Habitantes de Santiago Tlacotepec, en el Estado de México, luchan nuevamente por cerca de 6 mil hectáreas de tierra amenazadas, a su juicio, por el decreto del presidente Enrique Peña Nieto que, en 2013, legalizó la tala y otras actividades productivas en el Nevado de Toluca.
Tlacotepec es un pueblo enclavado en las faldas del Nevado de Toluca, junto al cerro de Tepeyolulco, con una larga historia de rebeldía: entre 1475 y 1480, sus primeros habitantes, matlazincas, lucharon contra los aztecas, cuando éstos comenzaron la expansión de su imperio hacia el valle en donde hoy se asienta la capital del Estado de México; y 40 años después, en 1521, lucharon contra los españoles, que luego de barrer a los aztecas, continuaron con los pueblos cercanos al valle de México.
Después, durante la Revolución, Tlacotepec luchó con Zapata por recuperar las tierras de la comunidad que, en el porfiriato, les fueron arrebatadas por grandes hacendados; y cuando Porfirio Díaz fue derrocado, Tlacotepec siguió luchando, por varias décadas más, hasta que la ley reconoció a sus pobladores como únicos dueños de las tierras que reclamaban de forma ancestral.
Hoy, habitantes de Santiago Tlacotepec luchan nuevamente por esas tierras, que comprenden cerca de 6 mil hectáreas, la mitad de las cuales son bosques, amenazados, a su juicio, por el decreto del presidente Enrique Peña Nieto que, en 2013, legalizó la tala y otras actividades productivas en el Nevado de Toluca.
“Siempre hemos sido un pueblo que se defiende –dice Daniel, un joven que, junto a otros universitarios, ejidatarios, comuneros y vecinos, integraron un comité civil contra el decreto presidencial de 2013–. Los antiguos contaban de sus luchas para defender las tierras del pueblo, el agua del pueblo; e igual hicieron nuestros abuelos, luego nuestros padres, y hoy nos toca a nosotros. Y nuestra forma de luchar, ahorita, es informar: porque esto del decreto lo hicieron las autoridades en lo oscurito, sin avisarle a nadie, y aunque han pasado más de dos años, la gran mayoría de los habitantes de Tlacotepec no saben que el monte está amenazado.”
Y las formas de informar, destaca, son muchas: en octubre organizaron un foro local, al que acudieron más de 700 moradores de Tlacotepec, en diciembre emprendieron una colecta de firmas, en papel y por change.org (checa aquí la petición), para exigir a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que revoque el decreto de Peña Nieto, y para este año, adelanta, “estamos organizando nuevos foros, el próximo tal vez para febrero, con la participación de científicos que van a explicar a los pobladores los riesgos de que se abra el Nevado de Toluca a la explotación forestal; y, aún sin fecha, tenemos planeada también una protesta pacífica, en la Ciudad de México, ya sea en Los Pinos o en la Corte, para hacernos ver.”
El recurso sagrado
Cuentan las leyendas locales que el primer morador de lo que hoy se conoce como Santiago Tlacotepec fue un antiguo matlazinca que subió al cerro de Tepeyolulco, para pedir a los dioses que lo moraban que le permitieran construir su casa en ese lugar, en donde crecen bien el maíz y los magueyes.
Se trata de un cerro escalonado, con terrazas artificiales que datan de la época prehispánica, en las que aún se siembra maíz.
“Existe la leyenda –narra Erik Hernández, cronista de Tlacotepec–, de que abajo de ese cerro hay una pirámide escondida.”
Daniel completa el mito: “Se dice que los más viejos abuelos cubrieron la pirámide con sus ayates, y luego le echaron tierra encima.”
Hace una década, de hecho, un morador que realizaba obras en su vivienda encontró una pieza de cerámica prehispánica, cuya decoración da muestra de la antigüedad de este mito.
Tal como explica el cronsita de la comunidad, el cerro de Tepeyolulco, hoy más conocido como cerro de Tlacotepec, es un espacio ritual, en el que durante la época prehispánica se realizaban ceremonias relacionadas con el agua, como elemento sagrado, generador de vida.
Incluso, subraya, otras leyendas locales aseguran que desde la cueva que existe en su lado poniente se puede acceder a un río subterráneo.
“Al entrar –señalan los testimonios recuperados por el cronista del pueblo– se escucha cómo baja (el agua) con mucha fuerza, además, dentro de él hay un jardín lleno de árboles frutales de las mejores rutas, pero también en él se encuentran fuerzas del mal y, por eso, si entras, seguro no sales.”
