AUTOR: HECTOR TAJONAR.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En el inigualado Excélsior de Julio Scherer, así como en El estilo personal de gobernar (título al que aludí en mi colaboración anterior), Daniel Cosío Villegas señaló que Luis Echeverría tenía “la necesidad fisiológica de hablar”.
Hoy sabemos que esa “fiebre verbal” del entonces mandatario, originada en una mezcla de megalomanía y demagogia, condujo a la catástrofe económica del país, resultado de la decisión presidencial de transformar el desarrollo estabilizador en “desarrollo compartido”; además de haber profundizado el autoritarismo político bajo la máscara del “diálogo” y la “autocrítica”, que culminó en el peor atentado contra la libertad de expresión en la historia del siglo XX mexicano: el golpe a Excélsior.
El mandato de Echeverría representó la cima del régimen que, tras una larga agonía, acaba de fenecer: el nacionalismo revolucionario. (La gestión de José López Portillo, quien se autonombró “el último presidente de la Revolución”, puede considerarse un epígono del echeverriato).