DESINFORMÉMONOS
AUTOR: DORALICIA CARMONA
LINK: https://desinformemonos.org/40-anos-de-excelsior-sin-scherer/