Independientemente de la veracidad de estas leyendas, señala Érik, lo que éstas dejan ver es que el agua es un elemento cuya importancia vital reconocen los moradores de Tlacotepec, desde su fundación y, aún en el presente, manantiales como los que cita el mito, que brotan de pequeñas cuevas en las faldas del Nevado de Toluca, siguen abasteciendo de agua pura no sólo a Tlacotepec, sino a todas las comunidades de la zona, y más allá.
De hecho, destaca, aún después de la Conquista, en este y en otros poblados se mantuvo la tradición de, cada año, acudir a celebrar actos de consagración –ahora bajo el rito católico– en estos manantiales, una costumbre que se mantiene hasta el día de hoy.
La cadenita…
Todo es como una “cadenita”, explica Alejandro Alberto Ortega, presidente del Consejo de Vigilancia de Bienes Comunales de Santiago Tlacotepec. “El agua nace del subsuelo, pero, ¿cómo llegó ahí? Pues llega por infiltración: es el agua que escurre por las laderas del monte (el Nevado de Toluca), y que va filtrándose por la tierra. Y, ¿cómo llegó el agua al Nevado? Llegó atraída por los bosques, en forma de nubes, que hacen la nieve de la punta o que cae en forma de gotas.”
Todo, pues, es como una cadenita.
Desde los años 80, explica Alejandro, la gente de Tlacotepec comenzó a tomar conciencia del valor de los recursos naturales de la zona. “Siempre hemos sabido que el monte es nuestra subsistencia, pero antes, por la pobreza, no había otra forma de subsistir: la madera era el recurso para todo, para construir, para calentarse, para cocinar, y también la gente cazaba para comer… y sabíamos que le hacíamos daño al monte, pero no teníamos otra opción, no era para hacernos ricos, era para vivir.”
Por eso, explica, cuando Tlacotepec quedó integrado a la zona metropolitana de Toluca –de la cual se haya a 9 kilómetros de distancia–, la gente pudo encontrar otras formas de subsistir, y los “monteros”, prácticamente desaparecieron en esta zona.
En los bosques que están dentro de las tierras comunales de Tlacotepec, explica, desde hace más de 30 años dejó de haber tala, se delimitaron zonas de pastoreo fuera del bosque, para quienes ejercen la ganadería, y no se abrieron más campos de cultivo.
Por el contrario, explica Alejandro, año con año, por iniciativa propia, los moradores han realizado labores de reforestación y de vigilancia, ya que sus tierras, hasta hace algunos años, aún eran invadidas por ganaderos, que llevaban a sus vacas a pastar a zonas que ya habían sido restauradas ambientalmente.
Parado junto a un oyamel centenario, con una circunferencia de 5 metros en su base, Alejandro habla con humildad y embelezo.
“Desde que se hizo la recategorización (es decir, cuando el Nevado de Toluca perdió la categoría de parque nacional) ellos (las autoridades) nos dicen que hay que hacer el aprovechamiento maderable, pero si ahorita tiramos este árbol, ¿cuándo volveríamos a tener un árbol como éste? Yo creo que esto no nada más lo debe defender la comunidad de Tlacotepec, sino todas las comunidades aledañas al Nevado, y a la mejor hasta (las comunidades) nacionales e internacionales”.
Su observación, sencilla y clara, resume una realidad compleja: efectivamente, con el agua que se infiltra a través de la capa boscosa del Nevado de Toluca no sólo se abastece a las comunidades asentadas en sus faldas, sino a todo el Valle de Toluca.
Sus afluentes, además, las cuencas del río Balsas y el río Lerma que, a su vez, llevan agua al Valle de México y al norte de Guerrero.
El valor estratégico del Nevado de Toluca fue lo que, en 1936, llevó al entonces presidente de la República, Lázaro Cárdenas, a declararlo como Parque Nacional, con lo que quedaron prohibidas todo tipo de actividades extractivas y productivas, reserva que fue anulada en 2013.
Epílogo: qué sigue…
“Hacernos visibles” es la meta del comité civil de Tlacotepec, explica Daniel Carrillo. Y esto implica, detalla, no sólo informar y hacer del conocimiento público la importancia del Nevado de Toluca para la subsistencia, sino también hacer valer su voz, como hijos de Tlacotepec.
“Además de las acciones de difusión, entre las que está también la realización de un documental, tenemos la meta de que se revise el padrón de comuneros, y poder registrarnos como tales aquéllos que tenemos derecho a serlo”, ya que, remató, esto podría abrir la puerta para iniciar nuevos amparos contra el decreto del presidente Peña Nieto.
En la actualidad, la Suprema Corte mantiene en su agenda la discusión de un amparo contra la recategorización del Nevado de Toluca, bajo la tesis de que dicha medida presidencial podría afectar los derechos humanos de los mexicanos.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: PARIS MARTÍNEZ.
