AUTOR: VALENTINA PÉREZ BOTERO.
(20 de noviembre, 2013).- Se llamará Ygnacio. Repetirá la misma primera letra que desconcierta: “y” en lugar de “i”. Natasha, su madre, lo decidió cuando la madrugada del siete de noviembre de 2013 se enteró que a su abuelo lo habían sacado de su casa, torturado y asesinado. Se llamaba Ygnacio López Méndoza, presidente municipal de Santa Ana Maya, Michoacán, y su nieto, que nacerá en diciembre, llevará su nombre.
Ygnacio abuelo es el número 44. Casi medio centenar de alcaldes han sido asesinados en México en los últimos ocho años y ninguno de sus casos ha sido resuelto. Las familias López Mendoza y López Morales tienen miedo de la impunidad: ni la Procuraduría de Guanajuato –donde se encontró el cuerpo– ni la de Michoacán –donde gobernaba Ygnacio– han hecho algo.
“Nos devolvieron sus pertenencias sin analizarlas y no nos quieren entregar los resultados de la necropsia”, dice Natasha mientras llora. Ella tiene sus mismos ojos grandes, tristes, y cuando habla el último adjetivo se enfatiza.
El porqué de su muerte se explica a través de la huelga de hambre que sostuvo durante 18 días en la Ciudad de México. Ygnacio llegó a la capital del país con la resolución de exigir un mejor presupuesto a los municipios. Como médico lo explicaba a través de analogías que remitían a su profesión: “son como niños desnutridos, si no les das de comer bien nunca se van a desarrollar”.