Porfirio Muñoz Ledo no abandona su gran proyecto político de reformar la Constitución, el cual se gestó desde sus años como político priista.
Porfirio Muñoz Ledo habla sentado. Los brazos en reposo, el cabello revuelto, la luz en el lado izquierdo de su cara.
Sus 81 años, la salud que le ha puesto largas pruebas en los últimos meses, no le impiden alzar la voz ni golpear la mesa cuando un recuerdo le molesta.
Sus uñas perfectamente cortadas, su corbata roja impecable, remiten a los archivos fotográficos de la democracia mexicana.
En aquellas imágenes, Muñoz Ledo camina rodeado de la multitud en este mismo zócalo que ahora observa cada día desde su oficina como comisionado para la reforma política del Distrito Federal.
Es el convulso verano de 1988. La plancha monumental, repleta de simpatizantes, escucha el discurso de Cuauhtémoc Cárdenas, fallido aspirante a la presidencia por la corriente democrática, que luego se convertiría en el Partido de la Revolución Democrática.
Allí está Muñoz Ledo, el primer hombre que contestó a un informe presidencial en septiembre de ese mismo año.
Aunque no lo nombra, revive el momento cuando Cárdenas declinó la propuesta popular de ir sobre el Palacio Nacional luego del fraude en las elecciones que llevó a Carlos Salinas de Gortari a la presidencia.
“No se animó, no culpabilizo a nadie, ni responsabilizo siquiera, el conjunto de los líderes no quisieron echar al pueblo a una lucha frontal, por los riesgos que había, que ellos calcularon que había para la gente”, suelta.
Ese momento, visto a la distancia, buscaba en esencia “impedir que la doctrina neoliberal se apoderara de las instituciones”.
El político nacido en 1933 afirma que el tiro salió al revés.
El gobierno se hizo chico, dócil. Los poderes fácticos tomaron el control de un país que se movió irremediablemente a la derecha a pesar de tener una sociedad con un “espíritu popular de izquierda”.
Han pasado 17 años. En este lapso, “el país ha gestado un nivel de barbarie incompatible con una sociedad civilizada”, se ha convertido en “la Nación más corrupta del mundo”.
Refundar México
Abogado por la Universidad Nacional Autónoma de México, Muñoz Ledo no abandona, desde entonces, su gran proyecto político: reformar la Constitución.
“La crisis nos tiene que llevar a la conciencia de refundar el país. El país ha perdido mucho más de lo que parece en estos últimos años, la identidad, la confianza en sí mismo, la existencia de un proyecto nacional.
“Pasamos de un sistema de partido hegemónico a una hegemonía de los partidos y el presidencialismo un poco colegiado con una red de gobernadores se ha restablecido, con una corrupción a todos los niveles”.
Insiste en que no puede Celebrarse la constitución con loas y fiestas cívicas, cundo “está totalmente rebasada, deformada. La celebración es hacer una nueva, ése es el centenario”.
Por primera vez, Muñoz Ledo habla de la muerte. Al referir la posibilidad de que se convoque a un constituyente en 2016 para redactar una nueva constitución previa al centenario de actual, que data de 1917, revira sin empachos: “No sé si lo veré. Puedo ver sus avances y puedo verla de cerca sin participar. No te voy a decir que si hay un constituyente en el 16 voy a estar ahí, es impredecible”.
Su gran proyecto de reforma del Estado se gestó desde sus años como político priista. Cuando trabajó en el equipo del presidente panista Vicente Fox, quien lo nombró embajador de México ante la Unión Europa, en el inicio de este siglo, le presentó “un gran proyecto de reforma a las instituciones.
“Le fue dando largas, dijo que después de las elecciones lo retomaría y lo retomamos pero tampoco lo empujó hacia delante. En 2004 volvimos a platicarlo, lo que hizo fue darle la vuelta y dedicarse a atacar a Andrés Manuel López Obrador”.
