AUTOR: JUAN CARLOS ORTEGA PRADO (ANÁLISIS)
MÉXICO, D.F. (apro).- ¿Qué tanto le importa México a Estados Unidos? Poco, es la respuesta que salta a los labios. Sin embargo, esto puede a) ser falso, o bien, b) ser bueno.
Tal dicotomía puede empezar a entenderse gracias a la cumbre realizada en Toluca, en la que participaron los mandatarios Enrique Peña Nieto, Barack Obama y Stephen Harper. La reunión trilateral dejó una riada de promesas, ya se sabe: Un programa de viajeros confiables, una conferencia energética, fomentar el intercambio educativo y ampliar el comercio, entre las más destacadas.
Ahora bien, promesas como las antedichas no pueden dar pie a un optimismo que vaya más allá de la duda razonable, por varias razones: México no logró los objetivos que perseguía; buena parte de los proyectos pactados en reuniones de alto nivel suelen olvidarse o tergiversarse; la coyuntura supera las buenas intenciones, y las cumbres de mandatarios tienen un notorio componente propagandístico y de imagen (son un fin en sí mismas: basta con que se realicen para tildarlas de exitosas).