AUTOR: JAVIER SICILIA.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- A lo largo de 20 años, el zapatismo, el movimiento político más acabado y profundo que se haya desarrollado en los últimos 50 años, ha dado y continúa dando una inmensa lección de vida a un mundo que se desmorona.
Esa lección se resume en la palabra radicalidad. Habría que distinguir, como lo hace el filósofo Jean-Claude Michéa, lo que esa palabra, que frecuentemente se confunde con el extremismo, quiere decir.
Una crítica radical es aquella que no sólo es capaz de identificar un mal en sus raíces, sino que al identificarlo propone y genera un tratamiento apropiado para combatirlo. Por el contrario, una postura extremista es aquella que quiere romper cualquier frontera, cualquier límite, cualquier territorio, cualquier vida.
Si algo caracteriza al zapatismo desde su levantamiento en 1994 es, en primer lugar, la identificación de la raíz de un mal que 20 años después ha derivado en el horror que padecemos –crecimiento de la miseria y el despojo; franjas inmensas de poblaciones en estado de indefensión; vínculos profundos entre el Estado, el crimen organizado y el mercado global; inoperancia de los partidos y de la clase política; zonas del país balcanizadas por el crimen; destrucción cada vez más acendrada del campo, de las culturas vernáculas y del medio ambiente–.