(TULA, Hidalgo). Francisco Cadenas es un manojo de nervios. Mueve las piernas, agita los brazos y ante el menor ruido en ese camino desierto, junto a la refinería Miguel Hidalgo, sale de su farmacia con la esperanza de que un automovilista lo vea, se apiade de su rostro inquieto y se detenga a comprar, aunque sea, una botella de agua.
Lleva tres días sin venta, sin que una moneda caiga en su caja registradora; si esto fuera una caricatura, cuando Francisco, de 66 años, abriera sus bolsillos saldría una polilla burlona. Pero esto no es ninguna broma: en Tula, Hidalgo, la vida de la gente se cae a pedazos por la pobreza.
Esto no era así. Había dinero, al principio la refinería trajo cosas buenas: calles, negocios, empleo ¡mucho empleo! Pero no, ya no.., ya no se puede vivir. Las cosas se pusieron peor desde aquello.