La primera vez que me manosearon tenía nueve años. Esa mañana había ido a la biblioteca del colegio: estaba obsesionada con la serie de niños detectives de Enid Blyton y había descubierto cinco o seis libros de esa colección. Caminaba rápido hacia la biblioteca mientras iba pensando en la nueva historia de detectives que iba a leer, cuando me interceptó un profesor en el pasillo (¡hola, profe!). El “profe” tenía 40 o 50 años y yo lo conocía apenas de vista porque enseñaba en los cursos de secundaria. Me miró de una forma que me hizo sentir en falta y me ordenó que lo siguiera hasta una de las aulas donde estaba dando clases. De pronto sentí sobre mí los ojos de 50 alumnos mucho mayores que yo.
–¿A ustedes les parece bien que una mujercita venga al colegio vestida de esta manera? –preguntó a los estudiantes, que a mis ojos también eran unos adultos.