Entre las finas líneas de sus vetas se guarda la memoria de otro tiempo, el susurro del bosque, la armonía y el canto de las aves que alguna vez posaron sobre su frondosa copa. Hoy, el cedro talado de la montaña yace tirado y mutilado. Algunas partes de su tronco embellecerán un piso, se convertirán en muebles lujosos y, tal vez, nadie pondrá atención en la memoria que guarda. Pero un pedazo arrumbado, uno muy pequeño, fue rescatado, la pretensión no es poca, se busca que sea un arma que sacuda el cuerpo y la memoria.
Sael Blanco recuerda que hace más de una década le fue entregado el trozo de madera en un taller que presenciaba en una comunidad en el estado de Veracruz, México. “Yo solamente era espectador de lo que sucedía ahí y me lo dieron”, comparte al mismo tiempo que suelta una sonrisa cómplice.