AUTOR: SOLEDAD LOAEZA.
Sobre la mesa de la discusión pública el PAN y el PRD han puesto un tema que se nos ha convertido en fetiche: una reforma electoral. Desde que consagramos la Lfoppe de 1977 como uno de los mojones del desmantelamiento de la hegemonía del PRI, hemos atribuido a este tipo de ordenamientos un poder mágico de transformación de la realidad. Tanto así que desde la ley de Reyes Heroles hasta ahora se han votado cinco códigos electorales diferentes, de los cuales casi cada uno ha registrado una larga lista de enmiendas. Y uno se pregunta si realmente todos esos cambios han sido necesarios, o si no se trata de una frivolidad de nuestros políticos, para quienes una reforma electoral sustituye trabajo legislativo sobre temas mucho más difíciles, como las famosas reformas estructurales.