AUTOR: OLGA PELLICER.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La reciente reforma en materia de energía ha dejado un sentimiento de malestar. La manera tan apresurada en que se hizo, los cabos que deja sueltos, los atropellos a las reglas que norman la marcha del proceso legislativo, el encono y los agravios para gran parte de la sociedad mexicana no auguran un buen futuro para la vida democrática del país ni para la posibilidad de dar un necesario giro a la política económica.
Difícil será retomar el necesario diálogo entre las fuerzas políticas del Congreso; difícil será tener confianza en la élite política, los motivos que la inspiran y los intereses que persigue.
Los hidrocarburos son, sin duda, uno de los recursos más importantes con que cuenta México para superar diversos problemas que no han encontrado solución, como la lentitud del crecimiento económico, el rezago tecnológico, los altos niveles de pobreza y la carencia de empleos formales. Sin embargo, una gestión desacertada de las fuerzas que desatará la reforma energética, entre ellas la conocida corrupción de la clase política, puede dar al traste con cualquier esperanza de reorientar la economía del país.