AUTOR: JUAN PABLO PROAL.
MÉXICO, D.F: Lo mismo vende champú por televisión que conduce un noticiero radiofónico. Podríamos decir que alcanzó la omnipresencia.
El columnista que odia a “El Peje” necesita de su enemigo para subsistir. Sabe que no puede meterse con la lista de los intocables amigos del dueño del periódico donde es empleado, pero se niega a admitir que su reputación es insalvable.
Salta de alegría cuando Andrés Manuel López Obrador reaparece. Entonces resucita la rabia, arrumbada al lado de la dignidad. La desempolva, la prepara y la fuma.
“El Peje” es la dosis de cocaína que necesita. Recuerda que es periodista, que es crítico, que puede usar esos cinco descalificativos que lo hacen ver tan valiente. Si bien estas emociones lo sacan de su letargo, es otra la sustancia activa de su droga: el halago.
Sólo metiéndose con “El Peje” escuchará de nuevo, de voz de los corifeos de siempre, que es un buen periodista, que sabe hacer su trabajo, que debería haber más como él. Y es sólo así como sus textos vuelven a ser leídos y regresa a la euforia del rating.