AUTOR: ARNALDO CÓRDOVA.
Enrique Peña Nieto llegó al poder obsesionado por la idea de una presidencia fuerte. Todos los males de México, según él, surgían del hecho de que el gobierno de la República se había venido debilitando al extremo de que cada vez era más incapaz de enfrentar la adecuada conducción de la sociedad. Una presidencia fuerte era el remedio a los males de México. Cómo lograrla era su propuesta. Había que reconquistar el Poder Legislativo, volviéndolo de nuevo el antiguo colaborador del Ejecutivo que siempre había sido y había que operar todos los cambios que eran necesarios para encauzar con tino la vida económica y social del país. Ese fue su programa.
¿Cómo hacer que el Ejecutivo y el Legislativo volvieran a marchar de consuno en la misma dirección? Con un Congreso dividido que no podía garantizar mayorías decisivas y decisorias por la pluralidad a la que había llevado la reforma política, sólo quedaba encontrar el medio de unificar a las diferentes fuerzas políticas en objetivos comunes o en alianzas sólidas que permitieran al gobierno, precisamente, gobernar. El hallazgo se dio con el Pacto por México. Nadie tuvo noticia del modo como se cocinó hasta que el presidente y los dirigentes de los tres partidos lo anunciaron y lo signaron.