Tampoco encontró cabida en su proyecto para la izquierda, a pesar de que él mismo registró al PRD y lo dirigió en sus primeros años.
Esta izquierda que en su momento no se entendía sin el nombre de Muñoz Ledo, ha quedado atrás. Se dice un hombre sin partido.
“La izquierda es socialmente mayoritaria, políticamente minoritaria, por todas sus contradicciones, sus corruptelas, de los fundadores del PRD los primeros tres presidentes ya renunciamos”, asegura.
Aunque parezca una contradicción, niega que el partido se haya convertido en un esqueleto: “Se han quedado con un aparato clientelar fuerte, bien organizado, muy extendido en el país”.
Una idea con 25 años
Esta izquierda tiene en la reforma política del DF un asidero, al mismo tiempo una parte menor, pero la más acabada, en el proyecto que alimenta a este hombre que ha envejecido haciendo política.
En las próximas semanas, el Senado votará sobre el proyecto de reforma al artículo 122 constitucional, que convertiría al Distrito Federal en la Ciudad de México.
Esta reforma, que representa para Muñoz Ledo su vigencia pública y su más reciente aventura de cabildeo, comenzó en su mente durante los años 60, cuando era el profesor titular de Sistema Político Mexicano en el Colegio de México.
Enseñaba a sus alumnos que los tres pilares del régimen eran el presidencialismo exacerbado, el sistema de partido hegemónico y el control político, militar, territorial, de la Ciudad de México por el presidente de la República.
“Todos los que pensamos en democratizar el país creemos que uno de los aspectos era la autonomía política respecto del gobierno central y descentralización hacia unidades más o menos independientes de elección popular”, pensaba desde entonces.
Las cosas se precipitaron luego del terremoto de 1985. La autoridad quedó completamente rebasada, fue una especie de parálisis del poder público.
La gente salió a la calle, organizó las brigadas, “sostengo que ese fue el momento en que la ciudadanía se apoderó de la ciudad”.
La explosión de las organizaciones civiles, estudiantiles y campesinas trajo un ambiente que posibilitó el movimiento de 1988.
La corriente democrática, formada principalmente por políticos que habían salido del PRI, se alió a otros partidos.
Formaron el Frente Democrático Nacional, “pero el principal aporte de nuestras huestes, que llenamos muchísimas veces el zócalo, fue la ciudadanía descontenta en la capital”.
Ante las medidas “cosméticas” tomadas por el gobierno, Muñoz Ledo propuso desde 1990 poner sobre la mesa el tema de la reforma del DF.
“No quisieron en la mesa de negociación ni discutirlo. Exigí dedicar una tarde a eso y no dijeron nada, se quedaron callados”, recuerda mientras palmea sobre la mesa.
Participó en las negociaciones sobre el tema con Jorge Carpizo en 1994, “casi lo convencí, pero hubo movimientos en contra dentro del propio PRD, un discurso del ingeniero Cárdenas, que se recuerda todavía, que no estaba de acuerdo en las negociaciones, tenía ciertos temores”.
Con una sonrisa socarrona, se echa hacia delante y declara: “la verdad es que mucha gente del PRD no quería que se ganara el DF y se perdiera la presidencia de la República, ¿tú me entiendes, no? Había muchos celos”.
Negociaciones políticas
En 1994, Ernesto Zedillo como presidente electo buscó a Muñoz Ledo. Se encontraron en casa de un familiar del sucesor de Salinas y éste se comprometió a aprobar la autonomía del Instituto Federal Electoral, el voto de los mexicanos en el extranjero y la reforma política del DF.
En ese momento Felipe Calderón presidía el Partido Acción Nacional y “se hizo ojo de hormiga”, así que la negociación con Zedillo tampoco fructificó.
Los siguientes años trajeron dos derrotas a los proyectos de Muñoz Ledo y José Agustín Ortiz Pinchetti, que fueron rechazados por el Senado.
