CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La cumbre de líderes de América del Norte celebrada en Ottawa la semana pasada no tenía condiciones para recibir mucha atención. La opinión pública internacional anda ocupada con otros asuntos: el desconcierto que ha provocado el Brexit en los mercados financieros internacionales y en todos aquellos interesados en el futuro de Europa; la multiplicación de los ataques terroristas provenientes del llamado Estado Islámico; la desazón que acompaña el proceso electoral en los Estados Unidos y los temores ante la posibilidad de que Donald Trump sea el vencedor.
En ese contexto, el encuentro de los socios de un acuerdo comercial firmado hace más de 20 años tiene poco atractivo. El término América del Norte, como espacio geográfico y geopolítico donde se aspira a un proyecto de integración significativo, se ha desvanecido. El TLCAN es uno más de los numerosos acuerdos comerciales que se han firmado y otros que están esperando ratificación. El TPP sí llama la atención, por buenas o malas razones; de entrar en vigor, tendrá un impacto de peso en el comercio internacional del siglo XXI.
Se trataba, pues, de un encuentro de poca trascendencia que, sin embargo, no careció de interés. De una parte, dio lugar a intercambios de puntos de vista sobre grandes problemas que en estos momentos recorren el mundo occidental. ¿Cómo explicar el creciente malestar social que ha surgido en el Reino Unido, gran parte de Europa, Estados Unidos, América Latina? De otra parte, en la reunión se adquirieron compromisos en materia de energía, cambio climático y medio ambiente que merecen una reflexión.
Con respecto al primer punto, un episodio breve pero significativo que tuvo lugar en la conferencia de prensa de los tres mandatarios al finalizar la reunión dejó mucho que pensar. El presidente Peña Nieto en una intervención convencional, de poco contenido, condenó los populismos que están surgiendo en el mundo. Tenía en mente, era claro, a Donald Trump en Estados Unidos y López Obrador en México.
De manera inesperada, ese comentario provocó una rápida reacción de Obama, que aprovechó la ocasión para dar una versión del origen del malestar social que, a su vez, explica la necesidad del populismo. El hilo conductor de su gobierno ha sido el apoyo a los más desfavorecidos, a los que requieren la acción del gobierno para mejorar sus condiciones en materia de educación, salud y otros. Puede entonces considerarse –señaló– que él es un populista.
Dichas de manera muy espontánea, esas palabras trazan una línea de enorme valor cuando hay una corriente de pensamiento según la cual es urgente, sobre todo después del Brexit, reafirmar la confianza en el libre comercio y las fuerzas del mercado. Se deja así a un lado la necesidad de la acción gubernamental para combatir la profundización de la desigualdad, la persistencia de la pobreza y los resentimientos sociales, rasgos sobresalientes de la situación actual. Para entenderlo, nos recordó Obama, el populismo hay que verlo con otros ojos.
Lo anterior no significa que en la reunión de los tres socios no se hayan reafirmado las virtudes del TLCAN. Era indispensable. Sin embargo, se advirtieron similitudes entre el compromiso social que comparten Trudeau y Obama, sus formas de comunicación, la confianza en los valores que inspiran su actuación y las dificultades de Peña Nieto para transmitir los objetivos de su gobierno. Las reformas estructurales no pueden seguir siendo el eje de su discurso. Múltiples señales indican que aquellas no han sido suficientes; su implementación está lejos de corresponder a las expectativas que habían creado. La diferencia con sus socios del TLCAN es la poca habilidad para comunicar y la escasa atención que otorga a los orígenes del descontento social.
Con respecto a los compromisos adquiridos, lo más significativo es la Declaración y Plan de Acción sobre Energía, Cambio Climático y Medio Ambiente. Se trata de documentos desiguales, elaborados apresuradamente, que contienen, sin embargo, un compromiso muy firme en relación con energías limpias. Después de reconocer la fuerte integración que existe entre los tres países en materia de energía, se establece la meta de lograr que en 2025 el 50% de la electricidad en América del Norte provenga de fuentes de energía limpias.
Semejante compromiso es muy ambicioso. El año 2025 está muy cerca y el cambio tecnológico, cultural y de capacidades que se requiere es grande. En todo caso, lo importante es hacer notar que ciertamente existe una fuerte integración en materia energética entre los tres países. Pero no se trata del mismo tipo de integración. La de Estados Unidos y Canadá es una, la de México con Estados Unidos es otra. El eslabón más débil de esa integración es México. Veremos cómo avanza en los compromisos sobre energías limpias.
Esta fue la última reunión a la que asistió Obama. El saldo de los ocho años de su gobierno respecto a la integración de América del Norte es pobre. Cierto que el antecesor de Trudeau no era entusiasta de estrechar lazos entre “los tres amigos”. Pero ni Obama ni los gobiernos mexicanos pusieron mucho de su parte por mejorar el proyecto de integración. Ni unos ni otros dieron impulso desde el gobierno a objetivos que efectivamente contribuyeran, por ejemplo, a una colaboración sustantiva en materia de ciencia y tecnología. Le va mucho mejor en ese tema a otros países que ni son vecinos ni tienen acuerdo de libre comercio.
El futuro de los encuentros entre los socios del TLCAN depende de quién llege a la Casa Blanca, de qué impulso quiera dar Justin Trudeau a la celebración y contenido de tales encuentros y qué interés tenga el gobierno mexicano en trabajar con mayor profundidad sus relaciones con América del Norte. Hasta ahora, éstas las conducen principalmente otros actores y en menor término el gobierno. Los próximos años son tan inciertos que el último episodio de encuentros y desencuentros ocurrido en Ottawa agrega poco al optimismo.
Fuente: Proceso
Autora: Olga Pellicer
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