LINK: http://www.animalpolitico.com/2016/01/tlacotepec-a-la-defensa-del-agua-y-de-los-bosques-del-nevado-de-toluca/
Tlacotepec es un pueblo enclavado en las faldas del Nevado de Toluca, junto al cerro de Tepeyolulco, con una larga historia de rebeldía: entre 1475 y 1480, sus primeros habitantes, matlazincas, lucharon contra los aztecas, cuando éstos comenzaron la expansión de su imperio hacia el valle en donde hoy se asienta la capital del Estado de México; y 40 años después, en 1521, lucharon contra los españoles, que luego de barrer a los aztecas, continuaron con los pueblos cercanos al valle de México.
Después, durante la Revolución, Tlacotepec luchó con Zapata por recuperar las tierras de la comunidad que, en el porfiriato, les fueron arrebatadas por grandes hacendados; y cuando Porfirio Díaz fue derrocado, Tlacotepec siguió luchando, por varias décadas más, hasta que la ley reconoció a sus pobladores como únicos dueños de las tierras que reclamaban de forma ancestral.
Hoy, habitantes de Santiago Tlacotepec luchan nuevamente por esas tierras, que comprenden cerca de 6 mil hectáreas, la mitad de las cuales son bosques, amenazados, a su juicio, por el decreto del presidente Enrique Peña Nieto que, en 2013, legalizó la tala y otras actividades productivas en el Nevado de Toluca.
“Siempre hemos sido un pueblo que se defiende –dice Daniel, un joven que, junto a otros universitarios, ejidatarios, comuneros y vecinos, integraron un comité civil contra el decreto presidencial de 2013–. Los antiguos contaban de sus luchas para defender las tierras del pueblo, el agua del pueblo; e igual hicieron nuestros abuelos, luego nuestros padres, y hoy nos toca a nosotros. Y nuestra forma de luchar, ahorita, es informar: porque esto del decreto lo hicieron las autoridades en lo oscurito, sin avisarle a nadie, y aunque han pasado más de dos años, la gran mayoría de los habitantes de Tlacotepec no saben que el monte está amenazado.”
Y las formas de informar, destaca, son muchas: en octubre organizaron un foro local, al que acudieron más de 700 moradores de Tlacotepec, en diciembre emprendieron una colecta de firmas, en papel y por change.org (checa aquí la petición), para exigir a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que revoque el decreto de Peña Nieto, y para este año, adelanta, “estamos organizando nuevos foros, el próximo tal vez para febrero, con la participación de científicos que van a explicar a los pobladores los riesgos de que se abra el Nevado de Toluca a la explotación forestal; y, aún sin fecha, tenemos planeada también una protesta pacífica, en la Ciudad de México, ya sea en Los Pinos o en la Corte, para hacernos ver.”
El recurso sagrado
Cuentan las leyendas locales que el primer morador de lo que hoy se conoce como Santiago Tlacotepec fue un antiguo matlazinca que subió al cerro de Tepeyolulco, para pedir a los dioses que lo moraban que le permitieran construir su casa en ese lugar, en donde crecen bien el maíz y los magueyes.
Se trata de un cerro escalonado, con terrazas artificiales que datan de la época prehispánica, en las que aún se siembra maíz.
“Existe la leyenda –narra Erik Hernández, cronista de Tlacotepec–, de que abajo de ese cerro hay una pirámide escondida.”
Daniel completa el mito: “Se dice que los más viejos abuelos cubrieron la pirámide con sus ayates, y luego le echaron tierra encima.”
Hace una década, de hecho, un morador que realizaba obras en su vivienda encontró una pieza de cerámica prehispánica, cuya decoración da muestra de la antigüedad de este mito.
Tal como explica el cronsita de la comunidad, el cerro de Tepeyolulco, hoy más conocido como cerro de Tlacotepec, es un espacio ritual, en el que durante la época prehispánica se realizaban ceremonias relacionadas con el agua, como elemento sagrado, generador de vida.
Incluso, subraya, otras leyendas locales aseguran que desde la cueva que existe en su lado poniente se puede acceder a un río subterráneo.
“Al entrar –señalan los testimonios recuperados por el cronista del pueblo– se escucha cómo baja (el agua) con mucha fuerza, además, dentro de él hay un jardín lleno de árboles frutales de las mejores rutas, pero también en él se encuentran fuerzas del mal y, por eso, si entras, seguro no sales.”
Independientemente de la veracidad de estas leyendas, señala Érik, lo que éstas dejan ver es que el agua es un elemento cuya importancia vital reconocen los moradores de Tlacotepec, desde su fundación y, aún en el presente, manantiales como los que cita el mito, que brotan de pequeñas cuevas en las faldas del Nevado de Toluca, siguen abasteciendo de agua pura no sólo a Tlacotepec, sino a todas las comunidades de la zona, y más allá.