Muchos proyectos, pero una sola idea
Casi una década más tarde, en 2013, Miguel Ángel Mancera buscó a Muñoz Ledo para que dirigiera los esfuerzos de su gobierno para sacar adelante la reforma política del DF.
“(Mancera) presentó un proyecto más amplio, más ambicioso en algunos aspectos. Lo elaboró un grupo de gente con los insumos que ya había. En realidad podemos decir que un mismo proyecto fue evolucionando, eran los mismos temas, se le quitó y se puso”, explica el comisionado.
La idea central es la misma: “que esta ciudad se autónoma, se rija por sí misma, no haya intervención en términos de cuestiones internas, se llame Ciudad de México, siga siendo capital, haya una ley de capitalidad que determine la relación entre la autoridad federal y la autoridad local, para todos los efectos, incluso que le pague la autoridad federal a la autoridad local el uso de los servicios de la ciudad”.
Los siguientes pasos son la aprobación de la reforma al artículo 122 constitucional y los demás donde diga Distrito Federal.
Las delegaciones pasarán a ser alcaldías y se mantendrá “una sola Hacienda pública de toda la Ciudad de México, con una distribución equitativa de recaudación y de reparto de recursos. Va a haber una gran carta de derechos, que ya está hecha, como en Buenos Aires”.
Muñoz Ledo piensa en la aprobación en el Senado pero su energía ya se concentra en el siguiente paso: la designación de un Constituyente.
Advierte: “Hay una gran discusión, va a ser el tema más delicado, porque los partidos quieren ser ellos, en un procedimiento tradicional, los que elijan una asamblea.
“La sociedad y los grupos quieren que sea una constituyente más abierta a la sociedad, ése va a ser el gran debate”.
Muñoz Ledo no sabe si será convocado a esta segunda etapa ni en qué términos.
Lo que sí tiene como certeza es que se encuentra a unas horas de ver concretado uno de sus sueños, la reforma de la ciudad donde se convirtió en un capítulo indiscutible en la Historia política reciente del país.
FUENTE: REPORTE INDIGO.
AUTOR: PENILEY RAMÍREZ.
Porfirio Muñoz Ledo habla sentado. Los brazos en reposo, el cabello revuelto, la luz en el lado izquierdo de su cara.
Sus 81 años, la salud que le ha puesto largas pruebas en los últimos meses, no le impiden alzar la voz ni golpear la mesa cuando un recuerdo le molesta.
Sus uñas perfectamente cortadas, su corbata roja impecable, remiten a los archivos fotográficos de la democracia mexicana.
En aquellas imágenes, Muñoz Ledo camina rodeado de la multitud en este mismo zócalo que ahora observa cada día desde su oficina como comisionado para la reforma política del Distrito Federal.
Es el convulso verano de 1988. La plancha monumental, repleta de simpatizantes, escucha el discurso de Cuauhtémoc Cárdenas, fallido aspirante a la presidencia por la corriente democrática, que luego se convertiría en el Partido de la Revolución Democrática.
Allí está Muñoz Ledo, el primer hombre que contestó a un informe presidencial en septiembre de ese mismo año.
Aunque no lo nombra, revive el momento cuando Cárdenas declinó la propuesta popular de ir sobre el Palacio Nacional luego del fraude en las elecciones que llevó a Carlos Salinas de Gortari a la presidencia.
“No se animó, no culpabilizo a nadie, ni responsabilizo siquiera, el conjunto de los líderes no quisieron echar al pueblo a una lucha frontal, por los riesgos que había, que ellos calcularon que había para la gente”, suelta.
Ese momento, visto a la distancia, buscaba en esencia “impedir que la doctrina neoliberal se apoderara de las instituciones”.
El político nacido en 1933 afirma que el tiro salió al revés.
El gobierno se hizo chico, dócil. Los poderes fácticos tomaron el control de un país que se movió irremediablemente a la derecha a pesar de tener una sociedad con un “espíritu popular de izquierda”.
