AUTOR: JUAN PABLO PROAL
MÉXICO, D.F. Aquel murió porque le explotó el ano; ella, la acosadora, ahogada en la chimenea; ese imbécil tiró un dardo al cielo, se le regresó y le traspasó el cráneo. Estos inéditos accidentes fatales son narrados con humor negro desde 2008 por la serie de falso documental estadunidense “Mil maneras de morir”. Desde entonces el programa es un éxito mundial: el público se regodea de los ridículos decesos.
La tradición popular conviene en que cada 2 de noviembre los muertos regresan a tierra para convivir con los vivos. Se trata de los amores más profundos: los agasajaremos con sus antojos preferidos y sus vicios predilectos. Para la mayoría de las culturas prehispánicas la muerte no era una tragedia, sino la continuación de otra vida. Antes los mexicanos morían de enfermedades, vejez o como resultado de alguna de tantas guerras; hoy resulta cruel, por decir lo menos, reírnos de tantos decesos derivados de causas hediondas: el nepotismo, la crueldad, la vorágine, el elitismo, la ineptitud, el desparpajo, el clasismo, la corrupción…