AUTOR: MIGUEL DIMAYUGA.
MICHOACÁN: Apenas sabe leer. Hace dos años abandonó los libros para volverse puntero -halcón- al servicio de los Caballeros Templarios. Uno de sus jefes, “El Tucán”, hasta hace poco azoraba Parácuaro y Antúnez. Ahí le pagaban mil 500 pesos semanales, dinero que llevaba a su madre para ayudar con la manutención de la casa y de sus dos hermanos “más chiquillos” que él.
Le apodan “La Kika”. A sus 14 años ya sabe qué es ser castigado por robar y qué es cambiarse de bando. Hace dos meses se unió a los grupos de autodefensas. Ahora porta una playera, que le llega a las rodillas, con la leyenda “por un Chiquihuitillo libre”, su pueblo, al que va a regresar “nomás que le den chance”. Y cuando se le pregunta si ahora está mejor, responde de prisa: “La neta sí”.
Empuñando su juguete favorito, un AR-15 con culata y cañón recortados, de tamaño perfecto para sus pequeñas manos, va con las pestañas, el pelo y todo lleno de esa tierra fina que levantan las 10 camionetas que avanzan por desoladas comunidades de casas baleadas y lujosas viviendas abandonadas, sin temor a los escarpados cerros antes usados por los templarios para emboscar a sus enemigos, mirando altivo a los pocos pobladores que se atreven a curiosear, asombrados por su cuerpecito de niño asomado por el quemacocos de una lujosa camioneta dorada.