Han pasado 17 años. En este lapso, “el país ha gestado un nivel de barbarie incompatible con una sociedad civilizada”, se ha convertido en “la Nación más corrupta del mundo”.
Refundar México
Abogado por la Universidad Nacional Autónoma de México, Muñoz Ledo no abandona, desde entonces, su gran proyecto político: reformar la Constitución.
“La crisis nos tiene que llevar a la conciencia de refundar el país. El país ha perdido mucho más de lo que parece en estos últimos años, la identidad, la confianza en sí mismo, la existencia de un proyecto nacional.
“Pasamos de un sistema de partido hegemónico a una hegemonía de los partidos y el presidencialismo un poco colegiado con una red de gobernadores se ha restablecido, con una corrupción a todos los niveles”.
Insiste en que no puede Celebrarse la constitución con loas y fiestas cívicas, cundo “está totalmente rebasada, deformada. La celebración es hacer una nueva, ése es el centenario”.
Por primera vez, Muñoz Ledo habla de la muerte. Al referir la posibilidad de que se convoque a un constituyente en 2016 para redactar una nueva constitución previa al centenario de actual, que data de 1917, revira sin empachos: “No sé si lo veré. Puedo ver sus avances y puedo verla de cerca sin participar. No te voy a decir que si hay un constituyente en el 16 voy a estar ahí, es impredecible”.
Su gran proyecto de reforma del Estado se gestó desde sus años como político priista. Cuando trabajó en el equipo del presidente panista Vicente Fox, quien lo nombró embajador de México ante la Unión Europa, en el inicio de este siglo, le presentó “un gran proyecto de reforma a las instituciones.
“Le fue dando largas, dijo que después de las elecciones lo retomaría y lo retomamos pero tampoco lo empujó hacia delante. En 2004 volvimos a platicarlo, lo que hizo fue darle la vuelta y dedicarse a atacar a Andrés Manuel López Obrador”.
Tampoco encontró cabida en su proyecto para la izquierda, a pesar de que él mismo registró al PRD y lo dirigió en sus primeros años.
Esta izquierda que en su momento no se entendía sin el nombre de Muñoz Ledo, ha quedado atrás. Se dice un hombre sin partido.
“La izquierda es socialmente mayoritaria, políticamente minoritaria, por todas sus contradicciones, sus corruptelas, de los fundadores del PRD los primeros tres presidentes ya renunciamos”, asegura.
Aunque parezca una contradicción, niega que el partido se haya convertido en un esqueleto: “Se han quedado con un aparato clientelar fuerte, bien organizado, muy extendido en el país”.
Una idea con 25 años
Esta izquierda tiene en la reforma política del DF un asidero, al mismo tiempo una parte menor, pero la más acabada, en el proyecto que alimenta a este hombre que ha envejecido haciendo política.
En las próximas semanas, el Senado votará sobre el proyecto de reforma al artículo 122 constitucional, que convertiría al Distrito Federal en la Ciudad de México.
Esta reforma, que representa para Muñoz Ledo su vigencia pública y su más reciente aventura de cabildeo, comenzó en su mente durante los años 60, cuando era el profesor titular de Sistema Político Mexicano en el Colegio de México.
Enseñaba a sus alumnos que los tres pilares del régimen eran el presidencialismo exacerbado, el sistema de partido hegemónico y el control político, militar, territorial, de la Ciudad de México por el presidente de la República.
“Todos los que pensamos en democratizar el país creemos que uno de los aspectos era la autonomía política respecto del gobierno central y descentralización hacia unidades más o menos independientes de elección popular”, pensaba desde entonces.
Las cosas se precipitaron luego del terremoto de 1985. La autoridad quedó completamente rebasada, fue una especie de parálisis del poder público.
La gente salió a la calle, organizó las brigadas, “sostengo que ese fue el momento en que la ciudadanía se apoderó de la ciudad”.
La explosión de las organizaciones civiles, estudiantiles y campesinas trajo un ambiente que posibilitó el movimiento de 1988.