De hecho, destaca, aún después de la Conquista, en este y en otros poblados se mantuvo la tradición de, cada año, acudir a celebrar actos de consagración –ahora bajo el rito católico– en estos manantiales, una costumbre que se mantiene hasta el día de hoy.
La cadenita…
Todo es como una “cadenita”, explica Alejandro Alberto Ortega, presidente del Consejo de Vigilancia de Bienes Comunales de Santiago Tlacotepec. “El agua nace del subsuelo, pero, ¿cómo llegó ahí? Pues llega por infiltración: es el agua que escurre por las laderas del monte (el Nevado de Toluca), y que va filtrándose por la tierra. Y, ¿cómo llegó el agua al Nevado? Llegó atraída por los bosques, en forma de nubes, que hacen la nieve de la punta o que cae en forma de gotas.”
Todo, pues, es como una cadenita.
Desde los años 80, explica Alejandro, la gente de Tlacotepec comenzó a tomar conciencia del valor de los recursos naturales de la zona. “Siempre hemos sabido que el monte es nuestra subsistencia, pero antes, por la pobreza, no había otra forma de subsistir: la madera era el recurso para todo, para construir, para calentarse, para cocinar, y también la gente cazaba para comer… y sabíamos que le hacíamos daño al monte, pero no teníamos otra opción, no era para hacernos ricos, era para vivir.”
Por eso, explica, cuando Tlacotepec quedó integrado a la zona metropolitana de Toluca –de la cual se haya a 9 kilómetros de distancia–, la gente pudo encontrar otras formas de subsistir, y los “monteros”, prácticamente desaparecieron en esta zona.
En los bosques que están dentro de las tierras comunales de Tlacotepec, explica, desde hace más de 30 años dejó de haber tala, se delimitaron zonas de pastoreo fuera del bosque, para quienes ejercen la ganadería, y no se abrieron más campos de cultivo.
Por el contrario, explica Alejandro, año con año, por iniciativa propia, los moradores han realizado labores de reforestación y de vigilancia, ya que sus tierras, hasta hace algunos años, aún eran invadidas por ganaderos, que llevaban a sus vacas a pastar a zonas que ya habían sido restauradas ambientalmente.
Parado junto a un oyamel centenario, con una circunferencia de 5 metros en su base, Alejandro habla con humildad y embelezo.
“Desde que se hizo la recategorización (es decir, cuando el Nevado de Toluca perdió la categoría de parque nacional) ellos (las autoridades) nos dicen que hay que hacer el aprovechamiento maderable, pero si ahorita tiramos este árbol, ¿cuándo volveríamos a tener un árbol como éste? Yo creo que esto no nada más lo debe defender la comunidad de Tlacotepec, sino todas las comunidades aledañas al Nevado, y a la mejor hasta (las comunidades) nacionales e internacionales”.
Su observación, sencilla y clara, resume una realidad compleja: efectivamente, con el agua que se infiltra a través de la capa boscosa del Nevado de Toluca no sólo se abastece a las comunidades asentadas en sus faldas, sino a todo el Valle de Toluca.
Sus afluentes, además, las cuencas del río Balsas y el río Lerma que, a su vez, llevan agua al Valle de México y al norte de Guerrero.
El valor estratégico del Nevado de Toluca fue lo que, en 1936, llevó al entonces presidente de la República, Lázaro Cárdenas, a declararlo como Parque Nacional, con lo que quedaron prohibidas todo tipo de actividades extractivas y productivas, reserva que fue anulada en 2013.
Epílogo: qué sigue…
“Hacernos visibles” es la meta del comité civil de Tlacotepec, explica Daniel Carrillo. Y esto implica, detalla, no sólo informar y hacer del conocimiento público la importancia del Nevado de Toluca para la subsistencia, sino también hacer valer su voz, como hijos de Tlacotepec.
“Además de las acciones de difusión, entre las que está también la realización de un documental, tenemos la meta de que se revise el padrón de comuneros, y poder registrarnos como tales aquéllos que tenemos derecho a serlo”, ya que, remató, esto podría abrir la puerta para iniciar nuevos amparos contra el decreto del presidente Peña Nieto.
En la actualidad, la Suprema Corte mantiene en su agenda la discusión de un amparo contra la recategorización del Nevado de Toluca, bajo la tesis de que dicha medida presidencial podría afectar los derechos humanos de los mexicanos.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: PARIS MARTÍNEZ.
LINK: http://www.animalpolitico.com/2016/01/tlacotepec-a-la-defensa-del-agua-y-de-los-bosques-del-nevado-de-toluca/