La corriente democrática, formada principalmente por políticos que habían salido del PRI, se alió a otros partidos.
Formaron el Frente Democrático Nacional, “pero el principal aporte de nuestras huestes, que llenamos muchísimas veces el zócalo, fue la ciudadanía descontenta en la capital”.
Ante las medidas “cosméticas” tomadas por el gobierno, Muñoz Ledo propuso desde 1990 poner sobre la mesa el tema de la reforma del DF.
“No quisieron en la mesa de negociación ni discutirlo. Exigí dedicar una tarde a eso y no dijeron nada, se quedaron callados”, recuerda mientras palmea sobre la mesa.
Participó en las negociaciones sobre el tema con Jorge Carpizo en 1994, “casi lo convencí, pero hubo movimientos en contra dentro del propio PRD, un discurso del ingeniero Cárdenas, que se recuerda todavía, que no estaba de acuerdo en las negociaciones, tenía ciertos temores”.
Con una sonrisa socarrona, se echa hacia delante y declara: “la verdad es que mucha gente del PRD no quería que se ganara el DF y se perdiera la presidencia de la República, ¿tú me entiendes, no? Había muchos celos”.
Negociaciones políticas
En 1994, Ernesto Zedillo como presidente electo buscó a Muñoz Ledo. Se encontraron en casa de un familiar del sucesor de Salinas y éste se comprometió a aprobar la autonomía del Instituto Federal Electoral, el voto de los mexicanos en el extranjero y la reforma política del DF.
En ese momento Felipe Calderón presidía el Partido Acción Nacional y “se hizo ojo de hormiga”, así que la negociación con Zedillo tampoco fructificó.
Los siguientes años trajeron dos derrotas a los proyectos de Muñoz Ledo y José Agustín Ortiz Pinchetti, que fueron rechazados por el Senado.
Muchos proyectos, pero una sola idea
Casi una década más tarde, en 2013, Miguel Ángel Mancera buscó a Muñoz Ledo para que dirigiera los esfuerzos de su gobierno para sacar adelante la reforma política del DF.
“(Mancera) presentó un proyecto más amplio, más ambicioso en algunos aspectos. Lo elaboró un grupo de gente con los insumos que ya había. En realidad podemos decir que un mismo proyecto fue evolucionando, eran los mismos temas, se le quitó y se puso”, explica el comisionado.
La idea central es la misma: “que esta ciudad se autónoma, se rija por sí misma, no haya intervención en términos de cuestiones internas, se llame Ciudad de México, siga siendo capital, haya una ley de capitalidad que determine la relación entre la autoridad federal y la autoridad local, para todos los efectos, incluso que le pague la autoridad federal a la autoridad local el uso de los servicios de la ciudad”.
Los siguientes pasos son la aprobación de la reforma al artículo 122 constitucional y los demás donde diga Distrito Federal.
Las delegaciones pasarán a ser alcaldías y se mantendrá “una sola Hacienda pública de toda la Ciudad de México, con una distribución equitativa de recaudación y de reparto de recursos. Va a haber una gran carta de derechos, que ya está hecha, como en Buenos Aires”.
Muñoz Ledo piensa en la aprobación en el Senado pero su energía ya se concentra en el siguiente paso: la designación de un Constituyente.
Advierte: “Hay una gran discusión, va a ser el tema más delicado, porque los partidos quieren ser ellos, en un procedimiento tradicional, los que elijan una asamblea.
“La sociedad y los grupos quieren que sea una constituyente más abierta a la sociedad, ése va a ser el gran debate”.
Muñoz Ledo no sabe si será convocado a esta segunda etapa ni en qué términos.
Lo que sí tiene como certeza es que se encuentra a unas horas de ver concretado uno de sus sueños, la reforma de la ciudad donde se convirtió en un capítulo indiscutible en la Historia política reciente del país.
FUENTE: REPORTE INDIGO.
AUTOR: PENILEY RAMÍREZ.